Últimamente me he sentido abrumado de oportunidades aparentemente inagotables de hacer cosas buenas. He estado evaluando a qué decir sí y a qué decir no. Pareciera que, cada año que pasa, debo decir que no a una mayor cantidad de cosas buenas (en esto, las madres y los padres jóvenes pueden sentirse identificados, ya que tanto sus hijos como sus matrimonios demandan mucha atención, y jamás se agotan las cosas —buenas o malas— que podrían distraerles de llevar a cabo una o ambas).
Precisamente hoy tuve que cancelar dos cosas que, meses atrás, creí que podría hacer —cuando me pareció que tendría el tiempo suficiente—. Detesto hacerlo, pero se ha vuelto obvio que debo ser implacable si quiero tener tiempo para hacer lo que creo que Dios quiere que haga. De lo contrario, sencillamente no podré.
No deberíamos decir que sí a algo sólo porque es bueno o incluso grandioso. Cuando digo que no a las cosas buenas, siempre repaso lo que mi esposa Nanci y yo hemos aprendido al cabo de muchos años: Debo decir que no a la gente en cuanto a la mayoría de las cosas buenas que me invitan a hacer… para estar disponible y decir que sí a Dios en cuanto a esa pequeña cantidad de cosas que Él realmente me ha llamado a hacer. A veces tendemos a decir que sí a demasiadas cosas buenas que nos dejan agotados e incapaces de dar lo mejor en las relativamente pocas cosas provenientes de Dios.
(Por supuesto, algunas personas dicen que no a las cosas que Dios los llama a hacer porque, en lugar de eso, cada noche dicen que sí a tres horas de televisión, o de Internet, o de videojuegos. Este artículo apunta más bien a quienes están usando su tiempo con sabiduría pero aún se sienten abrumados)
Cada vez que decimos que sí a algo, hemos notado que no se trata únicamente de la cosa nueva en sí misma, sino también de los nuevos contactos, las nuevas redes, y todas las nuevas solicitudes que surgen de allí. Nos encanta la gente, y disfrutamos de hacer nuevos amigos. Sin embargo, también es cierto que, aunque estemos agradecidos de que Dios nos traiga nuevos amigos, luego no los buscamos activamente: a medida que los años pasan, el esfuerzo para seguir siquiera en contacto con los amigos más antiguos se hace mayor.
A veces, sencillamente tengo que dejar de lado el correo electrónico. Es interminable. Sólo podría mantenerme al día si no hiciera nada más. No importando lo que hagamos, la semana tiene 168 horas (¡y la tercera parte de ellas deberíamos estar durmiendo!). Si necesitamos encontrar tiempo para una cantidad X de personas adicionales, será dentro de la misma cantidad de tiempo disponible, y muy pronto, las tajadas del pastel se harán cada vez más delgadas. Al final, tus buenos amigos ya no reciben nada porque has dividido el pastel entre demasiadas personas.
Y lo que sucede con las personas, sucede también con las causas que apoyamos. En lugar de invertir muy poco en una gran cantidad de causas, es mejor entregarse incondicionalmente y dando lo mejor en una cantidad mucho menor de ellas. Pide a Dios sabiduría para determinar cuáles habrán de ser, y Él te la dará (Santiago 1:3). Pero NUNCA digas que sí sin preguntar si esta es una de aquellas cosas excepcionales que Dios realmente quiere que hagas. Dile que, a menos que Él te abofetee y te lo deje claro, asumirás que Él NO quiere que lo hagas.
Esto es lo que se llama descuido planificado. Con el fin de estar disponibles para hacer lo que Dios quiere, necesitamos dejar de hacer aquello que muchos quieren que hagamos. Y mientras a veces Él habla en un suave murmullo, la gente habla en voz ALTA. Tenemos que asegurarnos de escuchar a Dios. Para hacerlo, debemos acercar nuestro oído a su Palabra y orar y buscar su rostro.
En lugar de agotarnos haciendo muchas cosas secundarias, hagamos bien unas pocas cosas primordiales. Esto empieza con nuestro tiempo diario con Dios. Cuando María estaba sentada a los pies de Jesús y Marta estaba molesta porque María no hacía lo que ella quería, Jesús le dijo a Marta: «Sólo una [cosa] es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará» (Lucas 10:42).
Por lo tanto, decide qué cosa vas a desatender esta semana con el fin de prestar atención a Dios. Y mientras lo haces, busca su sabiduría y poder para hacer aquellas pocas cosas que Él quiere que hagas.