Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. Este es el día diez:
Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes serán realmente libres (Juan 8:36).
El pecado esclaviza. Te promete alegría y vida, pero solo te entrega niveles cada vez más profundos de cautiverio. La libertad del pecado y de sus horribles consecuencias parece ser nada más que un espejismo o una promesa vacía cuando, una y otra vez, te presentas al pecado como su obediente esclavo. Te escuchas a ti mismo decir cosas como, «no puedo evitarlo» o «lo intenté pero no pude hacerlo». El enemigo hará todo lo que está en su poder para convencerte de que eres esclavo del pecado. Hará todo lo que pueda para hacerte creer que no tienes poder para conquistarlo.
Hay solo una pizca de verdad en lo que el acusador dice: en tus propias fuerzas, realmente, no tienes poder. Sin embargo, si estás en Cristo has sido liberado de la esclavitud del pecado. Ya no tienes que vivir en tus propias fuerzas; ahora puedes vivir en las fuerzas de otro. El poder del pecado ha sido destruido en tu vida. El Hijo te ha liberado de la esclavitud. Y ahora te invita y te ordena a que vivas en el gozo de esa libertad. ¡Sé libre!
Padre, gracias por liberarme en Cristo. Confieso que demasiadas veces me he presentado como un esclavo obediente del pecado. He fallado en aferrarme a la libertad que Cristo ha ganado para mí; he regresado a mi prisión y a mis cadenas arrastrándome. Sin embargo, sé y creo que el pecado ya no es mi amo. Convence a mi corazón de que te pertenezco a ti y que el pecado ya no es mi dueño. Ayúdame a vivir en la libertad que Cristo compró para mí.