Imagina cómo fue para ella: eran solo ella y su pequeño niño. Su esposo había muerto, y juntos, madre e hijo morían de hambre.
Fueron víctimas de una hambruna generalizada y no había lugar al cual podían ir ni nada que pudieran hacer respecto a su difícil situación. Ella enfrentó la realidad de que iba a morir: iba a tomar su tinaja de harina y el poquito de aceite que le quedaba, a recoger un poco de leña, a hacer un pan, a comer su última cena con su hijo y acostarse para morir.
Si hubieses estado en su lugar, ¿qué habrías pensado? ¿Qué habrías pensado sobre Dios? ¿Qué le habrías dicho a tu hijo? ¿Y qué habrías respondido si alguien que no conoces viniera y te pidiera los ingredientes de tu última cena en la tierra?
La historia
Quisiera que te detengas y leas 1 Reyes 17:8-24. Haz como si estuvieras ahí. Ponte en los zapatos de la mujer.
A veces creo que leemos la Biblia de manera estoica. En ocasiones, creo que olvidamos que los personajes en las historias insertadas en el Antiguo Testamento eran personas igual que nosotros. Ellos tenían esperanzas y sueños; creían y dudaban; sentían alegría y experimentaban desolación; sufrían dolor real; no sabían qué pasaría después.
La viuda de Sarepta
Imagina el sufrimiento de esta mujer: no solo estaba sufriendo la pérdida de su esposo, sino que también ahora era forzada a enfrentar su muerte y la de su hijo. Es innegable el espantoso estado en el que ella se encontraba. ¿Acaso podría empeorar? ¿Acaso la vida podría ser más oscura?
Sin embargo, lo que ella no sabía era que Dios había decidido hacer brillar en ella la luz de la vida gloriosa. Dios ya había decidido que ella fuera parte de algo más maravilloso que cualquier cosa que su quebrantado corazón pudiera haber imaginado jamás.
Dios había elegido a esta débil y quebrantada mujer para ser parte de algo que influenciaría a personas de fe hacia la eternidad. Dios había decidido no solo darle vida, sino que también declarar por medio de ella que él es la resurrección y la vida.
El método que se utilizaría para todo esto sería una petición indignante, una a la que honestamente yo me hubiese rehusado.
La petición
Encontramos a la viuda en las puertas de la ciudad, recolectando leña para hacer fuego para su cena fúnebre. Un extraño, a quien conocemos como Elías, le pide agua: «por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber» (v.10).
La respuesta de la viuda a esta primera petición me sorprende. ¿Por qué? Porque sale de su propio sufrimiento para entregarle a este hombre que no conoce algo de beber. Recuerda: lee la historia como si estuvieras ahí.
Luego Elías hace otra petición. Increíblemente, le pide a esta mujer (que no tenía nada más que un poco de harina y un poco de aceite) que le traiga un trozo de pan junto con el agua. Puedo imaginarme a la mujer gritando: «¿pan? ¿¡Estás loco!? Estoy completamente sola, hay una hambruna en todos lados, ¿y tú me pides pan?».
No obstante, la viuda no pierde la cabeza ni huye. Ella responde, «tan cierto como el Señor vive… no me queda ni un pedazo de pan; solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre!» (v.12).
Aquí es cuando la historia da un vuelco. Elías declara, «porque así dice el Señor, Dios de Israel: “No se agotará la harina de la tinaja ni se acabará el aceite del jarro, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra”» (v.14). La historia concluye con bendición: «cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías» (v.15).
Tomar una decisión
Esta es una de las muchas elecciones de fe que se encuentran a lo largo de toda la narración bíblica. ¿Acaso la viuda hará lo que es lógico y guardará el aceite para ella y para su hijo o le confiará lo último que tiene en la tierra al Creador del cielo y de la tierra?
Esta querida viuda, sin poder más, decidió hacer el pan que pidió el profeta. ¿Qué habrías hecho tú? Si somos honestos con nosotros mismos, muchos de nosotros habríamos guardado los ingredientes. Al actuar por fe, la viuda no solo le hizo un pan a Elías, sino que hizo uno para ella y para su hijo, y pudo hacer muchas comidas para todos ellos, porque la harina y el aceite no se acabaron.
La bendición de la harina inagotable es una imagen física de que el Dador de vida había invadido su vida por su gracia. Mucho antes de que hubiera comido su provisión, él la había escogido no solo para experimentar la vida, sino que para ser un instrumento de la vida y del ministerio continuo del profeta.
A menudo, Dios nos pide entregar lo que nos queda para hacer algo más grande de lo que nuestras pequeñas mentes pueden imaginar.
La historia no ha terminado
Esta historia habría sido suficientemente sorprendente si hubiera terminado en el versículo 16. Sin embargo, no es así. Da un vuelco aún más dramático de lo que el lector puede esperar. De pronto, el hijo de la viuda sufre lo que parece ser una enfermedad terminal; los signos físicos en este pasaje nos dicen que el niño estaba muriendo.
¿Por qué Dios permitiría que suceda esto? ¿Tenía algún sentido entregarles provisiones inagotables para el sustento del niño y luego permitir que muera inmediatamente después? ¿Acaso Dios no debería premiar a la viuda por su acto de fidelidad? Desde la distancia, parece una broma de muy mal gusto.
Esto no es una broma de mal gusto; no, ¡es un llamado divino! ¿Qué quiero decir con esto? Dios había elegido a esta pobre viuda y a su único hijo para incluirlos en la profecía del evento más importante de la historia. Dios había decidido que ella fuera un testigo viviente de la muerte y de la resurrección.
A través de la viuda de Sarepta, Dios se declaraba a sí mismo no solo como el Dador de vida (en términos de dar la provisión para las necesidades de sus hijos), sino que también como el Dador de vida que puede hacer lo que ninguna persona jamás puede hacer: vencer a la muerte. ¡Qué imagen!
El profeta se tendió sobre el cuerpo del niño, clamó a Dios para que le diera vida, el niño comenzó a respirar nuevamente y el profeta pudo entregarle de vuelta el hijo a su madre. Repito, ponte en la escena de esta historia. ¡Cuán desanimante, y luego maravilloso, y luego depresivo, y luego increíble habrían sido esos momentos para todos los que estaban involucrados!
Nuestra historia
Creo que la mayoría de los lectores de este sitio web no ha experimentado una hambruna de esta magnitud, tampoco ha tenido un hijo que haya sido resucitado. Entonces, ¿cómo se aplica esta historia a nuestras vidas? Es vital entender que este momento no es solo una historia de un libro, sino que un momento profético para cada hijo de Dios.
Este momento de muerte y vida del hijo de la viuda es una profecía física de otro Hijo único que moriría y resucitaría. Jesús moriría, llevando nuestros pecados, pero no permanecería muerto. No, se levantaría de la tumba conquistando la muerte, dando vida a todo aquel que pusiera su confianza en él. La resurrección del hijo de la viuda es un dedo histórico que apunta a la futura resurrección del Hijo del Hombre, el Señor Jesucristo.
Cuando ella salió a recoger leña para su última cena, la viuda de Sarepta no tenía idea del increíble vuelco que daría su vida. No era su último día porque lo que la acechaba no era la sombra de la muerte, sino que la del Dador de vida, que no solo le daría vida, sino que por medio de su vida predicaría a todos los que creen.
Y todo comenzó con la aparentemente indignate petición de un extraño, seguido por un acto de fiel obediencia.
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