Ser esposa de un pastor no es fácil. Una vez escuché de una esposa de pastor que cuando su esposo estaba siendo comisionado al ministerio pastoral se le había acercado a ella una mujer y le había dicho: «desde ahora tienes prohibido tener amigas dentro de la iglesia». Según ella, esas amigas podrían tener privilegios sobre las otras por el solo hecho de ser amigas de la esposa del pastor. También recuerdo haberme sorprendido cuando en una reunión de mujeres de mi escuela bíblica nos enseñaron lo que podríamos hacer cuando nuestros esposos fueran pastores de una iglesia y se empezaran a levantar criticas sobre él.
Mis luchas
¿Cómo las enfrentaría?, ¿con quién podría desahogarme?, ¿en quién me apoyaría si para algunas de nosotras estaba prohibido tener amigas? O simplemente, ¿si yo hablara todo lo que me pasa, que pensarían los demás de mí? Quizás me mirarían como alguien que es «poco santa» o «poco misericordiosa» hacia la iglesia o hacia alguna persona. ¿Qué debo hacer cuando alguien me regala algo «de alto valor»? Debo justificarlo cada vez que lo notan los demás afirmando que es algo que me regalaron y no algo ¡que me compré yo! ¿Qué hacer cuando los números del presupuesto no cuadran?, ¿hasta cuándo mostrar amor cuando hay malos tratos hacia tus hijos en la escuela?, ¿cuánto más persevero?, ¿puedo decir lo que siento, lo que pienso sin censura?
Hay veces que no solo luchamos con las cosas antes mencionadas, sino que también nos encontramos ¡luchando contra el mismo pastor! ¿Por qué mi esposo no busca guardar y proteger nuestro «día libre»? Recuerdo el día que me di cuenta que no tendría nunca más un «fin de semana normal» como el resto y solo tendría ese día libre que muchas veces no es suficiente. Lloré un día entero.
Mi mayor lucha
Al recordar estas historias que he vivido y he escuchado, pienso cuán sola a veces podemos estar como esposas de pastores, muchas veces sobreviviendo como de costumbre, tratando de apoyar a nuestros esposos en la iglesia cuando lo único que queremos en ciertas ocasiones es que ¡haya tenido otro trabajo!
Podemos ver que este llamado muchas veces es ingrato y nos preguntamos: ¿la gente no ve todo lo que trabaja mi esposo?, ¿no ven el tiempo familiar que hemos invertido? Podríamos pelear contra muchos y encontrar ciertos momentos muy injustos. Si bien hay muchas luchas que enfrentamos al estar casadas con un pastor: soledad, rabia, tristezas tragadas y no desahogadas; lejos una de mis mayores luchas ha sido conmigo misma.
Me he dado cuenta que tengo temas no saldados con Dios y eso ha afectado en parte mi servicio en el ministerio. Me he tenido que preguntar: ¿cómo me relaciono con los demás?, ¿cómo reacciono frente a ciertas circunstancias? Ser esposa de pastor me ha mostrado que mi mayor lucha está en mi corazón. He visto en mi corazón que necesito que me valoren, que me muestren cariño, que mi esposo pase más tiempo conmigo. Necesito saber que lo que hago lo estoy haciendo bien y que los demás lo aprueben. He gastado tiempo en pelear batallas en las cuales Dios me ha dicho que estaba a cargo y lo sigue estando, pero insisto en pelearlas a mi manera. He llorado por las veces que he sentido que me han tratado injustamente, queriendo que Dios salga al encuentro y cambie las circunstancias en vez de enfocarme en lo que él quiere mostrarme y enseñarme en este proceso. Finalmente, mi lucha en mi corazón ha evidenciado que es muy diferente llorar peleando en mis fuerzas que llorar en sus brazos y esperar a ver como él restaura las cosas.
¿Realmente creo lo que creo?
Durante este verano mi esposo me trajo un libro de regalo[1] que me ayudó a contestar esta pregunta: ¿realmente creo lo que creo?
He dicho tantas veces que Jesús es mi Señor, pero realmente en muchas ocasiones no he dejado que tome el control de todas las áreas de mi vida y no he dejado que me enseñe para poder ver su gracia sobre mis circunstancias. De esta manera, mi servicio en el ministerio se basa en mis experiencias y mis creencias. Por ejemplo, hay cajones de mi historia que no he querido abrir, pues son dolorosos y no estoy dispuesta a perdonar. Lo que estoy pensando acerca de Dios es que él no puede ayudarme a perdonar; esto es muy grande y es mejor que Dios no se meta acá. Necesito volver a recordar que el Dios en el cual creo es capaz de restaurar y de redimir toda circunstancia por la cual haya pasado y esté pasando. Si dejo que él me enseñe la raíz de dónde vienen estas actitudes, enojos y frustraciones que se evidencian en mi servicio como esposa de pastor habré podido hablar más de SU sublime gracia con la cual he sido abrazada.
Puedes decirme, «suena muy lindo y fácil en el papel, pero vivirlo es otra cosa». Es cierto, pero créeme que mientras escribo y recuerdo mis historias puedo decir contigo: ¡sí! no es fácil, para nadie lo es.
Una propuesta
Mi corazón se desvía muchas veces y es en esos momentos cuando necesito de tu ayuda, querida colega. Necesito que me recuerdes lo que estoy olvidando del Evangelio. Cuando te estoy abriendo mi corazón sin censura, necesito que me recuerdes (así como lo hacen las biografías de grandes mujeres) CUÁN grande es el Dios al cual servimos; recuérdame que ÉL está a cargo, lo estuvo y lo estará. ¡Recuérdame que necesito a JESÚS todo el tiempo!
Recordarnos esto unas a otras nos ayudará cuando fracasemos, cuando vengan las críticas, cuando el dinero nos falte, cuando los hijos lo estén pasando mal y no hay quién te sostenga. Cuando veas que Dios te llama a abrir ciertos «cajones» de tu vida que están cerrados pero aunque estén cerrados aun siguen haciéndote daño; recuerda y recuérdales a tus compañeras que Dios es capaz de sanar, de restaurar y de darnos el poder para perdornar, porque aunque lo sabemos de memoria, muchas veces se nos olvida.
El Evangelio nos recuerda que no somos invisibles para Dios, en medio de todas nuestras situaciones Dios está a cargo y él tiene cuidado de nosotras, de nuestros hijos y de nuestros amados esposos. Cuando le creemos a nuestros corazones y nos ponemos ingratas, necesitamos recordar todas las veces que Dios nos mandó su ayuda, que nos afirmó que no estábamos solas, que nos alegró el alma al ver el privilegio que tenemos de estar casadas con un pastor. ¡Que el Evangelio nos ayude a no olvidar la belleza y el poder de NUESTRO Salvador! ¡Jesús es más hermoso de lo que nuestras frustraciones nos dicen que es! ¡Jesús es más poderoso de lo que nuestras angustias nos dicen que es! Sus misericordias sobre nuestras vidas son nuevas cada mañana. Nos mira con paciencia cada vez que nos equivocamos y pecamos. Cuán amoroso ha sido con cada una de nosotras las veces que le hemos dicho que cambiaremos algo que no está bien y finalmente no cumplimos nuestra promesa. Necesitamos ayudarnos unas a otras a recordar, a fijar nuestros ojos en Cristo «tan lleno de gracia y amor… y lo terrenal sin valor será, a la luz del glorioso Señor».
Te propongo algo, querida colega, esposa de pastor: vamos a conversar, vamos a apoyarnos, vamos a deleitarnos ¡en el Dios de nuestra Salvación! Vamos a animarnos y a ser esas aplicaciones del celular que nos recuerden nuestros deberes, que nos recuerden la belleza y la grandeza de Jesús.
Querida esposa de pastor, que el Dios que nos ha cambiado la vida, que nos ha enamorado el alma te bendiga, que puedas sentir su abrazo y compañía. Dios renueve tus fuerzas, pula tu armadura y te ayude a ponerte de pie otra vez en sus fuerzas. Dios nos ayude a deleitarnos en ser esposas de pastor y anime nuestra alma a amar como ÉL ama y a mirar como ÉL mira. Tenemos una hermosa bendición. ¡A Jesús la gloria por tanta gracia derramada!
[1] What Do You Think of Me? Why I Do Care? Answers to the Big Questions in Life [¿Qué piensas de mí? ¿Por qué me importa? Respuestas a las grandes preguntas de la vida]. Edward T. Welch.

