Nunca me siento más hermosa físicamente que cuando estoy embarazada. La batalla con la conciencia de mi cuerpo se desvanece a medida que mi barriga se expande para albergar nueva vida. El desdén que siento por mi rostro redondo es eclipsado por una piel perfecta debido a las vitaminas prenatales y por el «brillo» de la gozosa expectativa. Sin embargo, irónicamente, nunca estoy más consciente de mi fealdad que cuando estoy embarazada.
Durante el último par de semanas, mi instinto de anidación ha estado en pleno apogeo. Estoy haciendo listas constantemente (en papel, por supuesto, porque ¿dónde se han ido todas mis células cerebrales?) y sintiendo la urgencia de establecer orden. Esto suena lo suficientemente piadoso, ¿cierto? Excepto que este impulso ha descubierto mis ídolos del control y de la seguridad. Últimamente, para ser honesta, me he sentido incómoda con mi propia necesidad relacional e inestabilidad emocional. Sinceramente, he comenzado a evitar conversaciones uno a uno con personas, simplemente por causa de mi autopreservación en este punto. Es difícil poner en cautiverio mis pensamientos; es difícil esconder lo que estoy sintiendo y no puedo imaginar que mis amigas estén emocionadas de pasar tiempo con esta versión de mí cuando incluso yo siento que me vendría bien un descanso de mí.
Culpar a las hormonas
Crecí en una familia donde solo tuve hermanas y luego compartí una casa en la universidad donde se podría decir que había demasiadas mujeres (para que lo sepas, nueve en una casa es demasiado). Mi experiencia con ciclos sincronizados en ambos ambientes proporciona sólida evidencia de que las hormonas ciertamente tienen un efecto en las personas. Sin embargo, no debemos culparlas por la condición pecaminosa de una persona.
Bombardeada con el ataque de mi propia envidia, manipulación, autocompasión, pereza, enojo, ensimismamiento, lengua suelta y espíritu quejumbroso todo al mismo tiempo, soy tentada a explicarlo todo usando la falta de sueño (hola, insomnio del tercer trimestre) o la ola de hormonas en estas últimas semanas de embarazo. No obstante, la verdad es que las hormonas y la fatiga son simplemente las manos enguantadas que desbloquean y abren la puerta del sótano de mi corazón antes de que las ratas tengan tiempo para dispersarse. Las hormonas y la fatiga no producen pecado; más bien, exponen el pecado que ya está en mi corazón.
Nombrar el pecado
Sin duda es mucho más fácil decir: «oh, solo son las hormonas», que decir: «oh, solo estoy ensimismada y me siento con el derecho». Ahora bien, ¿qué hacen las hormonas? Quitan nuestra inhibición; nos hacen más rudas y reactivas; exponen lo que generalmente contenemos con cuidado y consideración con mentes bien descansadas, ejercicios de respiración y pausas. Pero como Jesús dice: de la abundancia del corazón habla la boca (Lc 6:45). Nuestra reacción y rudeza exponen nuestros corazones. Nuestras acciones y emociones extremas revelan lo que adoramos. En mi caso, en cualquier momento últimamente, me pueden encontrar amando la comodidad, la seguridad, la aprobación, el orden y el control más que amar a Jesús.
Cuando comencé a sentirme abrumada con el pecado que las hormonas y la fatiga revelaban en mí, he notado que normalmente empiezo a hacer pequeñas entrevistas para estimar cuán «normal» soy, así no tengo que sentirme tan desanimada o sola. Pero cuando explicamos nuestro comportamiento usando las hormonas o la falta de sueño como chivos expiatorios, perdemos el hermoso regalo de la intimidad con Dios que viene por medio del arrepentimiento.
El impulso de apartar la mirada cuando vemos nuestro pecado como si fuera un avance de una película de terror tiene sentido, pues es abrumador. Aun así, en lugar de buscar excusas o dar pequeños suspiros de alivio porque somos «normales», debemos mirar a la cruz, a la tumba vacía y a nuestro Salvador resucitado. Él murió para liberarnos del castigo por ese pecado, fue resucitado para que nosotras no fuéramos controladas por su poder y un día volverá para liberarnos de su presencia para siempre. La confesión y el arrepentimiento son lo que Él desea, y las hormonas y la fatiga nos sirven en bandeja de plata lo que necesitamos para arrepentirnos.
Esto es exactamente lo que el salmista estaba pidiendo cuando oró: «Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno». El corazón convencido de la gracia disponible para él por medio de Cristo no intenta jactarse de su propia justicia ni rechazar o justificar su pecado.
Hecha hermosa
En lugar de ignorar y explicar los ídolos de nuestros corazones, ¡podemos unirnos al recaudador de impuestos al caer de rodillas, golpear nuestros pechos y derramar nuestras lágrimas: «Dios, ten piedad de mí, pecador» (Lc 18:13)! Las hormonas y la fatiga nos ofrecen un regalo en ese sentido. Nos quita los pretextos y las cortesías, da paso a la desesperación que provoca que tengamos hambre y sed de justicia, y nos capacita para saborear y ver cuán bueno verdaderamente es nuestro Padre celestial a través de su resonante seguridad de perdón.
Por tanto, te exhorto (mientras me predico el Evangelio a mí misma): no recurras a las excusas cuando no te gusta lo que ves en ti misma; corre a Jesús, el amigo de los pecadores, y encuentra descanso para tu alma. Eres preciosa no por el afecto que puedes ganar ni siquiera por las buenas obras con las que puedes adornarte con el engaño de autojusticia. Eres preciosa porque Él te ama. Él te hace hermosa. Así que, si eres como yo y encuentras que el embarazo no es tan lindo, vuélvete y corre como el viento hacia tu Salvador, que está ocupado en hacernos más como Él mientras admitimos cuán diferentes a Él somos .