Antes de que el nacimiento de Caly nos distrajera de una manera positiva, estábamos en medio de una serie a la que llamamos «Las tres principales». Nuestra meta era animar a las esposas a considerar cuáles eran las «tres principales» formas de complacer a sus esposos. Aunque éstas difieran de un hombre a otro, decidimos concentrarnos en las tres principales de nuestros propios esposos, entre las cuales probablemente una o más coincidirían con las listas de muchos otros.
Nicole consideró la importancia de la intimidad, y Kristin, el efecto enriquecedor de alentar. Quisiéramos detenernos un poco más en este tema del aliento. Y a las solteras les decimos: Queremos que sigan con nosotras, porque ya sea que se estén relacionando con otros o se estén preparando para el matrimonio, este tema es extremadamente relevante para ustedes.
Si eres como yo, leer algo sobre dar aliento o ver el ejemplo de una mujer que lo hace te puede inspirar, pero cuando a diario debemos enfrentar los pecados de otros —de nuestros esposos, compañeros de trabajo, familiares o compañeros de departamento—, ese deseo de alentar a otros se evapora, dejando sólo un resentimiento, enojo, y finalmente desánimo. ¿Cómo, entonces, podemos cultivar una genuina actitud de aliento que soporte el rigor de las relaciones cotidianas?
Creo que el aliento está cimentado en una conciencia creciente de nuestro propio pecado. Como escribí en Feminine Appeal:
«Como una piedrita lanzada a una piscina, la conciencia de nuestra pecaminosidad genera un maravilloso efecto de onda en nuestro matrimonio. Así es como funciona: Mientras más entendemos el pecado de nuestro corazón, más apreciamos la paciencia y la misericordia de Dios, y esto, a su vez, produce una actitud de humildad y misericordia hacia nuestros esposos».
El héroe histórico de mi esposo, Charles Spurgeon, dijo una vez:
«El que crece en gracia recuerda que no es más que polvo, y por lo tanto, de sus hermanos cristianos no espera más que eso. Pasa por alto diez mil errores de ellos porque, en su propio caso, sabe que su Dios pasa por alto veinte mil. Él no espera perfección en la criatura, y por eso, no se decepciona cuando no la encuentra».
Cuando vemos que nuestros esposos son pecadores al igual que nosotras mismas —pecadores necesitados de la gracia y la misericordia de Dios—, comenzamos a despojarnos de cualquier actitud intolerante, crítica o exigente que nos sintamos tentadas a tener. Todos los esposos tienen áreas en las que deben cambiar y crecer, ¡pero nosotras también!
Aunque ambos seamos pecadores, Dios usa nuestro matrimonio para ayudarnos a crecer en piedad. De hecho, los pecados particulares de nuestros esposos, sus debilidades propias e incluso sus idiosincracias están hechas a nuestra medida. Y a su vez, nuestros pecados y debilidades están hechos a la medida de ellos. Tanto los esposos como las esposas se parecerán más a Cristo al tener que lidiar con el pecado y las deficiencias del otro.
¿Puedes ver cómo funciona? Si somos más críticas que alentadoras con nuestro esposo, o más insatisfechas que agradecidas, es una clara señal de fariseísmo. Y el aliento no crece en este ambiente de arrogancia. Si queremos convertirnos en alentadoras, el primer paso es «recordar que no somos más que polvo». Cuando nos sintamos abrumadas de gratitud por la misericordia de Dios hacia nosotras, será fácil alentar a nuestros esposos.
Finalmente, una palabra para las mujeres solteras, también de Feminine Appeal:
«Si estás soltera, me gustaría animarte a estudiar estas verdades ahora. Te servirán al interactuar con hombres solteros, al alentar a tus amigos casados, y al prepararte para tu futuro (si Dios te llama a casarte). La humildad que nace de tener conciencia de nuestras tendencias pecaminosas es una cualidad esencial del carácter de un cristiano maduro. Como mujer soltera deberías cultivar esa humildad y buscarla en cualquier hombre que tenga intenciones de casarse contigo».