De los quince requisitos hechos a los ancianos en 1 Timoteo 3:1-7, uno en particular podría ser el menos entendido de todos: «el obispo debe ser […] respetable» (1Ti 3:2, NVI [énfasis del autor]). ¿Qué significa para un pastor ser «respetable»? ¿Acaso esto no dificulta bastante una simple lista de requisitos espirituales?
En primer lugar, Cristo no solo llama a los pastores a ser «respetables» (1Ti 3:2), sino que llama a todos los cristianos a vivir «con toda piedad y dignidad» (1Ti 2:2). En líneas generales, ser respetables y la dignidad son sinónimos. Una manera en que Cristo muestra que toma en serio que sus seguidores sean «respetables» es al requerir esta virtud de sus subpastores. Cristo tiene el propósito de que los pastores, ancianos y obispos de su iglesia —tres términos para el único cargo de enseñanza (Hch 20:17, 28; 1P 5:2-1: Tit 1:5-7)— vivan, enseñen y sirvan como ejemplos para el rebaño (1P 5:3).
Los pastores deben ser respetables, no solo para ayudar al rebaño en su llamado a respetar a sus líderes (1Ts 5:12), sino que también para modelar el tipo de dignidad que la iglesia debe manifestar al mundo. Pablo menciona la «dignidad» de nuevo en la manera en que un pastor cría (1Ti 3:4), también como requisito tanto para los diáconos como para sus esposas (1Ti 3:8, 11). Cristo llama a su iglesia a respetar a sus líderes, y llama a sus líderes a hacer su parte en ser respetables.
¿Qué es la respetabilidad?
Entonces, ¿qué significa para un pastor ser «respetable»? Un comentarista dice que «comunica las ideas de “seriedad” y de “lo apropiado”» (Towner, 170 [solo en inglés]). Expone un tipo de «vida ordenada» (Guthrie, 92 [solo en inglés]) que tranquiliza a los demás y engendra confianza. Según John Piper: «la idea parece ser la de no infringir las normas sociales: una persona que se comporta adecuadamente en situaciones para no ofender innecesariamente». Ser respetable ama a los demás al no ser rudo (1Co 13:5).
El tipo de dignidad o de comportamiento respetable a la que Dios llama a su pueblo no es simplemente apariencia externa, palabras y comportamiento, sino una manifestación de la virtud interior. Es una cualidad sutil que manifiesta estabilidad interna y no apariencia externa. Provoca respeto y demuestra ser digna de confianza. El comportamiento respetable a menudo va acompañado del enfoque interno del dominio propio (como en Tit 2:2; Mounce, 173 [solo en inglés]), y el dominio propio y la conducta respetable completan juntos «un cuadro de comportamiento honorable y digno» (Towner, 252 [solo en inglés]).
Los buenos pastores, y los cristianos que están madurando, querrán hacerse esta pregunta: «¿vivo y hablo de tal manera que ayuda a los demás a tomarme a mí y a mi Señor en serio? ¿La manera en que me comporto en la iglesia, y en el mundo, prepara a otros para que experimenten «un serio gozo» en Jesús gracias a mí? ¿O socavo innecesariamente el valor de Dios al hablar, vestirme y comportarme como un necio?». Reconocemos la diferencia entre ser respetado y ser respetable. No se nos ordena ser respetados; eso escapa a nuestro control, pero sí podemos ser respetables.
Los buenos líderes, a partir del amor que tienen por su congregación, cultivan y mantienen un tipo de «dignidad» humilde y piadosa que fomenta, no obstaculiza, el respeto de otros. Ellos facilitan, no dificultan, que el rebaño los tome en serio. Como colaboradores en vuestro gozo (2Co 1:24), los pastores quieren ayudar, no entorpecer, a la iglesia a medida que ella cumple su parte del baile: obedecer y someterse a sus pastores de tal manera que les «permita[mos] que […] hagan [su trabajo] con alegría y no quejándose», para el beneficio de la iglesia (Heb 13:17).
Comentarios, vestimentas y acciones
Prácticamente, ¿qué forma toma esa «conducta respetable» o santa dignidad? El Nuevo Testamento nos da al menos tres aspectos a mantener en mente, comenzando con nuestras palabras.
Cómo hablamos
La respetabilidad incluye nuestra manera de hablar, desde el escenario, en conversaciones y hasta las palabras que publicamos para el mundo a través de las redes sociales. En particular, los pastores se muestran o no con una conducta respetable por medio de su enseñanza. «[…] Hazlo con integridad y seriedad, y con un mensaje sano e intachable […]» (Tit 2:7-8, NVI).
El pastor malhablado puede provocar una breve oleada de entusiasmo por oponerse a la tradición pero la atracción pronto se agotará. El discurso indigno no es receta para la estabilidad, la salud y la confianza a largo plazo en el púlpito o en una persona, en la oficina o en el vecindario. Cuando Pablo requiere «dignidad» de los diáconos y de sus esposas, contrasta esta palabra dos veces con otras: «ser dignos, de una sola palabra» y «ser dignas, no calumniadoras» (1Ti 3:8, 11).
Predicar y enseñar la Palabra de Dios fiel y convincentemente es el centro para que el pastor gane (o pierda) la confianza y el respeto de su congregación. Ser respetable va más allá de nuestras palabras y de nuestra enseñanza, pero para los pastores-maestros «maneja[r] con precisión la palabra de verdad» (2Ti 2:15) es lo primero.
Cómo nos vestimos
Ser respetable también se relaciona, inevitablemente, con cómo nos vestimos. La única otra aparición de la palabra exacta para «respetable» en 1 Timoteo 3:2 (del griego kosmios) viene un par de oraciones antes: «Asimismo, que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y modestia […]» (1Ti 2:9, [énfasis del autor]). La manera en que nos vestimos, en relación a las expectativas y normas sociales, provoca respeto o lo socava. Y Dios quiere que su pueblo, comenzando con los líderes, sean el tipo de personas que, tanto en asuntos primordiales como secundarios, busquen hacer que el respeto sea fácil para otros, no más difícil.
Es al menos juvenil, si no ensimismado, intentar captar atención especial, ya sea positiva o negativamente, por la manera en que nos vestimos. El amor y la madurez nos llevan a considerar a los demás de todo corazón y a tratar, dentro de lo razonable, de hacerlos sentir cómodos en lugar de impresionarlos, ofenderlos, distraerlos o seducirlos.
Cómo vivimos
Más que meros comentarios y ropa, la manera en que vivimos nuestra vida cultiva o no respeto y confianza. La manera en que tratamos a los miembros de nuestra familia, con los cuales podríamos bajar la guardia más rápido, demuestra dignidad o la falta de ella (1Ti 3:4). La manera en que tratamos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo (Jesús lo llamó «amor») le mostrará al mundo si le pertenecemos o no (Jn 13:35). Y la manera en que nos relacionamos con «los de afuera» —ya sea «honradamente» o no (1Ts 4:12), «sabiamente» o con insensatez (Col 4:5)— les demuestra a otros si es que somos dignos de su respeto.
Con nuestras palabras, vestimenta y acciones, comunicamos un descanso, una seguridad y una estabilidad interna; o una necesidad interior. Hacemos evidente si es que nuestros corazones están satisfechos en Dios y listos para rebosar a fin de cubrir las necesidades de otros, o no. Nos mostramos como hambrientos de atención o entusiasmados por darle nuestra atención a otros. La humildad demuestra preocupación por otros, mientras nuestra ostentación externa transmite un vacío interior que duele por ser llenado.
Olemos a falsedad
Insistir que nuestros pastores sean «respetables» y llamar a todos los cristianos a cultivar «dignidad» levanta la siguiente pregunta: ¿acaso esos estándares no nos harán centrarnos demasiado en lo externo? ¿Acaso nuestro Dios no ve las cosas de manera diferente? «[…] El hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón» (1S 16:7). Dado el énfasis interno de nuestra fe, ¿no es acaso un requisito extraño para el liderazgo y una aspiración rara para los cristianos, más que para cualquiera?
Sin duda, Dios sí mira el corazón, pero nuestros pares no tienen la visión de nuestro Creador. Vivir de una manera «respetable» no debe ser un acto hacia a Dios para ganar su favor, sino que una presentación modesta hacia otros que nace de un corazón de amor. La verdadera «respetabilidad» no es un objetivo en la vida, si no un efecto natural de dominio propio. Les entrega una visión externa a otros de la madurez interna que Dios ve; es Él mismo obrando en nosotros. La verdadera dignidad no es algo que se ponga en escena o algo que te pongas encima. Y cuando es así, no toma mucho tiempo para que huela a falsificación.
Todos sabemos que existe un tipo de dignidad fingida que no es natural para la madurez de la persona, pero que se monta para un espectáculo, normalmente para compensar alguna inseguridad o deficiencia percibida. Tal «dignidad» no es producida por un corazón satisfecho en Dios, que busca llevar paz a otros, sino por un estómago inquieto y rugiente que busca llenarse con la atención y la aprobación de los demás. La dignidad falsa es egoísta en lugar de desinteresada. Se viste, actúa y «alza» la voz para protegerse y situarse sobre otros. Sin embargo, la dignidad desinteresada sirve. Viene de lo alto para vincularse con otros, para levantar a los humildes y visibilizar las necesidades de otros.
Logrado por la gracia
Pronto todas las máscaras caerán. El telón se cerrará, el maquillaje se quitará y todo árbol será conocido por su fruto (Lc 6:44). La verdadera dignidad y genuina respetabilidad que quedará será del tipo que no comenzó en nosotros y no se debe decisivamente a nosotros.
La dignidad cristiana (Tit 2:7) crece en la tierra de la gracia divina (Ti 2:11), y en particular de la venida de la Gracia Encarnada. Cristo no solo dignificó nuestra raza al hacerse humano y luego dar su propia vida por nosotros, sino que también Él obra en nosotros ahora por su Espíritu para hacernos de nuevo. Aunque merecemos falta de respeto, Él nos consideró respetables y ahora nos está transformando para ser personas verdaderamente dignas de respeto, poco a poco. Su gracia dignifica por partida doble, no en un solo aspecto, pues nos acepta completamente, por fe, y nos hace más aceptables para toda la vida.
El poder del pastor para ser «respetables» y para que los cristianos vivan «con toda […] dignidad» (1Ti 2:2), no depende de nuestro poder de voluntad, de disciplina ni de una sensación natural de sofisticación, sino que del Espíritu de Dios mismo. Él está obrando en nosotros y a través de nosotros para liberarnos de nosotros mismos y hacernos ver milagrosamente no solo nuestros propios intereses, sino que también los intereses de los demás. En humildad consideramos a otros más importantes que nosotros mismos y hacemos lo que podemos, dentro de lo razonable, por otros y por Cristo, para ser dignos de respeto.