Este artículo es parte de la serie ¡Ayuda! publicada originalmente en Crossway.
Una visión profundamente satisfactoria
La experiencia me ha enseñado que existen dos maneras de presentar la visión de la masculinidad y la femineidad. Una manera está relacionada con la argumentación racional que tiene que ver con evidencias basadas en hechos. Por ejemplo, un cristiano evangélico quiere saber si: «¿la Biblia realmente enseña esta visión de la masculinidad y femineidad?». Así que, una manera de presentar la visión es por medio de la argumentación exegética paciente, detallada y cuidadosa.
Sin embargo, existe otra manera de presentar la visión. Una persona también quiere saber: «¿la visión es hermosa, satisfactoria y plena? ¿Se puede vivir con ella?». Esta no es una mala pregunta. Presentar una verdad bíblica involucra más que decir: «hazlo porque la Biblia lo dice». Ese tipo de presentación podría resultar en un tipo de obediencia tan a regañadientes y tan vacía de deleite y de afirmación sincera que el Señor no se complace con ella en lo absoluto.
Entonces, existe una segunda tarea que es necesaria para convencer a las personas de la visión de la masculinidad y la femineidad. No sólo debe haber una exégesis rigurosa, también debe haber una descripción de la visión que satisfaga tanto el corazón como la mente. Dicho de otra manera: debemos presentar la belleza así como también la verdad de la visión. Debemos mostrar que algo no es sólo correcto, sino que también bueno. No sólo es válido, sino que también valioso, no sólo es fiel, sino que también admirable.
Intento mostrar que nuestra visión de la masculinidad y la femineidad es un regalo de gracia profundamente satisfactorio de un Dios amoroso que, en el fondo, tiene los mejores intereses para sus criaturas. La visión no es pesada ni opresiva. No promueve el orgullo ni la autoexaltación. Se ajusta a lo que somos por el buen diseño de Dios. Por tanto, es satisfactorio en el sentido más profundo de la palabra.
Cada uno es único
La tendencia actual es enfatizar la igualdad entre hombres y mujeres al minimizar el significado único de nuestra masculinidad y femineidad. No obstante, esta depreciación de la persona masculina y femenina es una gran pérdida. Tiene un tremendo precio para las generaciones de jovencitos y jovencitas que no saben lo que significa ser un hombre o una mujer. La confusión sobre el significado de la persona sexual hoy es una epidemia. La consecuencia de esta confusión no es una armonía libre y feliz entre personas libres de género que se relacionan basándose en competencias abstractas. Al contrario, la consecuencia es más divorcio, más homosexualidad, más abuso sexual, más promiscuidad, más violencia social y más aflicción emocional y suicidio que vienen con la pérdida de la identidad dada por Dios.
Es una observación notable y reveladora que las feministas cristianas contemporáneas dediquen poca atención a la definición de la femineidad y la masculinidad. Se presta poca ayuda a la pregunta de un hijo: «papá, ¿qué significa ser un hombre y no una mujer?». O a la pregunta de una hija: «mamá, ¿qué significa ser una mujer y no un hombre?». Se gasta mucha energía hoy minimizando las distinciones de la masculinidad y de la femineidad. No obstante, no escuchamos muy a menudo lo que la masculinidad y la femineidad deberían inclinarnos a hacer. Estamos a la deriva en un mar de confusión sobre los roles sexuales. Y la vida no es mejor por ello.
Irónicamente, los pensadores más perspicaces reconocen cuán esenciales son la masculinidad y la feminidad para nuestra persona. Sin embargo, el significado de la masculinidad y la femineidad se considera inalcanzable. Por ejemplo, Paul Jewett, en su perspicaz libro El hombre como varón y hembra[1] argumenta persuasivamente que la masculinidad y la femineidad son esenciales, no periféricas, para nuestra persona:
La sexualidad impregna el ser de un individuo hasta lo más profundo; condiciona cada faceta de la vida de una persona. Como el yo está siempre consciente de sí mismo como un yo, entonces este yo está siempre consciente de él mismo o de ella misma. Nuestro conocimiento de nosotros mismos está indisolublemente ligado no sólo a nuestro ser humano, sino que a nuestro ser sexual. En el plano humano no existe un yo y vos per se, sino sólo el yo que es varón o hembra confrontando al vos, el otro, que también es varón o hembra[2].
Él cita a Emil Brunner en el mismo sentido: «nuestra sexualidad penetra hasta el terreno metafísico más profundo de nuestra personalidad. Como resultado, las diferencias físicas entre el hombre y la mujer son una parábola de diferencias psíquicas y espirituales de una naturaleza más fundamental»[3].
Después de leer estas maravillosas declaraciones que tienen que ver con cuán esenciales son la masculinidad y la femineidad para nuestra persona y cómo la sexualidad «condiciona cada faceta de la vida de una persona», es impresionante leer que Jewett no sabe qué son la masculinidad y la femineidad. Él dice:
Algunos, al menos, entre los teólogos contemporáneos no están tan seguros de que sepan lo que significa ser un hombre en distinción con ser una mujer o viceversa. Como el autor comparte esta incertidumbre, ha esquivado la pregunta ontológica en este estudio[4].
Toda actividad humana refleja una distinción cualitativa de naturaleza sexual. Pero, en mi opinión, tal observación no entrega ni una pista del significado final de esa distinción. Podría ser que nunca sabremos qué significa esa distinción en última instancia. No obstante, esto, al menos, parece claro: entenderemos la diferencia (lo que significa ser creado como hombre o mujer) sólo mientras aprendamos a vivir como hombre y mujer en una relación verdadera de vida[5].
Sin duda, esto es una gran tristeza. Sabemos que la «sexualidad impregna el ser de un individuo hasta lo más profundo». Sabemos que «condiciona cada faceta de la vida de una persona». Sabemos que cada encuentro yo-vos no es uno de personas abstractas, sino de personas masculinas o femeninas. Sabemos que las diferencias físicas no son más que una parábola de la persona masculina y femenina. No obstante, desafortunadamente, no sabemos quiénes somos como hombres y mujeres. Ignoramos esta dimensión todo-dominante de nuestra identidad.
Sin embargo, ¿qué hay de la receta de Jewett para la esperanza de cara a esta impresionante ignorancia de quienes somos? Él sugiere que descubramos quiénes somos «como hombres o mujeres» al experimentar una «verdadera relación» como hombre y mujer. El problema con esto es que no podemos saber lo que es una «verdadera relación» hasta que conozcamos la naturaleza de cada uno. Una verdadera relación debe ser fiel a quienes son los que conforman la relación. Una verdadera relación debe tomar en consideración la realidad sexual «que condiciona cada faceta de [sus] vidas». Simplemente, no podemos saber lo que es una «verdadera» relación hasta que sepamos lo que verdaderamente «impregna [nuestro] ser […] hasta lo más profundo». Si somos realmente ignorantes respecto a lo que es la masculinidad y la femineidad, no tenemos permiso para prescribir la naturaleza de lo que es una verdadera relación.
La confusión sexual de nuestra cultura no es sorprendente cuando descubrimos que nuestros mejores pensadores cristianos afirman que no saben lo que es la masculinidad y la femineidad, y aún así reconozcan que ellas estén dentro de los aspectos más profundos de la persona que «¡condiciona cada faceta de [su] vida!». ¿Cómo deben los padres criar a las hijas para que sean mujeres y a los hijos para que sean hombres cuando incluso los maestros que lideran la iglesia no saben lo que es la masculinidad y la femineidad?
Mi convicción es que la Biblia no nos deja en ignorancia sobre el significado de la persona masculina y femenina. Dios no nos ha puesto en una dimensión todo-dominante ni todo-condicionante de la persona para luego escondernos el significado de nuestra identidad. Él nos ha mostrado en la Escritura la belleza de la masculinidad y de la femineidad en una armonía complementaria. Él nos ha mostrado las distorsiones e incluso los horrores que el pecado ha provocado en la masculinidad y la femineidad caídas. Y Él nos ha mostrado el camino de redención y sanidad por medio de Cristo.
Sin duda, vemos «por un espejo, veladamente». Nuestro conocimiento no es perfecto. Debemos siempre estar abiertos a una nueva luz. No obstante, no estamos tan a la deriva como para no tener nada que decirle a nuestra generación sobre el significado de la masculinidad y la feminidad y sus implicaciones para nuestras relaciones. Nuestra comprensión es que la Biblia revela la naturaleza de la masculinidad y femineidad al describir diversas responsabilidades para el hombre y la mujer mientras enraízan estas responsabilidades discrepantes en la creación, no en la norma.
Cuando la Biblia enseña que los hombres y las mujeres cumplen diferentes roles en relación al otro, responsabilizando al hombre con un rol único de liderazgo, basa esta diferenciación no en normas culturales temporales, sino en hechos permanentes de la creación. Vemos esto en 1 Corintios 11:3-16 (especialmente en vv. 8-9, 14); Efesios 5:21-33 (específicamente en vv. 31-32), y en 1 Timoteo 2:11-14 (especialmente en vv. 13-14). En la Biblia, los roles diferenciados para hombres y mujeres nunca se remontan a la caída del hombre y la mujer en el pecado. Al contrario, la base de esta diferenciación se remonta a cómo eran las cosas en el Edén antes de que el pecado pervirtiera nuestras relaciones. Los roles diferenciados fueron corrompidos, no creados, por la caída[6]. Fueron creados por Dios.
Este artículo es una adaptación del libro What’s the Difference? [¿Cuál es la diferencia?] escrito por John Piper.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
[1] N. del T.: Todas las citas de este libro son traducción propia. Aunque el libro sí existe en español, no pudimos acceder a él para tener la traducción oficial.
[2] Jewett, Paul. El hombre como varón y hembra. Ahí se hace referencia a Emil Brunner, Das Gebot und die Ordnungen [El mandamiento y las ordenanzas] (Tuebingen: J.C.B. Mohr, 1933).
[3] Jewett, Paul. El hombre como varón y hembra.
[4] Jewett, Paul. El hombre como varón y hembra.
[5] La enseñanza en 1 Pedro 3:1-7 en relación a la diferenciación de los roles no está basada explícitamente en el orden de la creación, pero tampoco está basada en la norma. Al contrario, está enraizada en el ejemplo de «las santas mujeres que esperaban en Dios» (v. 5). Se cita a Sara como un ejemplo de sumisión, no porque obedeciera el deseo de Abraham de hacerse pasar por su hermana (Gn 20) —un maravilloso ejemplo de sumisión que podríamos haber esperado que Pedro usara—, sino al contrario porque ella dijo «mi señor» cuando hablaba a la ligera sobre su marido para sí misma. Esto parece sugerir que la raíz de la sumisión de Sara era una profunda lealtad al liderazgo de Abraham que se expresaba sin obligación o presión pública.
[6] John Sailhammer y Ray Ortlund Jr. desarrollaron y defendieron exegéticamente esto en dos extensos ensayos en Recovering Biblical Manhood and Womanhood [Recuperemos la masculinidad y la femineidad bíblica] (Crossway Books, 1990).