La Biblia es clara respecto a que pondremos nuestro dinero en donde nuestros corazones estén, por lo que es importante que regularmente evaluemos nuestro tesoro. Existen muchas formas en las que podemos perder nuestras vidas por amor al dinero. Queremos que nuestro dinero sirva a nuestro mayor bien y felicidad perdurable, no que los mate. Por lo tanto, hace un tiempo propuse cuatro preguntas para guardarlas en tu billetera:
- ¿Mis gastos están marcados por la generosidad cristiana?
- ¿Qué dicen mis gastos sobre lo que me hace más feliz?
- ¿Mis gastos sugieren que estoy acumulando para esta vida?
- ¿Mis gastos apoyan explícitamente la expansión del Evangelio?
Aquí, me gustaría agregar una quinta pregunta dirigida al tacaño que todos tenemos dentro de nosotros: ¿Es mi gasto tan cauteloso que ha capturado mi corazón de modo que me impide amar bien a quienes me rodean?
Una seducción más sutil
La semana pasada escribí: «un deseo por más y más dinero para comprar más y más cosas es algo diabólico, e irónica y trágicamente roba y mata la vida y la felicidad que promete». Sin embargo, ¿qué pasa si esta amante homicida merodea en lugares menos predecibles?
Debido a lo que la Biblia nos advierte sobre la riqueza, los cristianos rápidamente se ponen más alerta sobre sus ingresos, inversiones y donaciones (y es una tendencia buena y correcta como un todo). Sin embargo, hay un tipo de administración de dinero que se pone la capa heroica del cristianismo, mientras oculta un enamoramiento secreto por el dinero. Un amor por el dinero puede verse como un amor por tener o un amor por gastar. Asimismo, un amor por el dinero también podría revelarse como una obsesión por ahorrar o incluso por dar dinero. Cristiano, ¿te has enamorado del dinero que te rehúsas a gastar?
Mi dinero en mi mente
Quizás un amor por el dinero tiene menos que ver con su presencia o ausencia, y más con su control en nuestros corazones. Quizás tiene menos que ver con si tenemos más o menos dinero, y más con si es que nuestros pensamientos, conversaciones y presupuestos están centrados excesivamente en él.
¿Cuánto pensamos en el dinero? ¿Cuánto de nuestras vidas y decisiones está estructurado en relación al dinero? Por supuesto, necesitamos ser administradores sabios, pero ¿cuándo esa intencionalidad se transforma en intimidad y adoración? El ruego de Pablo es una súplica por contentamiento y sencillez, no un contar, presupuestar y revisar precios sin descanso. El objetivo no es tener muy poco dinero, sino que pensar menos en el dinero.
A modo de ilustración, la misma advertencia puede aplicarse a las personas que «administran sus cuerpos» al estar obsesionados con contar las calorías y los kilómetros corridos. ¿Cuán fácil es tomar «su cuerpo [que] es templo del Espíritu Santo» (1Co 6:19), y hacer del lugar de adoración (tu cuerpo) el premio de la adoración (tu dios)? El cuerpo se transforma en dios y Dios es olvidado. Las idolatrías sutiles de la imagen, de la comida, del orgullo, del ejercicio o de la competencia pueden efectivamente pasar desapercibidos bajo el disfraz de la salud personal, de la fidelidad y de la mayordomía.
No descuides a los que te rodean
Una forma en que este tipo de moderación puede carcomernos es evitando que bendigamos a aquellos que están cerca de nosotros: amigos, vecinos, e incluso, a nuestras propias familias. Hay una moderación que debilita relaciones importantes a lo largo del tiempo. Los mismos resguardos que protegen de gastar en comodidades egoístas y temporales para nosotros mismos, también pueden evitar que tengamos actos buenos y tangibles de amor hacia otros que forman parte de nuestras vidas.
La lógica razonable podría decir que como no deberíamos comprar eso para nosotros, tampoco deberíamos comprarlo para otros. O quizás pensamos de esa cosa en términos de necesidad. En realidad ellos no necesitan eso, por lo que no lo voy a comprar para ellos. Esperaré hasta que en realidad necesiten algo para vivir. En el peor de los casos, estamos concentrados en nuestras propias necesidades y planes que perdemos cualquier oportunidad.
Aunque la sabiduría prioriza la necesidad y se mantiene dentro de sus límites, la generosidad gasta en otros con mucho gusto, incluso cuando no lo gastaría en sí misma. Dios nos ha dado una responsabilidad para modelar su amor sacrificial, generoso, incluso derrochador por las personas en nuestras vidas, especialmente nuestras familias. Así como Dios provee para nosotros, a menudo esto significará comprar algo especial, inesperado e incluso innecesario con el fin de expresar nuestro amor por otros y nuestro compromiso con ellos.
Santidad y esperanza
Al final, la santidad no se trata necesariamente de tener menos, sino de esperar en Dios más que dinero. La pregunta real se relaciona más con nuestros corazones que con nuestras billeteras, más con nuestra energía, esperanza y afecto que con nuestros presupuestos. No se trata necesariamente sobre contar cada centavo, sino de contar a Cristo, que es más preciado, más seguro, más satisfactorio, mejor que cualquier otra cosa. Se trata de ser ricos para Dios con la divisa de nuestro corazón y alma (Lc 12:21).
Los fariseos querían desesperadamente ser vistos como santos y, por eso, probablemente no vivían con lujos evidentes. Sin embargo, ellos adoraban su dinero (Lc 16:14). Ese amor sembraba su repugnancia contra Jesús y su Evangelio. La santidad se trata de lo que nuestros corazones sienten por el dinero y por Jesús.
Lo barato no es libertad
Por supuesto, esto significará que ahorraremos, gastaremos y daremos en maneras que digan que Él es nuestro Tesoro. Sin embargo, en toda nuestra estrategia de cómo usar nuestro dinero «bíblicamente», espero que no nos enamoremos del enemigo que pensamos que hemos derrotado con nuestros presupuestos. No le permitamos que nos gobierne silenciosamente en la comodidad de nuestra disciplina, dominio propio y generosidad farisaicos. «Sea el carácter de ustedes sin avaricia», no necesariamente para mantener nuestras vidas alejadas del dinero, sino que para llenarlas más y más con la presencia y la obra reales, satisfactorias y perdurables de Jesús (Heb 13:5).
Tenemos mucho que decirle a los acaparadores y gastadores que hay entre nosotros, pero recordemos que el dinero puede seducirnos incluso como ahorradores, aquellos que tienen el puño más apretado y los presupuestos más estrictos. Un estilo de vida barato podría estar libre de muchas cosas, pero gastar menos no es garantía de la libertad del amor al dinero. Solo un amor superior por Jesús puede comprarte eso.