Nota del editor: esta es la respuesta a una de las diferentes preguntas que los oyentes del pódcast Ask Pastor John le hacen al pastor John Piper.
Los cementerios son lugares únicos. Normalmente, son áreas sombrías y tranquilas, fuera del bullicio de la ciudad. Para muchos, estos son lugares extrañamente incómodos. Otros se sienten atraídos a hacer peregrinajes habituales. Para aquellos que visitan los cementerios surge la pregunta sobre lo que buscamos lograr con estas visitas a las tumbas. La pregunta es de Dave.
«Querido pastor John, gracias por este pódcast», escribe. «Aprecio sus respuestas reflexivas a preguntas difíciles. Me pregunto qué es lo que los cristianos deberían hacer, sentir y pensar en un cementerio. Veo a algunos de ellos decorando las tumbas de sus seres queridos con flores. Otros las visitan a menudo, incluso en forma semanal. Algunos hacen recuerdos con cariño; otros lloran cada vez que las visitan durante un período de muchos años. ¿Hay una teología errada detrás de todas estas prácticas? ¿En qué momento nos volvemos demasiado sentimentales? ¿Cuándo se convierten estas visitas en un culto a los ancestros? ¿Cuándo se vuelven una pérdida de tiempo? La Biblia observa períodos extensos de duelo debido a muertes. Además, claramente algunas tumbas eran marcadas y recordadas por generaciones. Salomón dijo: “Mejor es ir a una casa de luto que ir a una casa de banquete” (Ec 7:2). ¿Qué deberían lograr y aprender los cristianos de las visitas a los cementerios?».
Hay momentos en la vida que representan, de manera inusual, una división entre el pasado y el futuro: la graduación de la escuela secundaria o de la universidad, un matrimonio o un nuevo trabajo. Una temporada terminó; una nueva está comenzando.
Sin embargo, a mí me parece que, aparte de nuestra propia conversión, probablemente el acontecimiento que divide más decisivamente nuestro pasado y futuro es la muerte de un ser querido. Esa etapa ha terminado de manera más irrevocable que todas las demás. Y podríamos decir que un cementerio, una lápida o una placa de bronce con un nombre querido es como un gran e inevitable letrero de señalización que apunta a dos direcciones: tu vida pasada con tu ser querido y tu vida futura sin él.
Por lo tanto, ¿cuál es el mandato bíblico o la actitud bíblica cuando estás parado al lado de esa deslumbrante señalización que divide tu vida? O como Dave plantea en su pregunta: ¿habrá cosas que no son bíblicas ni saludables que podríamos hacer en este letrero, en esta lápida, y hay cosas bíblicas y saludables que sí podríamos hacer en un cementerio? Déjenme comenzar mencionando algunas cosas que no son bíblicas ni saludables que podrías sentir y hacer en un cementerio, y luego terminaré con algunas sugerencias bíblicas y saludables.
Visitas no saludables
Lo que hace que nuestra visita a la tumba de un ser querido no sea bíblica ni saludable es un tipo de necesidad constante por la persona fallecida que no se satisface en la fe en Jesús y que se expresa en maneras no saludables y que deshonran a Cristo.
La Biblia dice claramente que hay un sentido en el cual los miembros del cuerpo de Cristo —y eso incluiría a los miembros de la familia cristiana— se necesitan unos a otros. No deshonramos a Cristo cuando nos damos cuenta de que otras personas son regalos de Cristo y están destinadas a representar a Cristo ante nosotros. En 1 Corintios 12:21, Pablo dice: «Y el ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”». Sí, lo necesitas; no es correcto que digas que no necesitas a otras personas que Dios ha designado y ha puesto en tu vida.
No obstante, cuando Dios en su providencia —que es siempre sabia, justa y buena, y siempre amorosa hacia su pueblo— se lleva a un miembro del cuerpo de Cristo, a un miembro de la familia, Él dice: «ya no necesitas más a esta persona —no del modo en que lo hacías antes—. Yo seré tu provisión. Yo supliré todas tus necesidades en Cristo Jesús». Por tanto, si tu visita al cementerio es una expresión constante de «te necesito; no puedo vivir sin ti», esta es una expresión de desconfianza en las promesas de Cristo.
Algunos ejemplos de cómo se manifiesta esa desconfianza serían, entre otros, ir al cementerio para expresar enojo con Dios: sentir enojo con el Dios infinitamente sabio y bueno es una respuesta pecaminosa a una pérdida. O puede que vayas al cementerio para decir: «te necesito tan apremiantemente que voy a tratar de comunicarme con los muertos». En Deuteronomio 18:10-12, Dios le dijo a Israel: «No sea hallado en ti […] quien practique adivinación, ni hechicería, o que sea agorero, o hechicero, o encantador, o adivino, o espiritista, ni quien consulte a los muertos. Porque cualquiera que hace estas cosas es abominable al Señor». Es un pecado intentar establecer comunicación con los muertos.
Otra forma en la que esta respuesta infiel se puede manifestar es cuando vas al cementerio a hacer penitencia por todas las veces en que recuerdas haberle fallado a la persona fallecida. Te sientes culpable y piensas que quizás al mostrar suficiente dolor en la tumba compensará el mal que hiciste. El problema con eso es que Cristo no nos enseña a enfrentar nuestros fracasos y nuestros pecados de esa manera. Él entiende nuestras fallas y nuestros sentimientos de culpa. Y, créeme, cada uno de nosotros en la tumba de alguien que amábamos sentirá una sensación de fracaso; recordaremos todas las formas en que podríamos haber demostrado nuestro amor mucho mejor. Pero la solución a ese doloroso problema de culpa no son más horas de penitencia en el cementerio bajo la lluvia, sino más confianza en la sangre suficiente de Cristo.
Esas son unas pocas formas en las que ir al cementerio podría no ser bíblico ni saludable.
Siete razones por las cuales ir al cementerio
¿Qué hay de las maneras sanas? Solo mencionaré siete.
1. Ve a llorar
No hay duda de que perder a un ser querido es peor que una amputación, y las amputaciones duelen. Deseadas o espontáneas, las lágrimas fluyen. Está bien que lo hagan, y la tumba es el lugar más adecuado para ellas.
2. Ve para experimentar la solemnidad de tu propia mortalidad
Medita en el cementerio lo inevitable que es tu propia muerte. Como dice el salmista, contar nuestros días debería traernos sabiduría (Sal 90:12). Pocas cosas disipan la niebla de la mundanalidad como la pérdida de un ser querido, así que anda al cementerio y deja que tu pérdida te enseñe sabiduría para la breve vida que te queda.
3. Ve para reavivar la llama de la esperanza de la resurrección
Deja que la tumba avive tu esperanza de estar con Cristo. Al pararte al lado de la tumba de un cuerpo que se descompone, un cuerpo que quizás sostuviste, levanta tus ojos al cielo y cree que la promesa sembrada en deshonra, resucitará en gloria (1Co 15:43).
4. Ve a meditar
Piensa; reflexiona: ¿qué puedo aprender de esta pérdida? ¿Qué hubiera hecho diferente? ¿Cuáles son las implicancias de este vacío en mi vida para mi futuro? ¿Qué puedo aprender acerca de Dios en Cristo, sobre la salvación, sobre el significado y el propósito de la vida desde este doloroso punto de vista? Es un momento extraño y valioso, y hay mucho que aprender.
5. Ve a expresar respeto y honor
¿No fue un gran privilegio haber sido el amigo o el cónyuge o el admirador a distancia de esta persona fallecida? Quiero rendirle tributo al valor que tuvo en mi vida. Le debo tanto. Mi presencia aquí dice: «lo honro. Lo respeto. Le rindo tributo a él y a Dios quien me dio el privilegio de conocerlo».
6. Ve a agradecer
Es prácticamente inevitable que brote agradecimiento desde nuestro corazón por aquellos que amamos y perdimos. Nos gustaría que lo supieran, pero sabemos que tratar de comunicarnos directamente con los muertos es pecado. Y por eso, todo nuestro agradecimiento lo ofrecemos a Dios, y Él no sentirá celos de nuestra sugerencia en oración de que le informe a nuestro amado redimido de lo que sentimos. Pero, principalmente, rebosamos de agradecimiento a Dios por su vida, por lo que significó y aún significa para nosotros, y es un gran lugar donde decirlo y sentirlo.
7. Ve al cementerio para inspirarte
Ten esperanza en las promesas de Dios, Él estará contigo desde hoy en adelante. Él nos ayudará, nos fortalecerá y sostendrá con la diestra de su justicia (Is 41:10). Él santificará todo nuestro dolor. Nos hará útiles en los días venideros para el bien de otros, para su gloria y para nuestro propio gozo.