“El tiempo es como el cielo: donde sea que miremos, ahí está”. —Zach Eswine
Frente a la pregunta “¿cuál es el superpoder que más te gustaría tener?”, más de un cuarto de los estadounidenses consultados contestó que, más que volar o ser invisible, elegiría el superpoder de viajar en el tiempo.
El tiempo nos inquieta. Siempre está ahí, pero es un lujo del que pareciéramos nunca tener suficiente. Quizás esta es la razón por la que queremos viajar en el tiempo: nos sentimos restringidos por él y nos preocupamos por lo que hacemos con él. Nos preguntamos: “Si ‘ahora es el tiempo’, ¿qué deberíamos estar haciendo?”
Esta es una pregunta que muchos se están haciendo bastante en la actualidad, por lo que queremos estudiar el tema del tiempo.
El autor de Eclesiastés nos enfrenta con nuestra frustración e inquietud con respecto al tiempo por medio de un poema:
“Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar,
y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir,
y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras,
y un tiempo para recogerlas;
un tiempo para abrazarse,
y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar,
y un tiempo para desistir;
un tiempo para guardar,
y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar,
y un tiempo para coser;
un tiempo para callar,
y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar,
y un tiempo para odiar;
un tiempo para la guerra,
y un tiempo para la paz.”
(Eclesiastés 3:1-8)
Este poema y los versos que continúan nos hablan de “lo que Dios hace con el tiempo y, a la luz de eso, lo que nosotros debemos hacer en el tiempo que tenemos con Dios”. (D.S. O’Donnell).
Dios establece nuestros tiempos
¿Qué hace Dios con el tiempo? En primer lugar, lo controla: “…hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo” (v. 1).
Por si acaso no lo entendimos, el autor lo explica detalladamente unos pocos versos más adelante, pero esta vez sin poesía: “Dios lo hizo”, dice sin rodeos, y “todo lo que Dios ha hecho permanece para siempre; (…) no hay nada que añadirle ni quitarle…” (v. 14).
Dios ordena el tiempo: cualquier cosa que se haya hecho, Dios la hizo, pues el tiempo está en sus manos.
Dios ha ordenado nuestro tiempo en momentos: “Todo tiene su momento oportuno…”; en otras palabras, “un tiempo establecido, un propósito determinado” (C. Bridges). Por lo que hay un tiempo para reír y también para llorar; para abrazar y para despedirse; para nacer y para morir.
Sin embargo, este hermoso poema tiene su aspecto menos agradable, pues nos dice que, por más que disfrutemos los momentos de risa y de abrazos, no podemos evitar los momentos de soledad, dolor y lágrimas. Indudablemente, los tiempos difíciles vendrán así como los buenos. De ahí viene nuestra fantasía de poder viajar en el tiempo.
“Este capítulo tiene consecuencias inquietantes”, escribe Derek Kidner. “Una de ellas es que seguimos un ritmo, o muchos ritmos, que nosotros no hemos creado; y otra, que nada de lo que buscamos permanece para siempre”:
“Nos sumergimos en una suerte de actividad absorbente que nos ofrece satisfacción, pero ¿qué tan libres fuimos de elegirla? ¿Cuánto nos demoraremos en hacer exactamente lo opuesto? Quizás no somos más libres al elegir esas cosas que al responder al clima del invierno y del verano, a la infancia y a la vejez, que son dirigidas por el paso del tiempo y del cambio inevitable.
Visto de esta manera, la repetición de “un tiempo para…, y un tiempo para…” comienza a ser opresiva. Cualquiera sea nuestra habilidad o iniciativa, estos tiempos inexorables parecieran ser nuestros verdaderos amos: no sólo los del calendario, sino que también la marea de eventos que ahora nos lleva a realizar ciertas acciones, que parecen apropiadas, y luego a realizar otras que nos hacen retroceder. Obviamente, no hay mucho que decir en estas situaciones”.
Nuestro poema termina con una pregunta retórica que es casi amarga: “¿Qué provecho saca quien trabaja, de tanto afanarse?” (v. 9). La respuesta parece perderse en el viento.
El autor nos enfrenta con nuestra vida en este mundo manchado por el pecado. El tiempo está sujeto al pecado y nosotros estamos sujetos al tiempo. Habrá llanto y guerra; silencio, pérdida y soledad. Aunque nos afanamos en estos tiempos, ninguna actividad absorbente o satisfactoria que busquemos perdura en el tiempo.
Entonces, ¿cuál es el propósito de vivir sujetos al tiempo?
Dios hace que nuestros tiempos sean hermosos
Según el autor de Eclesiastés, hay buenas y malas noticias, y recién nos ha dado las malas: estamos sujetos al tiempo y todos nuestros esfuerzos dentro de ese tiempo son en vano.
Las buenas noticias son que “Dios hizo todo hermoso en su momento” (v. 11).
“[El autor] nos capacita para ver el cambio permanente no como algo inquietante, sino que como un diseño brillante, dado por Dios, que se va revelando de a poco. Nuestro problema no es que la vida se niegue a quedarse quieta, sino que vemos sólo una pequeña parte de su recorrido y de su imperceptible y complicado diseño. En vez de invariabilidad, existe algo mejor: un propósito dinámico y divino, con su principio y su final. En vez de una perfección estancada, hay un movimiento diverso y cambiante de un sinfín de procesos, cada uno con su propio carácter y su tiempo de desarrollo y maduración, hermoso a su tiempo y que contribuye a la obra maestra completa, obra de un solo Creador”.
Esto es lo que Dios hace con el tiempo: lo hace hermoso. El tiempo es la obra maestra de Dios. Pone en orden nuestras tristezas y nuestras alegrías; nuestra exclusión y nuestra inclusión. Él ordena todos nuestros tiempos como parte de su hermoso plan. Es más, lo más impresionante de todo es que “cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo” (Gálatas 4:4).
Entonces, ¿qué debemos hacer con Dios en el tiempo? Debemos, como un comentarista lo plantea, “abrazar la belleza de la soberanía de Dios”. En lugar de desear el superpoder de viajar en el tiempo, debemos viajar con Dios en el tiempo.
Este recurso fue publicado originalmente en GirlTalk. | Traducción: María José Ojeda

