La impaciencia es un pecado oscuro y frecuente que nos encanta justificar. Estábamos agotados. Ocupados. Distraídos. Los niños estaban difíciles. Teníamos demasiado trabajo. Nuestro cónyuge se estaba comportando nuevamente en forma brusca, fría o dura. No dormimos bien la noche anterior. ¿Qué excusas usas cuando se te acaba la paciencia?
Generalmente, yo digo que estoy cansado. «Si tan solo pudiera dormir lo suficiente y tuviera suficiente tiempo para mí», a menudo pienso, o incluso digo, «no sería tan impaciente. Soy una persona paciente que se vuelve impaciente cuando está cansada». ¿Puedes escucharte a ti mismo razonando así? La verdad es que soy una persona impaciente cuya impaciencia con frecuencia sale de su madriguera cuando estoy exhausto. El cansancio nunca nos hace pecar; el cansancio, al igual que otras presiones similares, solo saca a la superficie nuestro pecado (Mt 15:11).
Entonces, ¿de dónde viene la impaciencia? Básicamente, la impaciencia surge de nuestra falta de disposición para confiar y someternos al tiempo de Dios para nuestras vidas.
Aquello que no podemos controlar
La impaciencia es hija de nuestro orgullo e incredulidad. Brota de nuestra frustración por no poder controlar lo que pasa en nuestra vida y cuándo pasa. Vemos esta dinámica cuando el pueblo de Dios estaba en el desierto, justo después de haber sido liberado de la esclavitud y la opresión:
Partieron del monte Hor, por el camino del Mar Rojo, para rodear la tierra de Edom, y el pueblo se impacientó por causa del viaje. Y el pueblo habló contra Dios (Números 21:4-5).
Incluso después de que Dios los sacara de Egipto, les permitiera caminar por el mar Rojo, destruyera a sus enemigos que iban tras ellos y los alimentara con comida del cielo, igual se impacientaron. ¿Por qué? Porque la vida que Dios les había prometido, la clase de vida que realmente querían no parecía concretarse lo suficientemente rápido para ellos. El camino que Él había escogido para ellos resultó ser más largo, duro y doloroso de lo que esperaban. Se enojaron por lo mucho que no podían controlar. De hecho, se enojaron a tal grado que incluso comenzaron a anhelar la crueldad del faraón —al menos en ese entonces podían escoger lo que comían (Éx 16:3)—.
Nuestra impaciencia tiene mucho en común con la de ellos. No podemos decidir qué tanto tráfico habrá. No podemos decidir si nuestros hijos cooperarán en algún momento dado. No podemos decidir cuándo nos enfermaremos, cuándo un electrodoméstico fallará o qué tan a menudo enfrentaremos interrupciones. Hay tantas decisiones que cada día son tomadas en nuestro lugar, sin nuestro consentimiento o incluso sin nuestra contribución. Y los planes de Dios para nosotros son famosos por cambiar nuestros propios planes.
Entonces, cuando somos confrontados con nuestra falta de control, cuando la vida inevitablemente desbarata lo que habíamos planeado, cuando somos forzados a esperar, ¿cómo respondemos normalmente? La impaciencia trata de luchar con Dios para tener el control, mientras que la paciencia gustosamente se arrodilla, con manos extendidas, lista para recibir lo que Dios ha planeado y da. La impaciencia se queja, mientras que la paciencia se regocija aun cuando debe experimentar el dolor real de la espera.
Entonces, ¿de dónde surge la paciencia? Si la impaciencia es hija de nuestro orgullo e incredulidad, la paciencia nace de la humildad, la fe y el gozo.
La humildad destruye la impaciencia
La humildad destruye la impaciencia al admitir gustosamente lo poco que podemos ver en un momento dado, por difícil o inconveniente que ese momento sea. Como dice John Piper: «Dios hace diez mil cosas en tu vida, y puede que tú solo te des cuenta de tres de ellas»[1]. Cuando nos volvemos impacientes, sobrestimamos nuestra propia habilidad de juzgar nuestras circunstancias y subestimamos el bien que Dios puede hacer a través de las inconveniencias indeseadas y retrasos inesperados. Los humildes reciben los mismos inconvenientes y retrasos como un llamado, no como una distracción; como revelación de la voluntad de Dios y de su tiempo.
Los humildes son pacientes con Dios y también con otros. Efesios 4:1-2 (NVI) dice: «[…] vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor». La humildad promueve el tipo de paciencia que el amor requiere. Cada relación de amor verdadero es una manifestación de este soportarse pacientemente unos a otros, porque nuestro pecado hace que sea difícil amarnos y amar bien.
«[…] Revístanse de humildad en su trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes» (1P 5:5). ¿Quieres crecer en paciencia y experimentar una fuente de gracia más rica y plena de Dios? Revístete de humildad.
La fe destruye la impaciencia
Si la humildad destruye la impaciencia al admitir lo poco que podemos ver en medio de nuestras pruebas, la fe lo hace al sujetarse firmemente a las promesas de Dios, aun cuando la vida las ponga en duda.
Por tanto, hermanos, sean pacientes hasta la venida del Señor. Miren cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Sean también ustedes pacientes. Fortalezcan sus corazones, porque la venida del Señor está cerca (Santiago 5:7-8).
Cultivar adecuadamente requiere esperar bien, al igual que vivir bien. La fe confía en que Dios es soberano y bueno, que todas sus promesas son verdaderas en Cristo, que el sufrimiento produce paciencia, que Jesús realmente volverá y hará todas las cosas nuevas, por lo que podemos permitirnos esperar, soportar y ser pacientes. El que es paciente continúa sembrando aun cuando el terreno es duro y la siega incierta, porque sabe que finalmente podrá cosechar (Gá 6:9).
¿Y qué continúa diciendo Santiago en el siguiente versículo? «Hermanos, no se quejen unos contra otros» (Stgo 5:9). Este tipo de fe destruye nuestra impaciencia unos con otros. El agricultor cree que las semillas brotarán y darán fruto, por eso soporta las semanas o los meses secos con paciencia. El cristiano cree que pronto experimentará plenitud de gozo y placeres eternos, y no solo, sino con todos los que hayan creído alguna vez, por eso soporta las ofensas de otros creyentes. No se queja como otros lo hacen. La promesa de lo que está por venir lo hace más fuerte en el amor, le da mayor gracia en sus juicios y más paciencia en los conflictos.
El gozo destruye la impaciencia
Sin embargo, esta fe no es simplemente una confianza en versículos, sino también un gozo desbordante en las maravillas experimentadas. El apóstol Pablo ora para que la iglesia sea «fortalecid[a] con todo poder según la potencia de su gloria, para obtener toda perseverancia y paciencia, con gozo» (Col 1:11 [énfasis del autor]). Las personas pacientes no son murmuradoras en secreto; no es que simplemente repriman su enojo y amargura, y la oculten a los demás. Su paciencia fluye desde la profundidad de su gozo en Dios. Tienen demasiada dicha en Él como para desalentarse por una interrupción o una inconveniencia.
¿Dónde vemos este tipo de gozo resistente? En 2 Corintios 8:1-2, Pablo escribe:
Ahora, hermanos, les damos a conocer la gracia de Dios que ha sido dada en las iglesias de Macedonia. Pues en medio de una gran prueba de aflicción, abundó su gozo, y su profunda pobreza sobreabundó en la riqueza de su liberalidad.
No se quejaron como los israelitas en el desierto. No se molestaron por lo que no podían controlar. No, cuando sus vidas dieron un vuelco y fueron arrojados al fuego, su gozo no solo perduró, sino que se desbordó en generosidad.
Las personas pacientes pueden esperar y aceptar las inconveniencias porque pase lo que pase hoy, mañana o el próximo martes, su tesoro no está bajo riesgo en el cielo y, por lo tanto, su gozo es seguro. Su dicha no depende de sus planes, por eso cuando sus planes son trastocados, su dicha perdura y continúa derramándose en amor.
Aceptemos con gozo la disrupción
Esta misma paciencia milagrosa aparece en Hebreos 10:32-34:
[…] ustedes soportaron una gran lucha de padecimientos. Por una parte, siendo hechos un espectáculo público en oprobios y aflicciones, y por otra, siendo compañeros de los que eran tratados así. Porque tuvieron compasión de los prisioneros y aceptaron con gozo el despojo de sus bienes, sabiendo que tienen para ustedes mismos una mejor y más duradera posesión.
Con gozo aceptaron el saqueo de sus bienes. No solo estuvieron dispuestos a que sus posesiones fueran destrozadas y robadas por seguir a Jesús, sino que también se alegraron de sufrir por su causa. Si estuviéramos en las mismas circunstancias, ¿se podría decir lo mismo de nosotros? ¿Aceptaríamos ser despojados de nuestras posesiones, nuestros hogares, nuestros presupuestos? ¿Aceptamos ahora con gozo que nuestros calendarios sean perturbados, nuestros sueños sean desbaratados, nuestro trabajo sufra contratiempos, la crianza de nuestros hijos sea difícil y monótona? ¿Aceptamos con gozo todos los problemas de la vida?
Lo haremos si sabemos, como ellos, que tenemos una mejor y más duradera posesión; si sabemos que tenemos a Dios para siempre, y que en Él tenemos más que suficiente para soportar lo que sea que nos llame a soportar por ahora. La paciencia fluye de una aceptación humilde de lo que no sabemos ni podemos controlar. Fluye de nuestra profunda y duradera confianza de que Dios cumplirá sus promesas sin importar lo improbable que eso parezca en este momento. Y fluye de corazones profundamente dichosos de tenerlo a Él como nuestro mayor gozo.
Marshall Segal © 2021 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. Traducción: Marcela Basualto
[1] N. del T.: traducción propia.