Esta no es una publicación sobre el coronavirus. No realmente. Tiene más que ver con un problema en el que el virus nos ha sumergido a todos: la incertidumbre.
Por supuesto, hemos vivido cada día de nuestras vidas con incertidumbre. No sabemos lo que nos depara el futuro finalmente. Muchos de nosotros ni siquiera tenemos planes concretos para el futuro. Sin embargo, pocos de nosotros hemos lidiado tanto con la incertidumbre en nuestras vidas como ahora.
¿Cuándo podremos reunirnos como iglesia de nuevo?
¿Cuándo podrán regresar los niños a la escuela?
¿Y si contraigo el virus?
¿Y si mis seres queridos que son ancianos contraen el virus?
¿Y si tengo que ir al hospital?
¿Cuándo podré ir al centro comercial nuevamente?
¿Qué implica esto para la economía?
¿¿¿Podré encontrar papel higiénico???
Todo en nuestro mundo se siente extraordinariamente frágil ahora. Los sistemas que previamente parecían tan poderosos ahora parecen frágiles e inestables. Estamos en nuestros hogares leyendo las noticias o viendo los últimos acontecimientos, presionando el botón de actualizar cientos de veces al día a medida que cada nueva actualización se suma a la incertidumbre.
Hay mucha incertidumbre dando vueltas en mi propio corazón, en especial por el nacimiento de mi hija que llegará en menos de siete semanas. Mis planes y objetivos para el parto deben ser reescritos y es muy difícil. Tengo algunos grandes temores y preguntas sobre lo que depara el próximo mes y medio. Este artículo es el resultado de mi propio proceso sobre cómo vivir en un tiempo como este.
Pero sé que no estoy sola. En medio de una pandemia global, el mundo entero vive con incertidumbre. Sin embargo, esto es de lo que he estado profundamente convencida: los cristianos debemos vivir este tiempo de manera diferente.
En lugar de andar a tientas con miedo cada día; en lugar de ser inmovilizados por la ansiedad; en lugar de estar paranoicos debido al pánico, debemos aferrarnos a lo más radicalmente seguro que tenemos en esta vida: nuestro grandioso Dios.
Él es el único inmutable en un mundo que cambia rápidamente. No importa lo que suceda con nuestra salud, con nuestros trabajos, con nuestros planes de parto, con nuestra economía, con nuestras reservas de papel higiénico, Dios es completamente fiable, confiable, soberano y fiel.
«Por que yo, el Señor, no cambio» (Mal 3:6).
«Desde la antigüedad Tú [Señor] fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero Tú permaneces. Todos ellos como una vestidura se desgastarán, como vestido los cambiarás, y serán cambiados. Pero Tú eres el mismo, y tus años no tendrán fin» (Sal 102:25-27).
«Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place» (Sal 115:3).
El coronavirus no se le escabulló a Dios. A Él no le sorprende ni le asusta. Así como tampoco le sorprendió ni le asustó cualquier plaga, pandemia, guerra o atrocidad del pasado. Y nunca ha hecho que sea imposible para los cristianos ser fieles en medio de cada una de esas cosas.
En medio de la incertidumbre de la gripe española (cuando aproximadamente un cuarto del mundo se infectó con esta enfermedad y murieron a causa de ella unas 17 a 100 millones de personas) los cristianos permanecieron fieles.
En medio de la incertidumbre de la Primera y la Segunda Guerra Mundial (cuando todo el mundo miraba cómo sus hijos, esposos y padres se marchaban para ir a pelear y decenas de millones murieron) los cristianos permanecieron fieles.
En medio de la incertidumbre de la peste negra (cuando Europa, Asia y África del siglo XIV vieron morir a cincuenta millones de personas por la plaga bubónica) los cristianos aún permanecieron fieles.
No somos los primeros cristianos en lidiar con una incertidumbre mundial; ni seremos los últimos.
No pensemos que no podemos lidiar con esto con fidelidad. Podemos. Es terriblemente difícil, sí. Sin embargo, ¡qué momento es este para que la iglesia brille como luz del mundo!
En medio de esta incertidumbre, oremos más que nunca. Leamos la Palabra de Dios más que nunca. Comuniquémonos con nuestros hermanos y hermanas en Cristo más que nunca. Arrepintámonos más que nunca. Animemos a otros más que nunca. Recordémonos a nosotros mismos la fidelidad de Dios a lo largo de la historia más que nunca.
En medio de esta incertidumbre, necesitamos esperanza; y la tenemos en nuestro buen y soberano Dios. Muchísimas personas a nuestro alrededor no tienen esta esperanza. Pero tenemos la oportunidad en este momento de la historia para apuntar a esa esperanza por medio de nuestras vidas.
Amigos, no lo desperdiciemos.
Este artículo fue publicado originalmente en Jaquelle Crowe.

