Cuando recuerdo mi niñez, una de las cosas de la que estoy más agradecida es de la manera en que mis padres me enseñaron no sólo a cómo vivir, sino que también a cómo sentirme respecto a la vida.
Para esto se requería obediencia; la obediencia con alegría era muy alabada.
El gozo en Dios no era algo que mi padre predicaba sólo los domingos: era la emoción en todo su rostro cuando él regresaba del trabajo a la casa; era la forma en que mi madre lavaba los platos.
Junto con la alegría, mis padres buscaron cultivar sentimientos de gratitud y pasión por Dios en sus hijos.
Como yo trato de hacer lo mismo con los míos, aquí menciono algunas de las cosas que recuerdo:
(Nota: cuando le mostré esta publicación a mi mamá, se quejó: “¡así no es cómo recordaba mi maternidad! ¡Recuerdo un montón de veces en las que no estaba alegre o agradecida!”. Sin embargo, así es exactamente como recuerdo el ejemplo que mis padres daban en casa, y mis hermanos están de acuerdo conmigo. Esto puede animarnos como madres: los niños no se centran en los momentos específicos de fracasos en la crianza, ellos recuerdan una forma de vida que, aunque es imperfecta, crece en piedad.)
Agradecimiento
El salmista escribe, “Daré gracias al SEÑOR con todo el corazón…” (Sal 9:1 NBLH, énfasis mío). Esto —y nada menos— es lo que queremos para nuestros hijos. Podemos hacerlo enseñándoles a ser agradecidos como una forma de vida.
En nuestro hogar, el Día de Acción de Gracias no sólo era una tradición festiva, sino que era una forma de vida. Me es difícil recordar una sola comida o actividad en la que papá no nos invitara a todos a dar gracias con entusiasmo a Dios por las bendiciones que estábamos disfrutando.
Algunos pueden pensar que es poco sincero pedirle a tus hijos que expresen gratitud si no la sienten, pero, a decir verdad, es todo lo contrario. Es imposible expresan constante gratitud a Dios sin sentirlo tarde o temprano. Prueba y verás.
Tengo recuerdos frescos del dolor de mis padres —sin enfado ni falta de paciencia, sino que un dolor piadoso— debido a nuestras quejas. Teniendo en cuenta todas las bendiciones que han recibido de Dios, ¿cómo pueden quejarse? ¿Ves cuán desagradable es tu actitud para Dios?
En la actualidad, la queja es cosa de las comedias, pero en nuestro pequeño mundo (que, después de todo, era el real) era un pecado grave.
Pasión por Dios
Como niños, instintivamente sabíamos —como los niños siempre saben— lo que apasionaba a nuestros padres. Sabíamos que ellos estaban preocupados de glorificar a Dios y servir a la iglesia más que cualquier cosa. Eso era lo que más los emocionaba y lo que más les preocupaba; su pasión era contagiosa.
Para ayudarnos a alcanzar esa pasión por Dios, mi padres buscaron que ocupáramos nuestro tiempo sirviendo a Dios y a su iglesia; la idea era, “porque donde esté el tesoro de ustedes, allí también está su corazón”. (Lucas 12:34 NBLH). Nuestras actividades eran evaluadas según su potencial en la construcción del reino; por lo que, nuestro mundo giraba en torno a nuestra familia y nuestra familia giraba en torno a la iglesia y su misión.
Mis padres hablaban de su pasión por Dios, transmitían su anhelo de que nosotros tuviéramos esa misma pasión, nos animaban cuando la expresábamos y nos llamaban la atención cuando mostrábamos más pasión por otra cosa que por Dios.
Si como padres sentimos una pasión creciente por Dios, nuestros hijos aprenderán a imitarnos mientras anhelamos glorificarlo a Él.