Suena tan simple y directo, quizás incluso trivial.
No es un concepto llamativo ni una idea especialmente atractiva. No llama la atención ni acapara titulares. Puede ser aparentemente tan pequeño como decir no a otra galletita Oreo, papas fritas o helado —o a otra media hora de Netflix o Facebook—, o puede parecer tan significativo como vivir dando un rotundo sí a la sobriedad y a la pureza sexual. Está en el apogeo de la virtud cristiana en un mundo caído, y su ejercicio es simplemente una de las cosas más difíciles que puedas aprender a hacer.
Dominio propio: nuestro español es franco y funcional. No hay un manto de imágenes o pretensiones eufemísticas. Sin golpes, sin giro poético, sin ironía entrañable. El dominio propio es simplemente esa práctica importante, impresionante y casi imposible de aprender a mantener el control de la bestia de las propias pasiones pecaminosas. Significa permanecer dueño de tu propio dominio no solo en las situaciones de bonanza, sino también cuando te enfrentas a pruebas o tentaciones. El dominio propio puede ser el epítome de es «más fácil decirlo que hacerlo».
Puede ser enseñado
El «hombre malvavisco» Walter Mischel es un profesor de la Ivy League conocido por sus experimentos de dominio propio. Hace casi cincuenta años, creó una prueba para ver cómo responderían varios niños de cinco años si se les dejaba solos con un malvavisco durante quince minutos con instrucciones de no comerlo y con la promesa de que, si no lo comían, recibirían dos malvaviscos. El New York Times informa,
Es famoso que los niños en edad preescolar que esperaron más tiempo por el malvavisco obtuvieron puntajes más altos en las pruebas de selección universitaria que los que no pudieron esperar. En años posteriores eran más delgados, obtuvieron títulos más avanzados, consumieron menos cocaína y enfrentaron mejor el estrés. Ahora que estos primeros niños malvaviscos están entrando en sus cincuentas, el señor Mischel y sus colegas están investigando si los que fueron buenos para esperar también son más ricos[1].
Ahora Mischel es un octogenario y nuevamente quiere asegurarse de que los nerviosos padres de niños autoindulgentes no pasen por alto este hallazgo clave: «que te comas un malvavisco a los cinco años no es tu destino. El dominio propio se puede enseñar».
Si es cristiano
Junto con el amor y la piedad, el dominio propio sirve como el principal término resumen para la conducta cristiana en todo su esplendor (2Ti 1:7; Tit 2:6, 12; 1P 4:7; 2P 1:6). Es el «fruto del Espíritu» culminante en la famosa lista del apóstol (Gá 5:22-23) y una de las primeras cosas que deben ser características de los líderes en la iglesia (1Ti 3:2; Ti 1:8). Hechos resume el razonamiento del apóstol sobre el Evangelio cristiano y la cosmovisión como «justicia, dominio propio y juicio venidero» (Hch 24:25). Y Proverbios 25:28 compara «el hombre que no domina su espíritu» con «una ciudad invadida y sin murallas».
Para empezar, la idea de controlarse a uno mismo supone al menos dos cosas: 1) la presencia de algo dentro de nosotros que necesita ser refrenado y 2) la posibilidad en nosotros, o a través de nosotros, de recurrir a alguna fuente de poder para refrenarlo. Para los nacidos de nuevo, nuestros corazones son nuevos, pero el veneno del pecado que mora en nosotros todavía corre por nuestras venas. No solo hay malos deseos a los que renunciar por completo, sino también buenos deseos a los que mantener bajo control y complacer solo de manera apropiada.
El dominio propio cristiano es multifacético. Implica tanto «el control sobre el comportamiento propio como sobre los impulsos y las emociones subyacentes»[2]. Incluye nuestras mentes y nuestras emociones, no solo nuestras acciones externas, sino también nuestro estado interno.
Corazón, mente, cuerpo, bebida y sexo
Bíblicamente, el dominio propio, o la falta del mismo, apunta a lo más profundo de nosotros: el corazón. Comienza con el control de nuestras emociones y luego incluye también nuestra mente. El dominio propio a menudo se asocia con la «sobriedad» (1Ti 3:2; Tit 1:8; Tit 2:2; 1P 4:7), y en varios lugares el lenguaje del «dominio propio» se aplica especialmente a la mente. Marcos 5:15 y Lucas 8:35 caracterizan al endemoniado sanado como «vestido y en su sano juicio» (NVI). Pablo usa un lenguaje similar para hablar de estar cuerdos (2Co 5:13), así como de no estar loco (Hch 26:25). Y Romanos 12:3 exhorta a todo cristiano a que «no piense de sí mismo más de lo que debe pensar», sino a ejercer una forma de dominio propio: pensar «con buen juicio».
El dominio propio también es corporal y externo. El apóstol disciplinaba su cuerpo para «domin[arlo]» (1Co 9:25-27, NVI). Puede significar no ser «esclav[os] de mucho vino» (Tit 2:3-5). Y en particular, el lenguaje del dominio propio a menudo tiene connotaciones sexuales. Pablo instruye a los cristianos a «que se abstengan de inmoralidad sexual; que cada uno de ustedes sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión degradante» (1Ts 4:3-5). En una exhortación a las mujeres en 1 Timoteo 2:9, el dominio propio se relaciona con la modestia. Y 1 Corintios 7 supone cierta falta de dominio propio en adultos casados que podría darle a Satanás algún punto de apoyo si ellos privan innecesariamente a su cónyuge del sexo por un tiempo prolongado (1Co 7:5). Dios ha dado a algunos el don de la soltería y, con ello, «domina[r] su propia voluntad» (1Co 7:37, NVI); otros se «quem[an] en pasión» y encuentran mejor casarse (1Co 7:9).
La pregunta para el cristiano, entonces, es esta: si el dominio propio es tan importante, y si de hecho se puede enseñar, entonces, ¿cómo hago para buscarlo como cristiano?
Encuentra tu fuente fuera de ti mismo
El profesor Mischel predica un evangelio de distracción y distanciamiento:
Los niños que tienen éxito le dan la espalda a la galleta, la empujan, fingen que es algo no comestible, como un trozo de madera, o inventan una canción. En lugar de mirar fijamente a la galleta, la transforman en algo que les atrae menos […]. Si cambias tu forma de pensar sobre ello, cambia su impacto en lo que sientes y haces.
Este puede ser un buen punto de partida, pero la Biblia tiene más que enseñar que la pura renuncia. Dirige tus ojos y tu atención, sí, pero no a una mera diversión, sino a la fuente del verdadero cambio y el poder real que está fuera de ti, donde puedes satisfacerte legalmente. La clave del dominio propio no está en el interior, sino en lo alto.
Don y deber
El verdadero dominio propio es un don de lo alto, producido en y a través de nosotros por el Espíritu Santo. Hasta que reconozcamos que lo recibimos desde afuera de nosotros mismos, en lugar de haberlo avivado desde adentro, el esfuerzo que hacemos para controlarnos a nosotros mismos redundará en nuestra alabanza, en lugar de en la de Dios.
Sin embargo, también debemos tener en cuenta que el dominio propio no es un don que recibimos pasivamente, sino activamente. No somos la fuente, pero estamos íntimamente involucrados. Abrimos el regalo y lo vivimos. Recibir la gracia del dominio propio significa tomarlo completamente y luego salir al ejercicio real de la gracia. «Así como a los hebreos se les prometió la tierra, pero tuvieron que tomarla por la fuerza, un pueblo a la vez», dice Ed Welch, «así se nos promete el don del dominio propio, pero también debemos tomarlo por la fuerza»[3].
Es posible que puedas engañarte a ti mismo para lograr una apariencia de verdadero dominio propio. Es posible que puedas reunir la fuerza de voluntad para simplemente decir que no. Pero solamente tú recibes la gloria por eso, lo cual no será lo suficientemente satisfactorio para el cristiano.
Queremos que Jesús se lleve la gloria. Queremos controlarnos con el poder que Él nos da. Aprendemos a decir que no, pero no nos limitamos a solo decir que no. Admitimos lo inadecuado y el vacío de hacerlo por nuestra cuenta. Oramos pidiendo la ayuda de Jesús, rendimos cuentas y elaboramos estrategias específicas («Desarrolla un plan claro y publicitado», aconseja Welch). Confiamos en las promesas de Dios de suministrarnos el poder para toda buena obra (2Co 9:8; Fil 4:19) y luego actuamos con fe en lo que Él hará en y a través de nosotros (Fil 2:12-13). Y luego le damos las gracias por cada esfuerzo y éxito provistos por el Espíritu y damos un paso adelante con dominio propio.
El control de Cristo
En última instancia, controlarnos a nosotros mismos consiste en ser controlados por Cristo. Cuando «el amor de Cristo nos apremia» (2Co 5:14), cuando aceptamos la verdad de que Él es nuestro soberano y que Dios «no dejó nada que no le sea sujeto» (Heb 2:8), podemos disfrutar de la libertad que no necesitamos reunir nuestras propias fuerzas para ejercer dominio propio, sino que podemos encontrar fuerzas en la fuerza de otro. En la persona de Jesús, «la gracia de Dios se ha manifestado […] enseñándonos», no solo para «nega[r] la impiedad y los deseos mundanos», sino para que «vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente» (Tit 2:11-12). El dominio propio cristiano finalmente no se trata de poner nuestras pasiones corporales bajo nuestro propio control, sino bajo el control de Cristo por el poder de su Espíritu.
Debido a que el dominio propio es un don producido en y a través de nosotros por el Espíritu de Dios, los cristianos pueden y deben ser las personas del planeta más esperanzadas de crecer en dominio propio. Somos, después de todo, hermanos del Hombre con más dominio propio en la historia del mundo.
Toda su vida estuvo «sin pecado» (Heb 4:15). «el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca» (1P 2:22). Él mantuvo el rumbo incluso cuando el sudor era como gotas de sangre (Lc 22:44). Pudo haber llamado a doce legiones de ángeles (Mt 26:53), pero tuvo los medios para no refutar los falsos cargos (Mt 27:14) o defenderse (Lc 23:9). Cuando lo maldijeron, Él no lo devolvió (1P 2:23). Le escupieron en la cara y lo golpearon; algunos lo abofetearon (Mt 26:67). Lo azotaron (Mt 27:26). En cada prueba y tentación, «aprendió obediencia por lo que padeció» (Heb 5:8), y en el pináculo de su dominio propio fue «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2:8). Y Él es quien nos fortalece (1Ti 1:12; Fil 4:13).
En Jesús tenemos la fuente del verdadero dominio propio mucho más allá de nuestro frágil ser.
David Mathis © 2014 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso
[1] Pamela Druckerman, «Learning How to Exert Self-Control», The New York Times, 12 de septiembre de 2014, https://www.nytimes.com/2014/09/14/opinion/sunday/learning-self-control.html.
[2] Philip Towner, Letters to Timothy and Titus, ed. por Ned B. Stonehouse, F. F. Bruce, Gordon D. Fee (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans Publishing), 252.
[3] Ed Welch, Self-Control: The Battle Against “One More” [Dominio propio: la batalla contra «uno más»], Journal of Biblical Counseling 19:2 (2001), 30