Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. Este es el día tres:
La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte (2 Co 7:10).
Todos estamos familiarizados con el horrible patrón del pecado. Acabas de pecar nuevamente y sientes el peso de lo que has hecho. Te prometes a ti mismo que nunca más volverás a caer en ese tipo de comportamiento pecaminoso. Despiertas la mañana siguiente con una nueva determinación, pero no puedes evitar sentir culpa. Pero aún así, en el tiempo esos sentimientos de vergüenza y culpa comienzan a disminuir y a desvanecerse, y mientras lo hacen, también lo hace tu determinación. Antes de que te des cuenta, pecaste de nuevo y el ciclo comienza otra vez. Como dice el Proverbio: «como vuelve el perro a su vómito, así el necio insiste en su necedad» (Pr 26:11). Lejos de la gracia de la tristeza piadosa este ciclo continuará. Solo cuando se nos conceda una tristeza piadosa (una tristeza que odia al pecado más que sus consecuencias) buscaremos un cambio perdurable.
Padre, solo la tristeza piadosa lo hará. Quiero tener una tristeza piadosa por mi pecado, así que, por favor, ayúdame a ver mi pecado de la forma en que tú lo haces. Rescátame de la tristeza mundana y egocéntrica que solo produce más muerte. Dame una tristeza que clame junto a David, «contra ti he pecado, solo contra ti, y he hecho solo lo que es malo ante tus ojos» (Sal 51:4). Confío en que, por medio de la obra terminada de Cristo, recibes mi arrepentimiento con gracia y perdón. Señor, te suplico que me des la dolorosa gracia de la tristeza y el arrepentimiento piadoso, hoy y siempre. Amén.