Aparentemente, Clara parece tener todo resuelto. Está soltera, tiene una profesión y es bastante activa en su iglesia local. Sin embargo, está sola, desencantada con su profesión y se siente desconectada de su iglesia. El cascarón que sus pares admiran oculta su cristianismo descontento y sombrío.
Clara había imaginado una vida diferente para ella. A esta altura, ella pensó que estaría en su mejor momento, pero se encontró en un abismo de miseria. Pensó que estaría casada, que aún estaría en contacto con sus amigos de la universidad, que estaría criando a su familia y que estaría mentoreando a mujeres cristianas más jóvenes. Sin embargo, su presente realidad defraudó sus expectativas. Su descontento la ha llevado por un camino oscuro de pecado, con el fin de buscar alivio, pero solo ha encontrado muerte.
La única esperanza que Clara tiene para curar su descontento e infelicidad es aprender el arte del contentamiento y abrazar una visión bíblica de Dios. Ambas cosas son esenciales para su gozo.
No eres tú, soy yo
Clara representa a muchos cristianos que luchan con las circunstancias que les tocó vivir. La condición de su corazón no solo se aplica a los solteros, sino que también a los casados. Cada mañana, cristianos a lo largo del país despiertan descontentos con sus vidas (soltería, matrimonio, profesión, iglesia o comunidad) y desean poder cambiarla por una diferente.
Nuestro descontento nos lleva a tener pensamientos llenos de ilusiones, pero que en realidad no traen esperanza (y a veces llegan a ser suicidas). Intentamos reemplazar y eliminar cualquier cosa que percibamos que esté relacionada con nuestro descontento:
- «Detesto estar soltero, así que debo solucionarlo»
- «Mi cónyuge no me satisface, así que debería conseguir uno nuevo»
- «Mi trabajo no me llena, así que renunciaré»
- «Mi iglesia no es emocionante, así que me iré»
- «La vida está llena de miseria, así que terminaré con ella»
- «Dios no me hace feliz, así que lo rechazaré»
No obstante, el problema no se encuentra en la soltería, en el matrimonio, en el trabajo, en la iglesia ni en Dios. La respuesta a nuestro problema no siempre está relacionada con cambiar la circunstancia en la que nos encontramos. El puritano Jeremiah Burroughs escribió,
Es común decir que hay muchas personas que no están bien ni cuando están satisfechos ni cuando están ayunando… Existen algunas personas que tienen actitudes tan irritables y desagradables que no importa en qué condición estén insertos, son personas detestables. Hay algunos que tienen corazones desagradables y son desagradables en cada circunstancia que les toque vivir. (Contentment, Prosperity, and God’s Glory [Contentamiento, prosperidad y la gloria de Dios], 1).
Enfermo o sano, soltero o casado, rico o pobre, fértil o infértil, hambriento o satisfecho, independiente de la circunstancia, podemos encontrar una forma para estar descontentos sean cuales sean las situaciones difíciles de nuestras vidas. El corazón humano es imposible de satisfacer con condiciones temporales y bienes terrenales. Siempre queremos más. La vida siempre puede ser mejor. Como señaló correctamente Charles Haddon Spurgeon, «recuerda que el contentamiento de un hombre está en su mente, no en la extensión de sus posesiones. Alejandro Magno, con todo el mundo a sus pies, pedía a gritos otro mundo al cual conquistar». Sin embargo, existe una mejor forma: un camino que lleva al dulce contentamiento y a la verdadera felicidad.
El dulce contentamiento
La infelicidad y el descontento del cristiano están directamente relacionadas con la visión que este tiene de Dios. El descontento grita, «¡mereces algo mejor!» y susurra, «Dios no te está dando lo que mereces». A todas luces, el grito es falso, pero el susurro es profundamente cierto. Satanás es maestro en mezclar mentiras con verdades.
Es mentira que mereces algo mejor. Esa afirmación también asume que tú sabes lo que es mejor y que los regalos de Dios no son lo mejor para ti. La mentira te lleva a creer que tú eres más sabio que Dios e interpreta la dirección que él tiene sobre tu vida como un ataque en lugar de verlo como un acto de misericordia o un regalo.
Es verdad que Dios no te está dando lo que mereces. Merecemos la ira de Dios, y aún así diariamente recibimos nuevas misericordias. ¿Cómo podemos considerar las enfermedades, el sufrimiento y otras tragedias como misericordias? Darnos cuenta de que cada mañana no despertamos en el infierno es un ejemplo de la misericordia de Dios hacia nosotros. Aun cuando sentimos que estamos en nuestro peor momento, Dios nos muestra más misericordia de la que merecemos. No existe desastre o tragedia que podamos enfrentar que sea peor que la santa ira de Dios. Al mismo tiempo, no existe placer terrenal que se pueda comparar con la gloria que está por revelarse. Así es cómo el apóstol Pablo enfrentó el sufrimiento: «pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Ro 8:18).
Con esto en mente, en el peor de nuestros días, él es digno de agradecimiento y de adoración por todo lo que él ha hecho. O como solíamos decir en la iglesia en la que crecí, «no importa si Dios nunca más hace algo por nosotros, pues él ya ha hecho suficiente». Esta visión de la bondad de Dios refleja un corazón humilde ante un Dios humilde y santo. Esta perspectiva nos capacita para sufrir correctamente, sabiendo que lo mejor aún está por venir.
No obstante, podemos ir aún más allá. A medida que luchamos diariamente contra el descontento, debemos interpretar todo lo que se aparezca en nuestro camino como una razón para regocijarnos. Nuevamente, Burroughs escribe,
Piensa bien de Dios e interpreta bien el trato que tiene contigo. Es muy difícil vivir cómoda y alegremente entre amigos cuando uno interpreta duramente las palabras y las acciones de otro. La única manera de mantener un contentamiento y un consuelo dulce en las sociedades cristianas es interpretar las cosas lo mejor que podamos. Asimismo, una manera fundamental de ayudar a mantener el consuelo y el contentamiento en nuestros corazones es interpretar bien el trato que Dios tiene con nosotros. (Contentment, Prosperity, and God’s Glory [Contentamiento, prosperidad y la gloria de Dios], 7).
Imaginen si realmente creyéramos lo que la Biblia dice sobre cómo Dios nos ve. Transformaría la forma en que interpretamos todas sus acciones y las veríamos como misericordias. Sé que en medio de mis batallas contra el descontento y los grandes pecados, es difícil no ver lo que está pasando en mi vida como una condena o un castigo.
Las misericordias de Dios, nuestro gozo
Como Clara, si no revisamos nuestra insatisfacción con la vida inevitablemente nos llevará hacia un ciclo de descontento, pecado, culpa y depresión. El descontento al final lleva al pecado, el pecado lleva a la culpa, la culpa lleva a la depresión y la depresión lleva de vuelta al descontento. Este ciclo lentamente destruye todo lo que enfrentamos y tocamos, dejándonos sin gozo y vacíos. Con el fin de romper este mortífero círculo, la búsqueda del gozo es esencial. Santiago 1:2-4 complementa las palabras de Burroughs:
Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte.
Si interpretamos con gozo todo lo que sucede (enfermedad, muerte, pérdida, pobreza) como actos de misericordia en vez de juicio, transformará la manera en la que vivimos como cristianos. Debemos mirar la Palabra fiel de Dios para encontrar consuelo porque él realmente nos ama y hace el bien con nosotros. La Escritura dice:
- Dios es quien ayuda; por lo tanto, no tenemos nada que temer (Is 41:13)
- El amor de Dios fue manifestado y demostrado cuando él envió a su Hijo para morir por nuestros pecados (1 Jn 4:10)
- Nada puede separarnos del amor de Dios; absolutamente nada (Ro 8:35–39)
- Dios nos ama con un amor eterno (Jr 31:3)
- Jesús nos ama con el mismo amor con el que el Padre lo ama a él (Jn 15:9)
Jesús, el único Hijo engendrado de Dios, fue un varón de dolores (Is 53:3). Fue despreciado y rechazado por los hombres, sufrió y murió por crímenes de los cuales él era inocente y absorbió la ira de Dios por los pecados que él nunca cometió. Dios ordenó todo esto. ¿Por qué? Porque Dios nos ama (Jn 3:16). Y puesto que nos ama, debemos esperar sufrir en esta vida de la misma manera en la que Cristo sufrió, porque «…la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza. Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado» (Ro 5:3-5).
Pero gracias a Dios porque «los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo» (2Co 1:5). Nuestra capacidad para interpretar las acciones de Dios hacia nosotros como buenas está inevitablemente conectada a nuestro contentamiento y gozo. Si no somos capaces de ver su providencia como algo bueno, nunca estaremos contentos, y sin contentamiento, nunca conoceremos plenamente el gozo que él tiene para nosotros.