…y se les abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2 Pedro 1:11)
¿Sabes qué pasará el día en que mueras? Detente unos segundos y piénsalo bien. Nos guste o no pensar en esto, la realidad es que este día llegará tarde o temprano.
Generalmente las personas responden a esta pregunta con un “no estoy seguro”. Algunos piensan que ese día llegarán delante de Dios y él pondrá en una balanza sus obras buenas y malas. Si ésta se inclina hacia las buenas, podrán pasar a un lugar que llaman “el cielo”.
Otro grupo, más pesimista, piensa que el día de su muerte simplemente todo se acabará para siempre. Qué terrible sería que esto ocurriera. Por favor cierra los ojos y trata de imaginar que todo se acabara eternamente. No por un rato ni por unos años, sino por siempre . . . por siempre . . . y por siempre. No más sentimientos, pensamientos, conciencia, etc. Es sin duda algo que hace poner la piel de gallina a cualquiera y hasta parece que se nos va el aire al pensar en esa posibilidad. Sin embargo, la maravillosa promesa es que para los que han puesto su confianza en Jesús, las puertas del reino eterno se abren completamente, de par en par. ¡Qué contraste más maravilloso y qué descanso más increíble!
Pedro nos ha dicho que debemos verificar nuestra identidad de hijos de Dios buscando el tipo de vida que viviría una persona que realmente ha puesto su confianza en Jesús. El resultado, para aquellos que sean quienes dicen ser, es la generosa bienvenida al reino de nuestro Señor Jesús.
Pedro utiliza aquí una metáfora de un atleta que entra triunfalmente en su ciudad luego de haber resultado vencedor en los juegos olímpicos*. Así mismo, los hijos de Dios entrarán un día a su reino, no como quien se salva buscando refugio de algo, sino como alguien que ha obtenido un gran triunfo.
En estas palabras vemos un elemento presente y uno futuro en la vida cristiana. Hoy, a los hijos de Dios se les ha abierto generosamente las puertas del reino de Jesús sin que nada pueda cambiar eso, pero un día en el futuro cruzarán por ellas siendo recibidos con vítores al entrar en su ciudad celestial.
Este no es un reino cualquiera, ya que es eterno. No iremos ahí con la inseguridad de que un día pase algo y todo termine, sino con la total seguridad de que nada podrá sacarnos de ahí.
Este lugar será el más maravilloso que jamás hayamos conocido. Es el reino de nuestro Señor Jesucristo, donde estaremos en una relación íntima y permanente con nuestro Padre; donde todas nuestras necesidades serán satisfechas. Un reino donde no habrá más dolor, tristeza, enfermedad, necesidad, inseguridad o falta de amor.
En este maravilloso lugar es que los creyentes deben tener puesta su esperanza y seguridad, y no en las cosas finitas o momentáneas. Tendemos a poner nuestra seguridad en la posibilidad de alcanzar o mantener relaciones, obtener logros, cosas materiales, en nuestra salud, etc. Pero todas ellas un día se acabarán o destruirán, pase lo que pase. Por tanto, es absurdo que podamos confiar en algo que sabemos con certeza que tiene fecha de expiración. Pero, por otro lado, Dios nos da la seguridad de la entrada a algo realmente eterno, por lo que se hace lógico que ahí pongamos nuestra mirada y esperanza.
¡Qué maravillosa esperanza y seguridad en medio de todos los temores que tenemos de lo que pasará con nuestro futuro! Al igual que un atleta, que se esfuerza con sacrificio y determinación, con los ojos puestos en la victoria, avanzamos en medio de las dificultades de esta vida con la convicción y la seguridad de que un día cruzaremos la meta y seremos recibidos como atletas victoriosos en nuestro verdadero hogar, que Dios ha preparado por siglos para habitar eternamente junto a él, sin fecha de expiración.
*Green, M. (1987). 2 Pedro y Judas: una introducción y comentario (Vol. 18, pp. 94-96). Downers Grove, IL: InterVarsity Press.