Cada cuatro años, comienzan unas nuevas olimpiadas y todo el mundo se obsesiona con actividades en las que no habían pensado desde los últimos juegos. De pronto, nos encontramos despertándonos temprano y quedándonos despiertos hasta tarde para ver a los atletas saltar con garrocha, lanzar la jabalina o sumergirse en piscinas. No podemos evitar más que vitorear mientras vemos deportes poco conocidos como el hockey sobre césped, el balonmano y el waterpolo. ¿Qué es lo que nos impulsa a mirar estos extraños eventos y ovacionar a personas que ni siquiera conocemos?
Vemos los Juegos Olímpicos porque queremos ver lo mejor de lo mejor. Los atletas no llegan a las olimpiadas por talento natural ni después de haberle pedido un deseo a una estrella. No ganan la oportunidad de representar a sus países gracias al privilegio de sus padres ni al azar. Llegan ahí gracias al trabajo duro, al comprometer sus vidas completas a perseguir su deporte. Tienen un cuerpo que es muy parecido al nuestro —los mismos 650 músculos, los mismos 206 huesos, los mismos dos pies—, pero pueden hacer cosas con ellos que nosotros solo podemos soñar. Quizás no sabemos mucho del salto de altura, pero sí sabemos que estamos viendo algo que requirió miles de horas de entrenamiento. Tal vez no sabemos tanto sobre volteretas, pero sí sabemos que tomó años de doloroso trabajo llegar a realizar esa acrobacia. Se han convertido en los mejores del mundo gracias a la devoción total a su deporte, gracias a su duro entrenamiento, gracias a su disciplina rígida.
La carrera
En su primera carta a la iglesia de Corinto, el apóstol Pablo usa a los atletas como una metáfora para describir cómo los creyentes deben abordar la vida cristiana. «¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen» (1Co 9:24). Por supuesto que los corintios lo sabían. Su ciudad era la cuna de los Juegos Ístmicos. Cada dos años, llegaban los mejores atletas del mundo con sus mentes puestas en llevarse el premio. En ese tiempo, no existían los equipos, cada atleta competía solo y no había premios de consuelo, por lo que cada uno competía para ser el primero. Pablo les dice a estos creyentes que piensen en la vida cristiana como una carrera y que imiten el tipo de atleta que no solo corre para competir, sino que para vencer. Él los exhorta a luchar contra la competencia mortal del mundo, la carne y el diablo: «Corran de tal modo que ganen».
¿Pero cómo? ¿Qué deben hacer para asegurarse de ganar esta carrera? Pablo continúa: «Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo» (1Co 9:25). Los atletas llegan a ser exitosos gracias a la disciplina. Se comprometen incondicionalmente a su deporte y dejan de lado cualquier vicio, hábito o actividad que pudiese evitar su máximo rendimiento. Los atletas que compitieron en los Juegos Ístmicos se sometían a diez meses de entrenamiento dedicado antes de ir a los juegos. En ese tiempo, seguían un régimen estricto de entrenamiento, ejercicio y alimentación. Eran absolutamente firmes en su búsqueda de la victoria. Pablo dice que así como la disciplina es la clave para la victoria en el atletismo, también lo es para la vida cristiana. Las buenas intenciones no llevarán a los cristianos a la victoria, un esfuerzo tibio no trae recompensa, la falta de disciplina solo conducirá a la descalificación. Es solo gracias a la disciplina que los atletas obtienen el premio y es solo gracias a la disciplina que los cristianos obtendrán su recompensa.
Por tanto, ¿cuál era esa recompensa que estos atletas podrían ganar? «Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible» (1Co 9:25). En los primeros días de los juegos, se recompensaba a los atletas con una corona tejida con hojas secas de apio. Más adelante, en los tiempos de Roma, se reemplazó por una corona de pino. Estas coronas eran orgánicas y perecederas por lo que, en diez o veinte años, se marchitaban hasta convertirse en polvo. Pablo hace una comparación: si los atletas ejercitan una disciplina rígida para obtener una corona que se pudre, ¿acaso los cristianos no debieran trabajar incluso más duro por una recompensa que permanecerá para siempre? Pablo no dice qué es esta recompensa, pero su punto es claro: el cristiano que gana esta carrera recibe un premio de un valor inmensurable y que dura para siempre.
Luego, el apóstol Pablo entrega un ilustración de su propia vida disciplinada: «Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado» (1Co 9:26-27). Pablo se rehúsa a ser como un atleta poco entusiasta, contento con un trote sin prisa. Él no quería ser como un boxeador que elude su entrenamiento y termina golpeando inútilmente sus puños contra el aire. Al contrario, es un corredor motivado a ganar la competencia y un boxeador que ha entrenado para dar golpes brutales. Él aplica la disciplina a cada aspecto de su vida: su cuerpo, mente y alma. Él ejerce disciplina para evitar el pecado y practicar la piedad, para huir de la inmoralidad y buscar la santidad. No permite nada que aumente el riesgo de la descalificación. Él está comprometido con la vida cristiana como el más grande atleta lo está con su deporte. Está determinado a ganar su carrera, a recibir su recompensa.
En la mente de Pablo, la disciplina trae libertad. Como un atleta, él ejercita la disciplina para liberarse y alcanzar aquello que más desea lograr, a fin de vivir cómo verdaderamente quiere vivir. Él ya no es controlado por deseos sexuales ilícitos; puede vivir en pureza. Él ya no es controlado por el amor al dinero; puede estar contento con poco. Él ya no es controlado por las opiniones de los hombres; puede estar contento con vivir para la gloria de Dios. La disciplina es el régimen de entrenamiento que lo llevará a la victoria, el programa que le permitirá más adelante proclamar esta bendición sobre su vida: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» (2Ti 4:7-8).
Correr para ganar
Esta es una serie de artículos para hombres que están corriendo esta carrera. La mujeres pueden leer los artículos también y se beneficiarán de ellos, de eso estoy seguro. ¡La Primera Epístola a los Corintios se aplica a hombres y a mujeres por igual! Sin embargo, yo, como un hermano, les estoy escribiendo específicamente a mis hermanos. En estos artículos, sugeriré varias disciplinas con el propósito de ayudarte a competir a un alto rendimiento y a asegurarte la victoria. Cada uno será un imperativo, un mandamiento para considerar y obedecer: ¡abraza tu propósito!; ¡renueva tu mente!; ¡prioriza tu iglesia!; ¡controla tu sexualidad!; ¡atesora tu matrimonio!, y mucho más. A medida que interactúo con hombres cercanos y lejanos, a medida que converso con hombres a los que pastoreo, a medida que examino mi propio corazón, veo demasiada apatía y demasiado poco entusiasmo. Veo hombres que están contentos con dormir en lugar de entrenar, que tratan la vida como si fuera un trote sin prisa en lugar de una carrera dura. Veo hombres desmotivados, sin inspiración por la recompensa imperecedera que les espera después de cruzar la meta. Veo hombres indisciplinados, que consideran la disciplina como una carga en vez de un gozo. Veo hombres que son indiferentes, que parece importarles poco si cruzan la cinta en victoria o en vergonzosa descalificación. ¡Quiero que estos hombres sepan que la carrera está en curso! Quiero que anhelen el premio y quiero que comiencen el régimen de disciplina para toda la vida a fin de obtenerlo.
Amigo mío, estás en la carrera por un premio imperecedero. ¿Estás corriendo para obtenerlo? No tienes ninguna esperanza de victoria a menos que estés decidido a prevalecer y a menos que demuestres tu determinación con dedicación y disciplina. ¿Seguirás adelante a medida que exploramos cómo correr con celo y disciplina? Solo tienes una vida para vivir; una carrera para correr. ¡Vívela con todas tus fuerzas y corre para ganar!
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