(Este artículo es una respuesta a la solicitud planteada a la autora en el primer párrafo)
Te agradecería que hablaras de la forma en que debemos responder emocionalmente cuando somos heridos por otros cristianos y, en particular, cuando no ha habido una reconciliación.
Pocas cosas sacan a la luz tanto dolor emocional y confusión como la ruptura de nuestras relaciones con otros cristianos. En un lenguaje poético y evocador, el salmista describe la intensa naturaleza de este dolor:
«Si un enemigo me insultara, yo lo podría soportar; si un adversario me humillara, de él me podría yo esconder. Pero lo has hecho tú, un hombre como yo, mi compañero, mi mejor amigo, a quien me unía una bella amistad, con quien convivía en la casa de Dios». (Salmo 55:12-14)
David escribe: No es «un enemigo» el que me causa dolor. Sé lo que debo hacer con él. Puedo hacerme cargo de sus ataques sin problema.
«Me podría yo esconder».
«Lo podría soportar».
Para nosotros, lo más doloroso no son las palabras ni las acciones de los enemigos de la fe cristiana —esos que insultan a los creyentes en todo lugar—.
«Pero lo has hecho tú», dice David. Mi compañero. Mi mejor amigo. Aquel a quien me unía una bella amistad. El que adoraba junto conmigo. Es tu traición la que más me duele.
Son los amigos a quienes dimos la bienvenida en nuestros hogares y en nuestras vidas, aquellos a quienes confesamos nuestros pecados, aquellos con los cuales adoramos y a cuyo lado compartimos el evangelio. Estas relaciones rotas duelen en proporción directa a lo dulces que alguna vez fueron.
En otras palabras, prefiero un enemigo despiadado (cuando sea) que un amigo falso.
Muchos de ustedes conocen el dolor de una relación rota:
—Has vivido la división de una iglesia y perdido la mitad de tus amigos.
—Un amigo cercano te ha rechazado a ti y a la fe cristiana.
—Tu antiguo amigo aún se sienta en el mismo banco de la iglesia pero se niega a hablarte.
—Has tenido que dejar una iglesia debido a las calumnias o la persecución que has sufrido por parte de otros miembros de la iglesia.
¿Cómo podemos manejar los afilados bordes de las relaciones no restauradas? ¿Cómo podemos procesar el dolor, la culpa, los remordimientos, la pena, la ansiedad, la confusión, y aun la pérdida de fe?
Antes de hacer cualquier otra cosa, debemos llevarle nuestro dolor a Dios. La respuesta se halla justo aquí, en el Salmo 55. El salmista grita el insoportable dolor que siente por esta relación rota, y luego se vuelve a Dios.
«Pero yo clamaré a Dios, y el Señor me salvará». (v. 16)
No debemos permitir que nuestra desilusión por las acciones de otro cristiano nos aparte de Dios. En lugar de eso, en nuestro dolor, debemos regresar a Cristo.
Porque nunca fuimos llamados a poner nuestra fe en otros cristianos. No son otros cristianos los que nos salvan. Es Dios quien nos ha rescatado del poder del pecado y del infierno, y sólo Él puede salvarnos del dolor de estas relaciones rotas.
Debemos llamar a Dios. Debemos derramarle nuestro corazón. Debemos pedirle que tenga misericordia de esta relación. Debemos orar pidiendo perdón por nuestro propio pecado y un espíritu de perdón hacia los demás. Debemos llevar ante el Dios Salvador nuestras preguntas, nuestra confusión, nuestro dolor, nuestra culpa y nuestra indecisión sobre lo que debemos hacer a continuación.
¿Quién, al fin y al cabo, conoce más íntimamente el dolor causado por los falsos amigos que nuestro Salvador Jesucristo? ¿Quién conoce el rechazo de la humanidad pecadora a la cual ha creado y bendecido? Cuando sentimos rechazo y dolor, debemos recordar que nosotros lo rechazamos primero a Él. Sin embargo, Él nos ha reconciliado consigo mismo. Él es el gran reconciliador.
Y Él es, también, el gran consolador. Y no eres el primer creyente que Él ha consolado en esta situación. Deja que las siguientes palabras de Charles Spurgeon alienten tu alma:
¿Te ha tocado a ti, mi hermano, ser abandonado por amigos? … ¿Ha llegado ahora el punto en que has sido olvidado como un hombre muerto? En tus más grandes pruebas, ¿descubres a tus peores amigos? ¿Han dormido en Jesús aquellos que alguna vez te amaron y respetaron? ¿Han otros resultado ser hipócritas y falsos?
¿Qué debes hacer ahora? Debes recordar este caso del apóstol [2 Ti 4:16-17]; se encuentra aquí para tu consuelo. Él tuvo que pasar por aguas tan profundas como cualquiera de las que tú eres llamado a vadear, y sin embargo, recuérdalo diciendo: «Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas».
Así que ahora, cuando el hombre te abandone, Dios será tu amigo. Este Dios es nuestro Dios por siempre jamás —no sólo en los días soleados, sino por siempre jamás—. Este Dios es nuestro Dios tanto en las noches oscuras como en los días luminosos. Ve a Él y expón tu queja delante de Él. No lo hagas en voz baja.
Si Pablo tuvo que sufrir el abandono, no debes esperar un mejor trato. Que tu fe no te falle como si te hubiese sucedido algo nuevo; esto es común a los creyentes. David tuvo su Ajitofel, Cristo su Judas, y Pablo su Demas: ¿habrías de esperar que te fuera mejor que a ellos?
Ten valor, y espera en el Señor, porque Él fortalecerá tu corazón. «Pon tu esperanza en el Señor».
«Cuando el hombre te abandone, Dios será tu amigo». Y no hay un amigo más grande ni más verdadero que podamos pedir. Por lo tanto, en el dolor de las relaciones rotas, busca a Dios.