Gracias al apóstol Juan sabemos la razón por la que ocurrió el Domingo de Ramos:
Y así, la multitud que estaba con Jesús cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó de entre los muertos, daba testimonio de él. Por eso la multitud fue también a recibir a Jesús, porque habían oído que él había hecho esta señal (Juan 12:17-18).
El desfile de hojas de palma el domingo era una celebración de una resurrección.
Una providencia confusa
Sin embargo, esa resurrección fue precedida por una muerte confusa.
Lázaro había muerto. No sabemos de qué murió, solo que estaba «enfermo» (Jn 11:1). Rara vez, la Biblia entrega detalles horribles. Sin embargo, la muerte por enfermedad en el primer siglo, sin nada de la ayuda médica que los occidentales modernos damos por sentada, fue sin duda horrible.
Su muerte provocó un dolor profundo en sus hermanas, Marta y María, que lo cuidaron lo mejor que pudieron. Y Jesús, su querido amigo, quien resultaba ser el sanador más grande de la historia del mundo, no había ido. Esto agregó aún más dolor al sufrimiento de las hermanas de Lázaro (Jn 11:21, 32). Jesús no alcanzó ni siquiera a llegar al funeral. Cuando finalmente apareció, el cuerpo de Lázaro ya se había descompuesto.
«¿Por qué?». «¿Dónde estabas?». Estas eran las agonizantes preguntas implícitas que ambas hermanas le expresaron a Jesús. Y ellas no eran las únicas que hacían preguntas. Otros que estaban presentes murmuraban, «”¿No podía este, que abrió los ojos del ciego, haber evitado también que Lázaro muriera?”» (Jn 11:37). Él había servido a otros, ¿y no pudo servir a Lázaro? Jesús le dio una pista ambigua de su propósito a Marta (Jn 11:23), pero estaba demasiado conmovido en su espíritu como para decirle algo a María (Jn 11:33).
Y luego, dentro de unos minutos, ¡Lázaro, Marta y María se estaban abrazando, llorando juntos con un inesperado, indescriptible y asombroso gozo! Jesús había hecho exactamente lo que había predicho: «En verdad les digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán» (Jn 5:25).
Un plan de precisión profética
No obstante, estaban sucediendo muchas más cosas de lo que los felices hermanos o los atónitos observadores o que incluso los discípulos de Jesús podían entender. Esta resurrección no solo demostró con un poder sin precedentes la realidad de quién era Jesús, sino que también puso en marcha el cumplimiento de su profecía bíblica.
La noticia de la resurrección de Lázaro se esparció naturalmente como un fuego abrasador. La grave preocupación de las autoridades judías sobre Jesús se intensificaron hasta ser alarmantes: conspiraron para asesinarlo (Jn 11:47-50).
Jesús estuvo escondido por un par de semanas y luego volvió a aparecer en Betania para compartir una última y extraordinaria cena en la casa de Lázaro, María y Marta. Los comentarios se difundieron rápidamente y pronto una gran multitud se reunió para vislumbrar no solo a Jesús, sino que también al recién resucitado y a la probablemente reacia celebridad (Jn 12:9). Ser una celebridad por haber resucitado de los muertos irónicamente sería mortal, puesto que las autoridades planeaban llevarse a Lázaro junto con Jesús (Jn 12:10-11).
Sin embargo, Jesús sabía exactamente lo que estaba haciendo. El momento de la horrible muerte de Lázaro, de su asombrosa resurrección, del tiempo en que Jesús se escondió, y ahora de su reaparición pública, todo estuvo coordinado con una precisión profética que no se notaría hasta más adelante (Jn 12:16). Al fin había llegado su hora. Ya no se escondería más. La noticia debe divulgarse. Llegó el momento para que las puertas alzaran sus cabezas, y las puertas ancianas se alcen en homenaje. El Rey de gloria iba en camino (Sal 24:7).
Una procesión profética
Y así se esparció la noticia, y así las multitudes aumentaban para recibir en procesión a aquel que había resucitado a un hombre de la muerte. ¿Podría haber alguna duda de que Él era el Mesías? Las dudas vendrían, pero pocos ese día dudaban. La gente tomaba las hojas de las palmas, un símbolo del nacionalismo judío y gritaban, «”¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel”» (Jn 12:13).
Pocos, si es que hubo alguno, reconocieron en el momento de euforia el cumplimiento de la profecía de Zacarías:
¡Regocíjate sobremanera, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Tu Rey viene a ti, justo y dotado de salvación, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de asna (Zacarías 9:9).
Sin embargo, Jesús reconoció el momento. Por lo que «hallando un asnillo, se montó en él» (Jn 12:14).
Dije que pocos dudaron de Jesús es día, pero los pocos que lo hicieron ejercieron un gran poder terrenal letal. Mientras los fariseos observaban este potente momento de inconfundibles implicaciones, se dijeron unos a otros, «”¿Ven que ustedes no consiguen nada? Miren, todo el mundo se ha ido tras él”?» (Jn 12:19). No obstante, esta no era una renuncia. El júbilo de la multitud solo endureció la decisión de las autoridades de matar al Hijo de Dios que resucitaría de entre los muertos.
Un precursor profético
Y Jesús sabía esto. En medio de la fiesta profética donde se movían las hojas de palma, Jesús sabía que se gatillaría el cumplimiento de otra profecía:
Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre él, y por sus heridas hemos sido sanados (Isaías 53:5).
Jesús sabía que la muerte de Lázaro resultaría en resurrección; Él sabía que esa resurrección resultaría en la celebración de la multitud; Él sabía que esa celebración resultaría en la determinación homicida del concilio; Él sabía que esa determinación resultaría en su condenación injusta; y Él sabía que esta condenación resultaría en su propia muerte cruel en la crucifixión.
Y Él sabía que su inocente muerte, aunque imputada como culpable, resultaría en la imputación de su justicia en muchos (Is 53:11; 2Co 5:21), y en una resurrección mucho más gloriosa y con muchas más consecuencias que la de Lázaro.
El Domingo de Ramos fue una celebración de una resurrección. Pero fue solo fue un precursor profético. Una semana después, ocurrió una resurrección cuya celebración ha continuado por dos milenios desde entonces.
Y, vean, el mundo ha ido tras Él.