En un reciente viaje a Indianápolis, mi vuelo tuvo un retraso en el despegue. Después de que finalmente pudimos despegar, al llegar al área de Indianápolis, había una tormenta terrible, por lo que el piloto tuvo que volar en círculos alrededor de la ciudad por un instante. Finalmente, para no quedarse sin combustible, tuvo que volar hasta Dayton, Ohio, donde el avión estuvo detenido en la pista de aterrizaje mientras esperábamos que nos comunicaran qué iba a suceder.
Un vuelo con ese tipo de interrupciones es difícil para quienes viajan. Sin embargo, en este viaje en particular, me sorprendió la forma en que respondieron las personas que iban en ese avión. En vez de quejarse o provocar algún inconveniente, hubo conversaciones y risas. Ninguno de nosotros sabía si íbamos a llegar a Indianápolis ese día o no. Muchas personas perdieron la conexión con otros vuelos; sin embargo, todos fueron amables y corteses. Vi muchas personas salir de sus asientos para ayudar a una anciana; escuché mujeres cantar himnos en la parte trasera del avión; vi cómo se formaron amistades; aun la mujer que estaba sentada a mi lado, aunque estaba frustrada porque no iba a poder llegar a su casa esa tarde, pudo reírse conmigo de la situación.
En nuestras vidas ha habido muchos momentos en que hemos estado estancados entre el principio y el final de una situación. En ese tiempo, lo que más hacemos es esperar. Ya sea por un nuevo trabajo, por una propuesta de matrimonio, por un hijo, por una casa, por oportunidades en el ministerio, por una relación que debe ser restaurada o por la recuperación de la salud, estamos esperando que pasen cosas o que las cosas cambien. De hecho, toda nuestra vida estamos a la espera de que nuestro Salvador venga por segunda vez.
No sólo pasamos gran parte de nuestras vidas en una espera, sino que también luchamos para esperar en Dios durante ese tiempo. De igual manera pasó con el pueblo de Dios en la Escritura.
LA ESPERA, LA FABRICACIÓN DE ÍDOLOS Y EL PECADO
En Éxodo 19, Moisés subió al Monte Sinaí para encontrarse con Dios. Estuvo ahí por mucho tiempo. Dios le enseñó las leyes y las reglas para la comunidad, para que lo adoraran, y le dio los Diez Mandamientos. Mientras tanto, abajo, el pueblo esperaba y esperaba. Finalmente, se cansaron de esperar a Moisés: “Cuando el pueblo vio que Moisés tardaba en bajar del monte, la gente se congregó alrededor de Aarón, y le dijeron: ‘Levántate, haznos un dios que vaya delante de nosotros. En cuanto a este Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido” (Éxodo 32:1-2).
Los israelitas hicieron un ídolo para adorarlo mientras esperaban que Moisés regresara. Para muchos esto parece ridículo: ¿Dios estaba en la montaña, justo sobre ellos, e hicieron un ídolo de oro para poder adorarlo? No obstante, la verdad es que nosotros hacemos lo mismo. ¿Cuán seguido buscamos ídolos falsos y sustitutos engañosos para que satisfagan las necesidades que sólo Dios puede satisfacer? ¿Cuán seguido también nosotros nos cansamos de esperar en Dios para que nuestra vida continúe avanzando y vamos a otro lugar en busca de consuelo y paz?
En 1 Samuel 13, el rey Saúl estaba en guerra contra los filisteos y temía perder. Quería tener el favor del Señor y ofrecer un sacrificio. Estaba esperando que llegara Samuel para hacerlo. “Él esperó siete días, conforme al tiempo que Samuel había señalado, pero Samuel no llegaba a Gilgal, y el pueblo se le dispersaba. Entonces Saúl dijo: ‘Tráiganme el holocausto y las ofrendas de paz.’ Y él ofreció el holocausto” (1 Samuel 13:8-9). Luego, cuando Samuel llegó, dijo: “… has obrado neciamente; no has guardado el mandamiento que el Señor tu Dios te ordenó, pues ahora el Señor hubiera establecido tu reino sobre Israel para siempre. Pero ahora tu reino no perdurará…” (1 Samuel 13:13-14).
A veces, durante nuestra espera, decidimos que Dios no va a aparecer. Decidimos avanzar y hacer las cosas a nuestra manera. Nos rebelamos contra los mandamientos buenos y perfectos de Dios y pecamos. Nos resistimos descaradamente a lo que sabemos que es correcto.
ENTONCES, ¿CÓMO SE VIVE EN MEDIO DE LA ESPERA?
En Lamentaciones, el profeta escribió: “Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor” (Lamentaciones 3:26). Es bueno esperar en el Señor; la espera es buena. Es más, encontramos mucho más en el lugar de espera: cosas redentoras suceden ahí.
La espera, ya sea por una respuesta de oración o por el retorno de Cristo, se trata de descansar en la verdad de quién es Dios y creer en sus promesas para nosotros. Dios es soberano sobre todas las áreas de nuestras vidas. Él sabe el final desde el principio y continuará su plan hasta que se complete. La espera requiere confiar en la bondad y fidelidad de nuestro Dios soberano. Significa que tenemos que buscarlo a él en vez de buscar sustitutos falsos. Significa que tenemos que trabajar en lo que realmente creemos, esperamos y deseamos, y sostener dichas cosas a la luz de su Palabra.
Además, también significa que tenemos que estar alerta. Cuando nuestros corazones van tras falsos ídolos o cuando nos vemos tentados a pecar, nos olvidamos de lo que Dios está haciendo. Cuando observamos y esperamos a Dios en oración, podemos seguir su historia y verlo moverse en nuestras vidas. Podemos leer cada línea de la historia a medida que se va mostrando. Mientras más buscamos su gloria, más nos maravillamos. Veremos su provisión en los detalles más pequeños de nuestras vidas y sabremos que él está trabajando tanto en lo macro como en lo micro para cumplir sus propósitos en nosotros. Aunque la historia que Dios escribe para nosotros puede que no parezca como la que nosotros escribiríamos, podemos estar seguros de que es por nuestro bien y para su gloria.
Entonces, cuando estemos atrapados en la pista de despegue de nuestra vida, ¿simplemente nos sentaremos y haremos nada? No. Debemos vivir nuestras vidas, buscando la gloria de Dios, donde sea que estemos en la espera. En Jeremías 29, el pueblo de Dios estaba en el exilio. Estarían ahí por setenta años. ¡Mucho tiempo de espera! El profeta les enseñó a vivir su vida: “Edifiquen casas y habítenlas, planten huertos y coman de su fruto. Tomen mujeres y tengan hijos e hijas, tomen mujeres para sus hijos y den sus hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y multiplíquense allí y no disminuyan. Y busquen el bienestar de la ciudad adonde los he desterrado, y rueguen al Señor por ella; porque en su bienestar tendrán bienestar” (Jeremías 29:5-7).
Cuando esperamos en Dios, necesitamos vivir nuestras vidas; necesitamos trabajar y ser productivos; necesitamos continuar buscando las obras del Reino; necesitamos servir a nuestras familias; necesitamos continuar viviendo la normalidad de nuestras vidas; necesitamos ser luz y sal en nuestras comunidades.
Mientras vivamos en esta tierra, estaremos esperando algo. Siempre estaremos en la espera. Somos peregrinos en un viaje y aunque aún no llegamos a casa, necesitamos vivir por Cristo donde estemos y por el tiempo que sea que debamos esperar.
Este recurso fue publicado originalmente en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda

