Estos podrían ser días sin precedentes en nuestras vidas, pero no es así en la vida de la Iglesia.
La Iglesia ha soportado este tipo de sufrimiento y de incertidumbre antes, y de maneras mucho peores, a modo de pandemias, sin mencionar la persecución. En días como estos, y en cada etapa de nuestras vidas, hacemos bien en recordar la certeza y la centralidad de la Iglesia al cuidado del Cristo vivo.
Quisiera ser claro: este no será un mensaje sobre ser Iglesia en la era del coronavirus. Esta es la era de la Iglesia, no del virus. La Iglesia no pasará; el coronavirus sí.
Este es el mundo de nuestro Padre; este es el mundo de Cristo. Como su Novia, este sin duda es, en real medida, el mundo de la Iglesia. No de los medios de noticias; no de los epidemiólogos ni de los estadistas; no de los economistas ni de los políticos. La Iglesia soportará estos días, sobrevivirá a esta prueba y será más fuerte debido al contratiempo de nuestra presente aflicción.
La principal historia en el mundo hoy
La principal noticia que se está desarrollando en el mundo hoy no tiene que ver con datos sobre la propagación ni con la economía, ni con el estímulo ni el dinero gratuito yendo hacia ti. La principal noticia es la Iglesia. Jesucristo, con toda la autoridad del cielo y de la tierra, está construyendo su Iglesia (Mt 16:18). Ni siquiera las puertas del infierno detendrán el avance de su Iglesia, mucho menos el pánico temporal y la caída en picada de la economía.
No es que los cristianos no se enfermarán ni que algunos no morirán. Algunos ya han enfermado o muerto. No es que esas iglesias locales en particular no se desmoronarán. Algunas lo harán; algunas se están desmoronando. Algunas iglesias locales han cerrado puertas que nunca más abrirán. No obstante, la Iglesia global permanece inquebrantable, no está bajo ninguna amenaza auténtica y será más fuerte que antes.
La historia de la Iglesia global, cristianos aparentemente aislados enviando mensajes de texto, conversando por videollamada y aprendiendo nuevamente cómo cuidarse mutuamente, y a sus pueblos y ciudades, es lo más importante que está sucediendo en el mundo ahora mismo. Ni CNN ni FOX están siguiendo la historia. Sin embargo, este es el primer y más grande titular. En Cristo, estamos viviendo la historia que será contada, más que cualquier otra, en las generaciones que vendrán.
No solo somos la audiencia y los testigos, sino que también somos los participantes. A medida que nos reunimos en los livings de nuestros hogares para adorar como familias; a medida que los pastores y los ancianos se juntan por medio de Zoom para pedir consejo y así cuidar a sus rebaños físicamente dispersos y esparcidos; a medida que abrimos nuestras Biblias con un hambre y sed por fundamento y guía como algunos no han sentido hace mucho tiempo o nunca; a medida que doblamos nuestras rodillas en nuestras habitaciones e inclinamos nuestras cabezas con la familia, nuestras iglesias están siendo tamizadas, y algunas están siendo encontradas deficientes. No obstante, la Iglesia está viva y bien. No solo soportando, sino que creciendo en fortaleza. La Novia de Cristo será mejor al haber soportado este tiempo.
Por medio de la Iglesia
No solo el futuro de la Iglesia global es seguro en el poder soberano de Dios por medio de Cristo, sino que sus propósitos soberanos en el mundo se centran, podríamos decir, en su Iglesia. La imagen que el apóstol Pablo muestra en Efesios 3 de la centralidad de la Iglesia en la obra de Dios en el mundo es nada menos que deslumbrante: Cristo canaliza su gloria global únicamente a través de su Iglesia.
Dios lo hizo un ministro del Evangelio, escribe Pablo, para: «anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo» y…
[…] sacar a la luz cuál es la dispensación del misterio que por los siglos ha estado oculto en Dios, creador de todas las cosas. De este modo, la infinita sabiduría de Dios puede ser dada a conocer ahora por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales (Ef 3:8-10).
¿Te diste cuenta? Dios está dando a conocer su múltiple sabiduría, no solo en el ámbito físico, sino que también en el espiritual, para que todo el universo la vea. ¿Y cómo? Por medio de la Iglesia. Adonde sea que las cabezas humanas podrían estar volteando, las huestes angelicales y demoníacas están mirando a la Iglesia. Dios está canalizando su obra en el mundo por medio de la Iglesia.
Y no es solo un canal entre otros canales. La Iglesia es el único canal mencionado aquí. Los epidemiólogos y los economistas desempeñan un rol, pero lo más importante que está ocurriendo en el mundo ahora, y en todo momento, es lo que Jesucristo está haciendo en su Iglesia y por medio de Ella.
En la Iglesia
Como pueblo de Dios, unidos en Cristo, somos parte de esos lentes comunitarios por los cuales Dios enfoca su obra en el mundo para la misma gloria de su Hijo. Pablo no solo lo dice una vez. Él vuelve al punto un par de oraciones más adelante. Él no estaba hablando con imprecisión en el verso 10. No intentes explicarlo aparte. El punto es solo tan sencillo y sorprendente en una de las grandes bendiciones en toda la Biblia:
Y a Aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén (Ef 3:20–21).
¿Cómo es glorificado Dios (quien puede hacer mucho más de lo que podemos soñar) en nuestro mundo hoy y en este tiempo? Continúa en asombro: en la Iglesia y en Cristo Jesús. Por medio de Cristo, sentado en el cielo, y por medio de su Iglesia, exhibiéndolo al mundo en cada gran ciudad y avanzando en toda lengua, tribu, pueblo y nación. El Esposo, que es la misma imagen de Dios (Col 1:15; 2Co 4:4) y el punto focal de la gloria de Dios en la historia, nos dio, a su Novia, su propio Espíritu para que pudiéramos reflejarlo a Él, y a nuestro Padre, comunitariamente, en esta era.
Esta es la era de la Iglesia
No somos la Iglesia en la era del coronavirus. Puede que estemos resistiendo una pandemia mundial, pero lo hacemos como la Iglesia en la era de la Iglesia. No estamos viviendo en la era de una pandemia, ni en la era digital, ni en la era pragmática, ni en la era de cualquier cosa nueva que quisiéramos enfatizar. Esta es la era de la Iglesia.
Y la Iglesia no es simplemente otra realidad entre otras que se pueden intercambiar como un adjetivo para nuestros tiempos. La Iglesia es el adjetivo. De esto se trata esta era. Y en Cristo, no permitamos que los medios dominantes, los medios sociales ni nuestro propio olvido nos lleven a pensar de otra manera.
A medida que los días interrumpidos se transforman en semanas, y las semanas en meses, seamos la Iglesia los unos para los otros, como fue prometido, en estos preciados días. Representemos a Cristo, como la Iglesia, a nuestros vecinos. No existe plan B; Cristo no necesita un plan B. En días tan inusuales, las horas invertidas en cuarentena en lo que significa ser Iglesia, no serán en vano. Jesús construirá su Iglesia, aunque muchas congregaciones no sobrevivan. La Iglesia, cada miembro fiel, permanecerá y disfrutará por siempre un nuevo mundo sin virus, sin enfermedad ni cualquier otro mal. Las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia de Cristo que avanza.
Seamos la Iglesia
Por más extraños que parezcan, días como estos, cuando no podemos reunirnos en gran número, son precisamente la razón por la que no solo asistimos, sino que nos hacemos promesas en la iglesia local.
Es por esto que tenemos pactos de membresía. No los hacemos para los momentos fáciles y cómodos. Todos podemos lidiar con lo conveniente. Más bien, los hacemos para los días más difíciles y más desafiantes; para los momentos más amenazantes; para las etapas más inciertas y (aparentemente) sin precedentes; para los momentos cuando las personas superficiales se resguardan, preocupados solo de su propia seguridad y protección y de su propia productividad remota, en lugar de diligentemente (y digitalmente), sobrepasar el distanciamiento social para chequear cómo están otros, saber cómo van y orar por ellos, y si es necesario, ayudarlos con medicamentos, víveres y abarrotes.
En el matrimonio, nos comprometemos sea mejor o peor la situación, seamos ricos o más pobres, sean tiempos buenos o malos porque esos son los tiempos cuando la objetividad del pacto despliega sus alas, nos da vida y provee clara dirección en nuestra incertidumbre desorientada, confusa y subjetiva. Los pactos objetivos son para momentos de confusión subjetiva. Este es uno de esos momentos.
El viento de estos días podría llevarse mucha paja. Las mareas están inundando las orillas. Sin embargo, la Iglesia de Cristo prevalecerá y brillará con mucha más claridad. Los tiempos difíciles son buenos días para ser cristiano.