Como mencioné en las publicaciones anteriores, soy madre de dos maravillosos niños con trastorno del espectro autista (TEA), pero admito de inmediato que ir a la iglesia puede ser un desafío bastante grande. Afortunadamente, en nuestra experiencia, esto tiene menos que ver con la manera en que la iglesia ha respondido a nosotros y más que ver con nuestros niños y con cómo ellos reaccionan en ese tipo de ambiente.
Es difícil cuidar y criar a cualquier niño. A veces, los padres consideran un día exitoso si al final sus hijos están vivos y alimentados. No me gusta comparar, porque las dificultades y las privaciones son todas únicas en cada contexto de crianza. Sin embargo, creo que todos podemos admitir que los niños con necesidades especiales vienen con luchas y dolores «especiales» que la mayoría de los padres con niños neurotípicos («normales») ni siquiera saben que existen.
Por lo tanto, la pregunta es, ¿cómo pueden tu iglesia y tú servir mejor a los padres de niños con autismo? En mi experiencia, existen dos cosas en particular que he encontrado muy útiles.
En primer lugar, sé un buen amigo. Una de las primeras funciones de la iglesia es construir una comunidad y forjar relaciones (Heb 10:24-25; Hch 2:44-47). Tener hijos con autismo puede hacer que esto sea más desafiante y se sienta el aislamiento. En el peor caso, criar hijos con autismo significa que tienes que mantener un horario estricto; y por estricto quiero decir rígido como una pizarra de madera. Por ejemplo, uno de los desafíos para quienes tienen autismo es la hora de dormir, y nuestros hijos no son la excepción. Gideon se despierta múltiples veces en la noche, y no solo eso, si no está acostado a las 7:30, esto puede llevar a berrinches de horas.
Algo como asistir a nuestro grupo en casa semanal es casi imposible, porque él no puede dormir en otro lugar que no sea su propia cama. Silas, sin importar a qué hora vaya a la cama, se levanta a las 6:30 a. m., a veces más temprano. Ser un buen amigo puede implicar, casi literalmente, juntarse con la mamá o el papá donde se encuentran físicamente con el fin de ayudarlos a mantener su horario. Esto podría implicar que los grupos en casa sean en el hogar de ellos, incluso si viven lejos.
El horario no solo puede aislarlos relacionalmente, sino que las familias con necesidades especiales están involucrados en todo un mundo de terapia, citas médicas; problemas económicos por las dos primeras cosas mencionadas, pero a menudo las personas no saben qué decir ni cómo ayudar. Parte de ser un buen amigo es ser paciente, estar disponible y dispuesto a conocer las necesidades de tus amigos. Es seguro asumir que tu amigo que tiene un hijo con necesidades especiales apreciará grandemente que tú te acerques sin expectativas para ser cumplidas ni un poco. Habrá momentos en los que podrán, pero habrá otros en los que no.
En segundo lugar, adapten el ministerio de niños para servir al niño y a sus padres. Un ejemplo es ofrecer cuidar a los niños por todo el servicio. Antes de que mi iglesia nos ofreciera esto, era inevitable que durante la adoración uno de mis hijos corriera por el pasillo, hiciera un comentario fuerte sobre algo sin importancia durante una canción suave o la oración (para la diversión de todos los que lo rodeaban), o gritara por alguna razón desconocida. No obstante, la adoración se trata de Jesús, no de mis hijos, y como su madre, no hubo servicio al que fuera en el que pudiera conectar completamente mi corazón con el Señor. Una vez que nos ofrecieron cuidar a los niños por todo el servicio, esto cambió. Hay padres que por diversas razones podrían escoger no hacer uso del servicio completo del cuidado de hijos, pero incluso esos padres agradecerán que sus necesidades sean consideradas por la iglesia.
Demasiado a menudo, a las familias se les pide que dejen las iglesias porque la iglesia no puede o no quiere responder a las necesidades de las familias de niños con autismo. Esto le ha pasado a personas que conozco. Les pidieron que se fueran por causa de su hijo, que tiene unos veintitantos pero con una mente de un niño de ocho años, ya que él quería asistir al grupo de jóvenes. Les dijeron que él ya no era bienvenido porque hacía sentir a algunos de los niños «incómodos» debido a que él era mayor. Podría pasar el resto de este artículo mostrándoles cómo esto no es solo increíblemente insensible sino que también contrario al Evangelio. Pero no lo haré. Aún así, diré esto: el autismo no es una excusa para no amar.
Al no cuidar de esas familias, la iglesia pierde relaciones con personas maravillosas y pierden una manera real y tangible de mostrar el Evangelio. Servir a los padres de hijos con autismo significa, lo más probable, que debas ayudarlos a hacer lo más fácil posible su entrada a la comunidad. Esto podría significar permitir que el chico de 22 años siga yendo al grupo de jóvenes. O en nuestro caso, permitirle al niño con autismo alto y torpe de cuatro años que siga yendo a la clase para niños de dos años, porque ahí es donde él se encuentra intelectual y socialmente.
Todo es un tema del corazón. Jesús dejó esto claro (Mt 5). Si nuestro corazón quiere servir y amar a otros como Jesús lo hizo, esto implica salir de nuestras zonas de comodidad y aceptar el llamado a considerar a otros como más importantes que nosotros (Fil 2:3). Significa amar a quienes son diferentes a nosotros y encontrar maneras de expresar la gracia que hemos recibido de Dios hacia otros. Muchas, muchas iglesias sobresalen en esto; la mía es una de ellas. Se ha convertido en un lugar seguro para ellos, porque son aceptados incondicionalmente. Son destacados por sus fortalezas y son contenidos en sus debilidades. Son tratados con empatía, compasión y humor. ¿Acaso no es eso lo que todos necesitamos, con o sin autismo?
El autismo da vuelta el espejo y nos muestra cómo nos vemos verdaderamente. ¿Cómo vemos a aquellos que son diferentes a nosotros? ¿Cómo respondemos ante el sufrimiento? ¿Cómo alcanzamos a las personas necesitadas que quizás no puedan entregar mucho de vuelta? ¿Y cómo responden nuestros corazones? El autismo nos desafía a ser mejores, a amar mejor, a servir mejor. Tener hijos con autismo me ha mostrado facetas del Evangelio que quizás nunca vi antes. Me muestra un Dios que nos ordena a amarlo con todo nuestro corazón, fuerza, mente y alma, y que es paciente con quienes podrían no tener la capacidad de cumplir ese mandamiento. Me muestra a un Salvador que no diferencia el perdón de pecados basado en el género, el color de piel, la capacidad neurológica ni cualquier otra cosa. Me muestra que todos queremos las mismas cosas: ser amados, comprendidos, valorados, y tenemos un Dios que hace todas esas cosas perfectamente. Él nos encuentra donde estamos, nos ama donde estamos y nos creó a todos exactamente como Él lo determinó.
¿Cómo podemos servir a un Dios como este? Y si podemos servirlo, podemos servir a otros como Él lo hace. Es una verdad increíble, alucinante y asombrosa. El autismo resalta la debilidad y el quebranto en todos nosotros si buscamos humildemente ver nuestras propias incapacidades y fallas, y le da a la iglesia la oportunidad de brillar con la luz del amor de Dios en la oscuridad del mundo al encontrar a otros donde ellos están.