Hace poco pasé un tiempo con otra mamá. ¿Y saben qué? Sorpresa, sorpresa, es otra de aquellas que siempre son mejores que una. De muchas maneras, esta mujer es una mejor mamá que yo. Puedes ver el fruto de su constancia, paciencia, y amorosa autoridad en las vidas de sus hijos.
Ahora bien, tuve que escoger cómo responder a la madurez de esta mamá. Hay unas cuantas opciones pecaminosas y tristemente trilladas:
Opción #1: Sentir pena de mí misma. Soy una madre terrible. Soy un completo fracaso. ¿Qué esperanza puede haber para mis hijos? Por más que lo intento, parece que siempre me quedo corta. Nunca seré tan buena madre como ella (dicho con balbuceos y sollozos a mi sufrido esposo).
Opción #2: Inventar excusas. Bueno, por supuesto que es una buena mamá. Tiene muchas más ventajas que yo, y no tiene que lidiar con estos desafíos particulares. Si tan sólo mi situación se pareciera más a la suya, probablemente lo estaría haciendo incluso mejor que ella —mucho mejor—.
Opción #3: Juzgar y resentirme. Seguramente ella se cree mejor que yo. Simplemente no me siento capaz de andar con alguien que me hace sentir tan inferior. Necesito estar con gente realista sobre sus debilidades y fracasos; igual que yo.
O, hay una mejor forma, una forma bíblica…
Opción #4: Dar gracias y aprender. Gracias, Señor, por traer a esta mujer a mi vida. Gracias por la manera en que te da la gloria. Gracias por la forma en que sus hijos dan gloria a tu nombre. Oro para que la bendigas, y para que me ayudes a aprender de ella. Por favor ayúdame a ser más constante, más paciente, y más cariñosa con mis hijos; por el bien de ellos y para tu gloria. Gracias por esta mujer que me provoca e incita «al amor y a las buenas obras» (He 10:24). Ayúdame a crecer por medio de tu gracia. En el poderoso nombre de Jesús, Amén.
Y luego llamarla, invitarla a un café, y tomar buenos apuntes.
Esa sí que es una mejor opción.