En inglés, al Jueves Santo se le denomina Maundy Thursday, en donde la palabra maundy (lavamiento de pies) significa «mandato», pues tiene su origen del latín mandatum. El mandamiento al que se hace referencia aquí viene de las famosas palabras de Jesús en Juan 13:34-35:
Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.
En este pasaje, encontramos un mandamiento, una ilustración y una promesa. Jesús responde nuestro qué, cómo y por qué. Él le dice a sus discípulos que se «amen los unos a los otros»… «como [él los ha] amado», así «todos sabrán que son [sus] discípulos».
En sus horas finales, Jesús le entrega a sus discípulos, y a los futuros cristianos, la clave para distinguirse del resto del mundo como seguidores del Hijo de Dios.
El mandamiento
La primera parte del mandato es simple: que se amen los unos a los otros. Jesús está preparando a los hombres a quienes él ha amado de verdad por los últimos tres años para las pruebas y los sufrimientos que enfrentarán.
Estaban apunto de ser comisionados para realizar un trabajo que cambiaría al mundo para siempre y tendría implicaciones en las almas de cada ser humano y de las generaciones futuras. Jesús sabía que Satanás tenía planes para entorpecer la misión. El remedio de Jesús, al menos en parte, es el humilde mandamiento de amarse los unos a los otros.
Aunque puede ser simple y fácil de recordar, todo aquel que lo ha intentado reconoce que es un reto. El amor requiere generosidad y sacrificio. El amor exige que pongamos a otros antes que a nosotros mismos y que renunciemos a nuestro tiempo, nuestros recursos e incluso a nuestras vidas por el bien de otros. El amor no es ni lo que estamos dispuestos a hacer ni lo que pensamos en hacer lejos de la gracia. Jesús reconoció la tendencia de los discípulos a amarse a sí mismos y los desafió a amar a otros. Él no los dejó solamente con un mandamiento, también les dio una ilustración.
La ilustración
Jesús no entrega una escapatoria simple ni deja a los discípulos con una excusa fácil. Él no sólo les dice que se «amen los unos a los otros», sino que también establece un estándar que sólo él puede ilustrar y lograr por medio de la intervención divina. Él les dice que deben amarse entre ellos «como [él] los [ha] amado». Cualquiera que se haya detenido y haya reflexionado sobre la vida de Jesús en la forma más simple, puede reconocer rápidamente el peso de este mandamiento.
La ilustración no difiere de la lectura que Pablo hace de la ley en Gálatas 5:14: «En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: “ama a tu prójimo como a ti mismo”»; más bien, la complementa. Según John Piper, Jesús está, en esencia, diciendo,
Esto es lo que quiero decir con «como a ti mismo»: mírame. Es decir, tal como quisieras que alguien te librara de la muerte segura, tú debes liberarlo a él de esa muerte. Así es cómo te estoy amando a ti ahora. Mi sufrimiento y mi muerte es lo quiero decir con «como a ti mismo». Tú quieres vida, entonces vive para darle vida a otros; a cualquier costo.
Ahora Jesús entrega una imagen viva del estándar de «como a ti mismo» junto con Pablo, y con el Antiguo Testamento. Somos tan propensos a pasar por alto las muchas formas en las que nos amamos a nosotros mismos. Fácilmente, justificamos la razón por la que no necesitamos hacer ciertas cosas por otros que sí hacemos por nosotros mismos.
Sin embargo, la vida de Jesús nos entrega un modelo que no es falso; una ilustración que no puede ser ignorada. La vida completa de Jesús encarnó el significado del «como a ti mismo», lo cual es la razón por la que él pudo decir, «no piensen que he venido a anular la ley y los profetas; no he venido a anularlos, sino que a darles cumplimiento».
La promesa
La promesa es un honor: ser conocidos como discípulos y seguidores de Jesús, Dios y hombre al mismo tiempo. No hay otro nombre al que nos asocien que nos dé mayor privilegio que el de Jesús. Sin embargo, muchos quieren que los asocien con su nombre sin imitar su sacrificio de amor.
Jesús le dice a sus discípulos que si ellos se aman los unos a los otros como él los ha amado, «todos sabrán que son [sus] discípulos». Con el propósito de mostrar nuestra lealtad a Jesús, podríamos intentar casi cualquier cosa aparte de amarnos los unos a los otros: ponemos letreros en nuestros patios, publicamos citas en las redes sociales y ponemos autoadhesivos en el parachoques de nuestros autos. Todo esto puede hacerse con un corazón genuino, pero no valen nada si es que no amamos a otros cristianos (que, de hecho, pueden ser algunas de las personas más difíciles de amar para nosotros).
La forma en la que tratamos y nos preocupamos los unos por los otros dice mucho sobre el evangelio que proclamamos. En su carta, el apóstol Juan repite las palabras de Jesús:
Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Y él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4:20-21).
Es imposible que amemos verdaderamente a Dios sin amar al cuerpo de Cristo. Debemos buscar amar a nuestros hermanos y hermanas como amaríamos a los miembros de nuestra familia, porque, al final de cuentas, realmente somos una familia, la verdadera familia.
Cuando el mundo hace afirmaciones amplias y generales sobre la maldad en la iglesia, eso debiese detenernos. En vez de unirnos a los términos del mundo, debemos estar preparados para destacar lo bueno, incluso mientras reconocemos honestamente lo malo. El amor significa disposición a sacrificar desinteresadamente nuestra propia reputación por el bien del cuerpo, como Cristo lo hizo en la cruz. El amor significa tomar el riesgo de que nos cataloguen como malvados por hacer el bien.
Nuestro amor como el de Cristo entre nosotros comunica al no cristiano que nosotros realmente creemos el evangelio que proclamamos y entrega una ilustración limitada, pero poderosa, del amor que ellos pueden tener en Cristo Jesús.
Jesús es la ilustración perfecta del amor. La Semana Santa nos da una excelente oportunidad para ser testigos de la exhibición de su amor y para buscar andar en sus humildes pasos.