Quiero decir desde el principio que si estás buscando una guía para el ministerio de niños de tu iglesia, una especie de ABC de cómo organizarlo, este no es el artículo para ti. No te daré una guía paso a paso. Sin embargo, a pesar de eso, espero que esto sea una ayuda práctica y útil para llegar hasta allá. Mi enfoque principal en esta serie de artículos sobre el ministerio de niños es dar un paso hacia atrás y pensar en lo que queremos de nuestros ministerios para luego entregar algunos principios generales que nos lleven en la dirección correcta con el deseo de que podamos hacer cosas de una manera más fructífera.
¿Qué queremos del ministerio de niños de nuestras iglesias?
Normalmente, en la mayoría de las iglesias, se considera que es algo bueno tener un ministerio de niños. A menudo, las iglesias quieren mejorar el ministerio de niños, pero esto no es siempre con la intención de ayudar a los niños a crecer en su fe. Con frecuencia, lo que impulsa el deseo de un mejor ministerio de niños es un «temor» de que si no tenemos uno «bueno» no atraeremos a nuevas familias (o no mantendremos a las que ya tenemos). Generalmente, se habla de él como un factor clave para el crecimiento de la iglesia.
Hace un par de años, en una conferencia de plantación de iglesias en el Reino Unido, el orador principal comentó que él pensaba que era más importante, para el crecimiento de la iglesia, contratar a un obrero para trabajar con los niños antes que un ministro asistente. Él lo explicó así: un buen ministerio de niños atrae a familias. Las familias (de clase media) traen dinero a la iglesia. Con ese dinero puedes 1) contratar a un pastor asistente; 2) comenzar nuevos ministerios; y luego —esperemos— 3) plantar iglesias. «Si comienzas al revés» —dijo él desde su experiencia— «toma más tiempo tener dinero para contratar más personas y para plantar iglesias».
Este pensamiento, rara vez, es expresado en voz alta por los pastores y sus iglesias. No obstante, si miras lo que muchas —¿la mayoría?— de las iglesias hacen con sus ministerios de niños, a menudo, es claro que uno de los objetivos principales es atraer familias. Por supuesto, esto no es necesariamente un mal deseo, pero si es uno de los deseos de un pastor, es probable que este deseo le impida pensar profundamente, orar y discutir sobre lo que en verdad necesita el ministerio de niños de su iglesia. Normalmente, conduce a ministerios que son divertidos, que son entretenidos, que hablan mucho de la cruz, de cómo Dios cumple sus promesas y ¡no mucho más!
Esto mantiene a todos felices, porque la mayoría de los pastores quieren que sus niños disfruten la iglesia y los padres más entusiastas estarán felices si sus hijos saben que son pecadores y que Jesús murió para salvarlos. Solo con eso, el ministerio crecerá casi con certeza y, por lo tanto, la iglesia también lo hará. Pero ¿es eso lo mejor para el desarrollo de una generación de creyentes que amará y querrá servir incondicionalmente al Señor?
¿Qué queremos? ¿Cuál es nuestro objetivo?
¡¡¡Que sean cristianos!!! Sí, obviamente, pero…
¿Qué es lo que realmente queremos del ministerio de niños? Si no podemos responder esta pregunta con un poco más de profundidad, todo lo que haremos será tener un ministerio superficial que termina con niños que conocen un par de historias bíblicas que demuestran que Dios cumple sus promesas; que saben que son pecadores; que saben que Dios está enojado con ellos, pero que afortunadamente Jesús murió para salvarlos. ¡Salvarlos de algo en un futuro muy lejano que no pueden imaginar porque no comprenden realmente lo que significa vivir mucho menos morir!
Lo que no hará es:
- desarrollar niños que realmente quieren, conocen y aman a Dios;
- ayudar a los niños a ver realmente a Dios más allá de lo superficial (así que todas las verdades que enseñamos sobre Dios y las aplicaciones para sus vidas serán las mismas semana tras semana);
- desarrollar niños que saben cómo 1) descubrir verdades sobre Dios por sí mismos, 2) pensar y lograr entender por sí mismos quién es Dios y por qué esa verdad sobre Él es buena para ellos y para el mundo y 3) procesar qué significa para ellos vivir diariamente con Dios en sus vidas.
Podría seguir y seguir.
Pero lo que sí hará es:
- hacer a Dios pequeño, aburrido, limitado y predecible;
- provocar que los niños se aburran de Él y que piensen que lo único bueno de ser un creyente es haber sido rescatado del infierno;
- no involucrar a Dios en su día a día;
- probablemente, habrá un punto en sus vidas en el que se den cuenta de que lo que creyeron solo es algo que les contaron (la fe de sus padres) y, en el mejor de los casos, buscarán validez en el cristianismo, pero lo más común es que se alejen o vivan de manera nominal, como creyentes no comprometidos pensando que deben continuar con su fe solo en caso de que el infierno sea real.
¿Qué queremos? ¿Cuál es nuestro objetivo? Deuteronomio 6:4-5 dice: «Escucha, Oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» [énfasis del autor]. Y Mateo 28:19-20: «[…] hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del padre y del hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado […]».
Queremos niños que crezcan como discípulos de Jesús. Es probable que cada uno de nosotros entienda algo distinto de la palabra discípulo. El significado de la palabra, cuando Jesús la pronunció, probablemente era más parecida a la palabra actual aprendiz. Hacer aprendices que constantemente aprenden quién es Jesús, que constantemente aprenden sus caminos y que constantemente aprenden cómo llevarlas a la acción en sus vidas diarias. Y a esto se le agrega la fuerza de Deuteronomio 6: llevar a cabo ese aprendizaje todo el tiempo con todo lo que tú tienes y eres.
Creo que esto nos muestra cuál debería ser el enfoque de nuestra enseñanza y agrega la idea —la que no he visto en ningún ministerio de niños en ninguna parte— de que debemos darles a los niños las herramientas que necesitan para ser aprendices autodidactas a lo largo de sus vidas.
Pero ten paciencia, estos dos temas serán el foco de unos artículos más adelante.
Quisiera terminar este primer artículo pensando en cuán importante es el ministerio de niños en nuestras iglesias. Personalmente, no creo que sean muy importantes si nuestro objetivo es el que mencionamos previamente. Estoy convencido de que, después de la obra de Dios en la vida de los hijos de familias creyentes, los padres de esos niños son la pieza más importante del rompecabezas. Ellos tendrán un impacto exponencialmente mayor en la fe de sus hijos que cualquier ministerio de niños. ¡Incluso si los padres son comunicadores inútiles y aburridos, sin un entrenamiento teológico y haciendo apenas algo espiritual con sus hijos! Incluso entonces, aun con un ministerio de niños perfecto, no estaría ni cerca de la influencia y el impacto (bueno o malo) que tendrían los padres de los niños. Quisiera explorar la razón por la que pienso esto, pero por ahora necesito asegurarme de que leas lo que estoy comunicando: si tu iglesia no ayuda a los padres a enseñar a sus propios hijos en sus hogares, no importa lo que hagas, realmente no tendrás un ministerio de niños efectivo que marque la diferencia en las vidas de los niños. Y esto es lo que abordaremos en el siguiente artículo.