Nota del editor: esta es la respuesta a una de las diferentes preguntas que los oyentes del pódcast Ask Pastor John le hacen al pastor John Piper.
Bienvenidos nuevamente al pódcast. Recientemente, hemos estado hablando sobre cómo servimos y alabamos a Dios. Hace una semana, miramos lo que significa servir a Dios: «una de las preguntas más importantes que un cristiano puede hacer», dijo el pastor John. Ese fue el episodio número 1956, que llevó a esta pregunta: ¿qué le ofrecemos a Dios a medida que lo servimos? ¿Nos necesita? Y la respuesta a esa pregunta fue «no», Él no nos necesita. No satisfacemos ninguna necesidad de Él. Entonces, ¿qué le ofrecemos a medida que lo servimos? Es otra pregunta esencial que resolver. Y esa fue la última, en el episodio 1957.
Hoy veremos la alabanza, pero un tipo de alabanza diferente de la que hemos estado hablando en el pódcast recientemente. Hoy hablaremos de la alabanza en el contexto de celebrarse los unos a los otros. ¿Cómo nos celebramos mutuamente de manera auténtica y sin adular, lo que es un pecado? Esta pregunta la hace Sarah, una oyente que nos escribe esto: «Pastor, John, hola. ¿Puedes explicarme la diferencia entre adulación y ánimo? Somos llamados a animarnos unos a otros, pero también a no inflarnos en orgullo. ¿Cómo puedo saber cuál es cuál?».
Existe la adulación. Obtener cosas no siempre es bueno, entonces para eso tenemos la palabra avaricia, ¿cierto? Y no todas las formas de dar son buenas, por eso tenemos la palabra soborno. Alabar, que implica tanto obtener como dar, podría no ser bueno por lo que tenemos la palabra adulación.
La adulación en la Escritura
La palabra griega para adulación, kolakeias, aparece una vez en el Nuevo Testamento. Pablo está defendiendo su ministerio a los Tesalonicenses y dice: «[…] nunca hemos recurrido a las adulaciones ni a las excusas para obtener dinero; Dios es testigo. Tampoco hemos buscado honores de nadie, ni de ustedes ni de otros» (1Ts 2:5-6, NVI). Creo que es más que una coincidencia que «adulación» aparezca en esa oración junto a las palabras sacar provecho. En otras palabras, «quiero algo de ti» (estás llegando al centro de la adulación cuando piensas en ello).
La idea de la adulación está presente sin mencionar la palabra en Judas 16, donde Judas acusa a ciertos hombres de admirar personas para su propio beneficio. Esta es la idea: admiras y le dices cosas agradables a alguien para obtener algún beneficio propio.
Ahora bien, se dice mucho más sobre la adulación en el Antiguo Testamento que en el Nuevo. La palabra adulación se basa en la palabra hebrea que significa ser suave o infiable. Por lo tanto, una persona que adula suaviza y halaga. «Porque los labios de la extraña destilan miel, y su lengua es más suave que el aceite» (Pr 5:3). Este es Proverbios 7:21: «Con sus palabras persuasivas lo atrae, lo seduce con sus labios lisonjeros». La afirmación más general sobre la adulación en cuanto a sus efectos destructivos se encuentra en Proverbios 26:28: «[…] la boca lisonjera causa ruina» o Proverbios 29:5: «El hombre que adula a su prójimo tiende una red ante sus pasos».
Adulación vs. alabanza
Por lo tanto, la pregunta clave llega a ser: ¿cómo podemos celebrar o alabar cosas buenas de los demás sin tender una red ante sus pasos o causar ruina? Creo que la clave es mantener en mente la diferencia esencial que hay entre la buena alabanza y la mala adulación.
La adulación es mala porque es calculadora. Se entrega en vista de obtener algún beneficio (Jud 16). La adulación podría ser verdad; podría no serlo. A veces las personas piensan que tiene que ver con que si es verdad o no. Ese no es el punto. Podrías estar diciendo algo que es verdad sobre alguien y aún así es adulación. El punto es si es que es calculado para lograr algún propósito que no está enraizado en un deleite auténtico y espontáneo respecto a una virtud que estamos alabando.
En otras palabras, la marca de la alabanza genuina y que no es adulación es el desbordamiento de deleite auténtico en lo que estamos observando sobre la otra persona. Es lo opuesto a cálculo; es espontáneo. C. S. Lewis —una de mis citas favoritas— dice: «nos gusta elogiar lo que disfrutamos porque la alabanza no sólo expresa, sino que también completa, el placer; es el reconocimiento de su consumación» (Reflexiones sobre los Salmos, 74). Sí, exactamente.
No obstante, la adulación no fluye de un deleite sincero en aquello que es alabado. Es algo externo y manipulador. Es suscitado por algún otro beneficio que esperamos obtener por medio de la adulación, no por el beneficio que acabamos de obtener de la amabilidad, virtud, belleza o logro de la persona. Por lo tanto, la adulación es una forma de hipocresía. Intentamos dar la impresión de que somos movidos por una admiración espontánea en algo que admiramos, pero no estamos siendo realmente movidos por una admiración espontánea. Estamos siendo calculadores; estamos deseando usar la alabanza para obtener algo. Y creo que la sola frase «usar la alabanza» me da arcadas. Vas a ir a Dios y a usar la alabanza. Asqueroso. Es una manera horrible de pensar y es bastante frecuente hoy.
Mantengamos la alabanza auténtica
Esto levanta la pregunta de si es apropiado «usar la alabanza» como un medio para provocar comportamientos en los niños, en los empleados o en amigos. ¿Acaso eso no implica algún tipo de uso calculador de la alabanza por motivos ocultos? Y esa es una pregunta difícil.
Creo que la respuesta sería algo como esto: si la alabanza aún puede ser una expresión de deleite auténtico y espontáneo en algo bueno que hayamos observado y si nuestro objetivo es que el niño o el amigo se comporte más de esa manera, no por la alabanza, sino porque es intrínsecamente hermoso y honra a Dios, entonces es legítimo esperar que nuestra alabanza produzca más buen comportamiento. No obstante, en general, creo que es peligroso pensar en nuestra alabanza a otros —incluyendo a nuestros hijos— en términos utilitarios.
Los niños van a caer en cuenta sobre esto en algún momento. Van a decir: «no creo que papi realmente disfrute lo que acabo de hacer. Él sólo está intentando usar esto para que yo haga algo». Los niños se van a dar cuenta si es que pensamos que nuestra alabanza provocará los comportamientos que queremos. No va a ser auténtico. Los padres pensarán como manipuladores psicológicamente entrenados. Es mucho mejor ser el tipo de persona —el tipo de padre— que ve la virtud dada por Dios o los logros dados por Dios, y se siente tan auténticamente conmovido por admiración y gozo que se desborda en alabanza.
Y, por supuesto, va a tener maravillosos efectos en nuestras relaciones y en los comportamientos futuros de nuestros hijos y de los demás. Sin embargo, si comenzamos a destacar la dimensión utilitaria —que está siendo destacada hoy— dejará de ser auténtico y, a la larga, creo que saldrá el tiro por la culata.
Evidencias de gracia
Sólo una última ayuda. Tengo amigos que me han enseñado que una buena forma de concebir nuestra alabanza a otros es pensar que llamamos la atención (disfrutando espontáneamente y por ende llamando la atención) a las «evidencias de la gracia de Dios». Esa pequeña frase es bastante común en algunos círculos y creo que es una buena. Si creemos que en seres humanos pecaminosos toda virtud viene de Dios en última instancia, lo que es así, entonces toda la alabanza de verdadera virtud o de verdaderos logros o de cualquier rasgo hermoso que vemos será concebido como honra a Dios, no al hombre.
Así que, es algo bueno en una familia, en una iglesia y entre amigos llevar la atención habitualmente a las evidencias de la gracia en la vida de cada uno, decirle a nuestros hijos en una docena de formas (no tenemos que ser mecánicos en esto): «me encanta lo que Dios está haciendo en tu vida». «Fue tan buena la forma en que compartiste tus juguetes con Juan». Los niños no van a pensar: «oh, papá está predicando», no si es auténtico y si realmente sientes alegría por lo que tu hijo acaba de hacer y alegría en la gracia de Dios.
Sin embargo, mi ferviente ruego es este: intenta evitar acercamientos utilitarios y calculadores que convierten la espontaneidad en manipulación, pues esa es la tierra en donde crece la adulación.