Uno de mis miedos más grandes es que la salud de mis hijos se vea afectada. Quizás porque desde la infancia ellos han batallado contra el asma y la enfermedad crónica. Probablemente, se debe a que le tengo miedo a lo que no puedo controlar. También, no me gusta sentirme indefensa. No me gusta no saber qué hacer en una situación. Aunque ellos son mucho más saludables ahora que cuando eran niños pequeños, no se requiere mucho para que ese miedo reaparezca.
Hace un par de semanas, nuestro estado tuvo el primer caso de coronavirus. No llegó a un lugar de una gran ciudad. No fue en un pueblo o en un lugar en el que yo nunca haya estado. No le ocurrió a una persona con la que podría sentir empatía y luego continuar con mi vida, como lo hacía cuando escuchaba sobre una tragedia en las noticias vespertinas. Ocurrió en los suburbios, en nuestro pequeño programa de educación en casa al que asiste uno de mis hijos. Un compañero había dado positivo. La escuela cerró hasta que pasara un periodo de catorce días y quienes habían estado en contacto con el estudiante fueron puestos en cuarentena.
Mi hijo no tuvo contacto directo con el estudiante así que no anticipé que se enfermara, pero nos quedamos en casa de todas formas, principalmente para cuidar a otros. Hay tanto miedo e incertidumbre respecto al virus que sabía que una vez que las personas escucharan de esto, no querrían que mi hijo estuviera cerca de ellos. Mientras estábamos confinados en casa, mi hijo comenzó a presentar síntomas similares a los de la gripe y sentí cómo el miedo de mamá entró de una patada. ¿Podría ser el virus o quizás la gripe? ¿Y si su asma se manifiesta como resultado de esto? La última vez que tuvo gripe, terminó en urgencias. Sentí cómo la ansiedad crecía a medida que intentaba averiguar qué hacer. Debido a nuestra conexión con la escuela, tuvimos dificultad para encontrar un lugar para que le hicieran el examen, pero el pediatra logró encontrar un hospital que tenía todas las herramientas y el equipo necesario para hacerlo. Fue una experiencia memorable y estoy agradecida del cuidado y la preocupación que los doctores y las enfermeras nos entregaron. Dentro de un par de horas, descubrimos que tenía gripe y al día siguiente, que no tenía coronavirus.
Han ocurrido muchas cosas en las últimas dos semanas. Desde entonces, la mayoría de las cosas han sido canceladas, incluídos los compromisos de conferencias que había agendado hace meses. Todas las escuelas a nuestro alrededor están cerradas. Las iglesias están cerradas. Existe mucha incertidumbre para todos nosotros. ¿Debemos ir ahí o allá? ¿Debemos cancelar esto o eso? ¿Qué implica para el trabajo? ¿Qué pasará con la economía?
¿Qué pasaría si? ¿Qué pasaría entonces?
Como he escrito antes, siempre voy a los Salmos cuando mis emociones me abruman. Cuando temo a lo desconocido, no puedo evitar pensar en David, escondiéndose por miedo a perder su vida en las cuevas del desierto de En Gadi. Tuve la oportunidad de visitar En Gadi en un viaje que hice a Israel hace un par de años. Fue una experiencia surrealista y emocional, ver el lugar que me había imaginado mientras estudiaba y escribía el libro A Heart Set Free [Un corazón liberado]. Mientras huía del rey Saúl, David se escondió ahí y escribió el Salmo 57.
Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí, porque en ti se refugia mi alma; en la sombra de tus alas me ampararé hasta que la destrucción pase. Clamaré al Dios altísimo, al Dios que todo lo hace para mí (vv. 1-2).
Este Salmo es un recordatorio útil para todos nosotros mientras estamos confinados en casa, atrapados en nuestras cuevas, ansiosos y preguntándonos por el futuro. Nuestro refugio se encuentra en Dios: clamemos a Él.
Escribí esta oración hace unos años y la actualicé para reflejar nuestras circunstancias actuales:
Una oración en tiempos de temor e incertidumbre
Padre que estás en el cielo:
Vengo ante ti con un corazón y una mente distraídos. Veo los noticieros y me siento ansiosa. Cada canal es igual. Veo las redes sociales y veo incertidumbre en cada publicación. Me afligen las pérdidas de vidas alrededor del mundo. Me asusta que a aquellos que son susceptibles al virus les pase algo. Estoy llena de incertidumbre y preocupación por lo que trae el futuro. ¿Qué pasa con aquellos que no pueden dejar de trabajar? ¿Qué pasa con quienes son débiles y vulnerables? ¿Será este un obstáculo a corto plazo o un problema más grande del que imaginamos?
Mi mente comienza a dar vueltas y vueltas y quedo atrapada en las probabilidades de la vida. Así que vengo ante ti como lo hizo el salmista. Vengo ante ti porque tú eres el Rey y tú gobiernas todas las cosas. Vengo ante ti porque eres mi Padre, mi Abba. Me adoptaste como tu hija y me has dado todos los privilegios que vienen por ser parte de tu familia. Vengo ante ti porque eres mi Salvador misericordioso. Solo tú puedes rescatarme del miedo, del pecado, de la tentación y de todo lo desconocido. Vengo ante ti porque eres mi Proveedor, Jehová-Jireh. Creaste todas las cosas y todas ellas te pertenecen. Todo lo que tengo viene de tus manos generosas. Vengo ante ti porque eres mi Redentor. Solo tú puedes redimir y restaurar todo lo que está roto en mi vida y en el mundo a mi alrededor.
Perdóname por sacar mis ojos de ti y ver las cosas preocupantes que pasan a mi alrededor. Perdóname por olvidar que estás conmigo. Perdóname por no confiar. Perdóname por no clamar a ti antes e intentar conquistar mis temores en mis propias fuerzas. Perdóname por no vivir en completa dependencia a ti.
Oro por quienes son vulnerables. Oro para que los protejas. Oro para que proveas para quienes necesitan. Oro para que levantes a la iglesia y nos ayudes a ser las manos y los pies de Jesús, satisfaciendo las necesidades en nuestras comunidades. Oro para que estemos felices con la incomodidad por el bien de otros. Oro para que detengas el virus y sus rastros.
En mi propia vida y corazón, dame una paz que sobrepasa todo entendimiento. Aunque no sé lo que ocurrirá en el futuro, ayúdame a confiar en ti. Ayúdame a recordar que no te sorprende todo el caos y la incertidumbre. Ayúdame a recordar que nada sucederá ahora que te tome de imprevisto. No estás dormido ni demasiado ocupado, sino que estás activamente involucrado en cada detalle. Ayúdame a esperar y a ver tu gloria. Ayúdame a obedecer y hacer lo correcto en el momento, sabiendo que estás ahí en todos los momentos que vendrán.
Ayúdame a verte más grande que todos mis miedos.
Más importante aún, ayúdame a recordar a Jesús, el Único que clamó en el jardín la noche en que fue traicionado: «¡Abba, Padre! Para ti todas las cosas son posibles; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras» (Mr 14:36). Te doy gracias porque: «por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Heb 12:2). Incluso ahora, Él intercede por mí; ¡qué maravillosa verdad!
Sé mi refugio «hasta que la destrucción pase». Tú eres mi verdadero lugar de seguridad.
Oro todo esto en el nombre de Jesús,
Amén.