Si estamos siempre preocupados por lo que las personas piensan de nosotros, siempre seremos reacios a contarles de Jesús.
Quizás el obstáculo más importante hoy para el testimonio cristiano en el mundo es nuestra hambre de aprobación humana. Por naturaleza, pensamos más sobre lo que las personas piensan de nosotros que sobre lo que ellos piensan de Jesús. Anhelamos aceptación y nos aterra el rechazo, lo que nos inclina hacia cualquier cosa que pueda mejorar la percepción de otros sobre nosotros. Y eso muy raramente, si es que lo hace, nos llevará a llamarlos al arrepentimiento de su pecado y a creer el Evangelio.
El apóstol Pablo vivió de una manera diferente. Aparentemente, había sido liberado de la necesidad de caer bien o incluso de ser respetado. Iba de ciudad en ciudad, dentro y fuera de multitudes, anclado en la seguridad y la satisfacción de conocer a Jesús (Fil 3:8). Muchos lo amaban, incluso al punto de adorarlo; otros, lo odiaban, incluso al punto de intentar asesinarlo. No obstante, vivió y sirvió más allá de los índices de aprobación. Él trabajó para la fama de alguien más, a cualquier costo que esa fama tuviera para él personalmente en la opinión popular.
Él abandonó el carro embrujado de la aprobación humana para caminar por la calle subterránea del Calvario hacia la libertad del temor al hombre.
Zeus, Hermes y la aprobación humana
A todo lugar que Pablo iba, él encontraba visiones radicalmente mezcladas.
Durante la época en que él y Bernabé vivieron en un pueblo llamado Listra, por ejemplo, se encontraron con un hombre que estaba imposibilitado de pies desde su nacimiento. Literalmente, él nunca había usado sus pies (Hch 14:8). Sin embargo, Pablo vio más allá de la situación de discapacidad del hombre hacia su corazón y vio fe: una fuerte y brillante creencia de que Jesús podía sanarlo por dentro y por fuera (Hch 14:9). Así que Pablo sanó las piernas del hombre (Hch 14:10).
Las multitudes vieron al hombre caminar, después de haber estado sentado por muchos años, y se abalanzaron sobre Pablo y Bernabé; los trataron como dioses (Hch 14:11), no como gobernantes o atletas estrella o estrellas de cine, sino que como dioses. Los llamaron «Zeus» y «Hermes» debido a figuras familiares del panteón (Hch 14:12). Incluso llevaron bueyes para sacrificarlos (Hch 14:13).
Imagina a tus vecinos intentando adorarte al sacrificar sus animales.
La seducción de la atención
¿Cómo Pablo y Bernabé responden a estos actos de adoración? ¿Disfrutan de su atención? ¿Les gusta la excesiva afirmación y apoyo? ¿Cambian sus nombres a @Zeus y @Hermes y retuitean un par de líneas de la alabanza de las personas?
No, huyen de sus locos fanáticos lo más rápido posible. «Señores, ¿por qué hacen estas cosas? Nosotros también somos hombres de igual naturaleza que ustedes, y les anunciamos el evangelio para que se vuelvan de estas cosas vanas a un Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra, el mar, y todo lo que hay en ellos» (Hch 14:15).
Para Pablo y Bernabé, el encanto de la aprobación humana (aceptación, estima e intensa admiración) parecía más peligrosa que atractiva, más amenazante que tentadora. Ellos sabían que las raíces de la idolatría halagadora de la multitud finalmente los matarían a cada uno de ellos. Por eso los confrontaron, arriesgando sus estatus sociales que llegaban a las nubes, con un valiente llamado a adorar al Dios viviente y a vivir.
«Aun diciendo estas palabras, apenas pudieron impedir que las multitudes les ofrecieran sacrificio» (Hch 14:18).
De la adoración a las armas
El siguiente verso en esta historia se lee: «Pero vinieron algunos judíos de Antioquía y de Iconio, y habiendo persuadido a la multitud, apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto» (Hch 14:19).
Por poco, habiendo escapado de ser adorado por las multitudes, Pablo inmediatamente enfrenta una nueva multitud, una turba que responde de manera muy diferente, incluso violentamente, ante su noticia sobre Jesús. Un grupo intenta adorarlo y la otra intenta asesinarlo. En un momento, es el pastor celebridad; en otro, un villano de mala reputación siendo ejecutado en la calle.
Él no fue rechazado en la oficina, no lo dejaron de seguir en las redes sociales ni lo ignoraron sus amigos y familiares. Lo golpearon con piedras y luego dejaron que se muriera; todo simplemente por darles las buenas noticias sobre Jesús. ¿Cómo respondió Pablo a este atentado contra su vida, a la más severa crítica, oposición y persecución imaginable? ¿Se rindió?
No, él fue a otra ciudad a contar más sobre Jesús (Hch 14:20) y luego regresó a Listra (donde las piedras aún permanecían cubiertas con su sangre) para animar a los creyentes que ahí vivían (Hch 14:21-22).
Pablo aceptó su rechazo, abrazó la hostilidad, porque él no vivía por lo que ellos pensaran de él, sino que por lo que él pensaba de Jesús. Pablo no tomó decisiones para que a más personas lo quisieran, sino para que más personas amaran y siguieran a su Salvador. Con Pedro y Juan, él se rindió a Cristo, sin importar lo que viniera: «Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (Hch 4:20).
Cuidado con los elogios y la crítica
Estas dos escenas en una ciudad ilustran el carro embrujado de la aprobación humana.
Ya sea que el mundo nos aplauda o nos ataque, si no adoran a Jesús, morirán sin una esperanza real. Su aprobación (o rechazo) de nosotros no tiene relación ninguna con nuestra eternidad y ciertamente no los salvará. ¿Rendiremos nuestra necesidad de ser amados con el fin de amar verdaderamente a los perdidos? ¿Estamos dispuestos a cambiar al mundo en el nombre de Jesús sin ser amados por ellos aquí, quizás sin incluso ser notados un poco?
A lo largo del tiempo, les podríamos caer bien a algunas personas en el mundo e incluso nos admiren por nuestra «espiritualidad», pero podemos estar seguros de que algunos nos odiarán. Al menos, ellos odiarán lo que creemos, así como también las decisiones que tomamos por lo que creemos. Jesús promete: «…Ustedes serán odiados de todos por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo» (Mr 13:10-13).
Sin embargo, a medida que nos retiramos de la traicionera y falsa montaña rusa de la aprobación humana y nos escondamos en Cristo, ya no necesitamos temer más (Mt 10:28), ya no somos más tentados a jactarnos (1Co 3:21) y ya no nos acobardaremos para agradar a otros (Ga 1:10). En lugar de ello, viviremos por el placer de conocer a Dios y ser conocidos por él (Fil 3:8).
Ten cuidado con la aceptación y ten cuidado con el rechazo. Ten cuidado con los seguidores y ten cuidado con los enemigos. Ten cuidado con la alabanza y ten cuidado con la crítica. Por sobre todo, está contento en lo que Dios dice sobre ti porque estás en Cristo.
Encuentra tu identidad y confianza en él, no en lo que las personas piensan sobre ti o en tu estatus aquí en esta vida. Nos liberará contarle al mundo el hermoso y ofensivo mensaje que desesperadamente necesita escuchar.