¿Qué niño es este? no es la canción favorita para los niños. Los tonos menores y el ritmo más lento provoca que no sea tan cautivante para los oídos pequeños. Es difícil competir con el brillo, la cadencia y la vitalidad de Jingle Bells y Gozo del mundo.
Y esa repetida pregunta retórica es desconcertante para el sentido artístico no desarrollado de un niño. «¿Qué niño es este?». Es Jesús, por supuesto. ¿Por qué seguimos preguntándonos eso cuando todos sabemos la respuesta?.
Clavos y una lanza lo traspasarán
Sin embargo, muchos de nosotros finalmente superamos la infantil desilusión que el villancico nos generó. Para algunos, se ha convertido incluso en un favorito. Especialmente, para aquellos que están sumergiendo sus mentes en la Escritura. Se debe a ese poderoso dístico en el segundo verso que da una nota tan olvidada durante las fiestas de fin de año.
Clavos y lanzas lo herirán
Por ti y por mí la cruz cargará.
«Pero es Navidad», alguien objeta. «La Cuaresma tiene su tiempo cada primavera; dejen que el Adviento tenga su momento en diciembre. No desplacen la alegría y el tintineo con tal muerte y violencia. No permitamos que la Cuaresma y su cruz opaquen al Adviento y su pesebre».
Aunque pueda ser muy cómodo analizar nuestras celebraciones y mantener nuestros sentimientos sobre las fiestas en sus compartimentos claramente etiquetados, no podemos separar a Belén del Gólgota sin perder lo que la Navidad realmente es. Existe un lugar para centrarse en el establo, los pastores y la maravilla de la encarnación, pero para apreciar la profundidad de lo que estaba pasando ahí, debemos tener a la vista el monte del Calvario.
Este no es un número circense
Si aislamos el nacimiento de Jesús de su muerte y resurrección, suprimimos el centro de lo deslumbrante de la Navidad. Este evento increíblemente espectacular (Dios haciéndose hombre, total divinidad y total humanidad juntos en una sola persona) no solo cautiva nuestra atención, sino que también nos captura para este Dios-Hombre. Somos parte. Es nuestro rescate el que está a la vista. En palabras del viejo credo, esta encarnación es «por nosotros y por nuestra salvación».
La Navidad es un espectáculo sensacional. El Todopoderoso Anciano de Días nace como un delicado y frágil bebé. No obstante, esta no es una maravilla que podemos ver desde la distancia, como rostros sin nombre en un mar de espectadores desconectados. No somos meros fanáticos del héroe; más bien, somos conocidos y amados por Él. Sus hechos heroicos no son para nuestro entretenimiento, sino que para nuestra alegría eterna.
Durante Navidad, nuestra entrada no está restringida a las graderías, a las tribunas, detrás de una barrera, sino que somos llevados al campo, a ser parte del equipo de la superestrella, nos dan una camiseta con nuestro nombre. La asombrosa hazaña ontológica que obtiene en su encarnación no es un número circense para cualquiera, sino que un acto de amor por nosotros.
Nacido para cargar la cruz
Desde el mismo comienzo, desde Belén y antes de ella, el árbol de Jerusalén y la tumba vacía quedan en la distancia y le dan significado a cada canción angelical y a cada regalo de los sabios del oriente. Y no como el truco mágico más alucinante de la historia (realmente muerto y luego vivo otra vez), sino como un acto intencional, efectivo y diseñado explícitamente para aquellos que lo reciben.
Él no vino a ser aplaudido por millares de desconocidos espectadores, sino que «a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc 19:19). La encarnación no es una puesta en escena en un espectáculo de variedades, Él «vino al mundo para salvar a los pecadores» (1Ti 1:15). El Hijo eterno de Dios se hizo hombre no para cosechar un grupo de amigos admirables, sino que para redimir a una esposa quebrantada: «no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mr 2:17).
«El Hijo de Dios se manifestó con este propósito», dice el apóstol Juan, «para destruir las obras del diablo» (1Jn 3:8) —y en particular para liberar a las personas de las garras de Satanás—. Puesto que nosotros, su pueblo, participamos «de carne y sangre, también Jesús participó de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida» (Heb 2:14-15).
Por amor a nosotros
«Cuando vino la plenitud del tiempo», dice Pablo, «Dios envió a su Hijo, nacido de mujer […] para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gá 4:4-5). Él vino para transformarnos en su familia íntima, no unos fanáticos lejanos.
Él no vino a recolectar autógrafos, libros, singles o cameos. «[…] Que siendo rico, sin embargo por amor a ustedes se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ustedes llegaran a ser ricos» (2Co 8:9). Por amor a ustedes. Es ese por amor a ustedes lo que un poco de Cuaresma trae a nuestro Adviento. Aún mejor cuando es mucho.
Permanecemos maravillados durante la Navidad, no solo porque el Verbo se ha hecho carne (Jn 1:14), sino porque desde su plenitud recibimos tal gracia (Jn 1:16). Nos maravillamos no solo porque Él es tanto Dios como hombre, sino porque Él lo es precisamente por nosotros.