Una comprensión bíblica de la depresión
La reticencia inicial de Sara de divulgar su depresión se debía en gran parte al estigma percibido hacia la enfermedad mental en su iglesia. Ella recordó una ocasión cuando un líder de la iglesia dijo: «la depresión no es un problema para los cristianos». En otra ocasión, un miembro de su grupo pequeño cuestionó cómo alguien que conocía el Evangelio podía luchar con el dolor y la tristeza.
Lamentablemente, la experiencia de Sara no es la única. Además de las cargas de abatimiento, desesperanza y culpabilidad que ya soportan los que sufren de depresión, demasiado a menudo las interacciones con quienes están en la iglesia cimentan temores sobre una fe inadecuada. La dra. Beverly Yahnke, directora ejecutiva del Lutheran Center for Spiritual Care and Counsel [Centro Luterano para el Cuidado y Consejo Espiritual], describe esta tendencia:
Demasiados cristianos bien intencionados están empapados de la convicción de que las personas de fe fuertes simplemente no se deprimen. Algunos han llegado a creer que debido al bautismo, uno debe ser aislado del peligro de la mente y del ánimo. Otros susurran cruelmente que aquellos que ponen sus cargas en el Señor simplemente no serán presa de una enfermedad que deja a sus víctimas emocionalmente desoladas, desesperadas y considerando el suicidio como refugio y consuelo: un medio específico para aliviar el dolor constante1.
Haciendo eco de estas observaciones, Zack Eswine escribe lo siguiente::
A los ojos de muchas personas, incluyendo cristianas, la depresión significa cobardía, infidelidad o una mala actitud. Tales personas les dicen a Dios en oración y a sus amigos en persona que quien sufre de depresión es tibio y no espiritual2.
Semejantes ideas erróneas sobre el rol del sufrimiento en la vida cristiana puede disuadir que quienes sufren depresión busquen ayuda. En algunos casos, los malentendidos teológicos o el pecado sin arrepentimiento podría sin duda contribuir a la depresión, como lo fue en mi propio caso. Cultivar una comprensión más profunda y más robusta de los atributos de Dios me ofreció un ancla que fue crucial para mi recuperación. No obstante, los factores espirituales no quieren decir que la depresión y la fe sean mutuamente exclusivas; al contrario, la Escritura nos enseña que el discipulado es costoso, que el pecado aún hace estragos en el mundo, que el dolor profundo y penetrante existe (incluso para los creyentes), y que Dios obra a través del dolor por tu bien.
La comprensión de estas verdades puede guiar a quienes están sufriendo de regreso hacia Cristo cuando más lo necesiten. En el caso de Sara, un andar gradual y cuidadoso por la Escritura con líderes de la iglesia compasivos fue vivificante. Mientras luchaba con ver las realidades de su depresión a través de lentes bíblicos, Sara aprendió a confiar en la soberanía y en la misericordia de Dios, a expresar su dolor con el lamento y a recurrir a la iglesia para buscar apoyo.
No es posible abordar exhaustivamente una teología del sufrimiento en esta cantidad de espacio3, pero resaltaré pasajes y temas clave de la Escritura que podrían entregar consuelo, comprensión y esperanza. Una comprensión bíblica del sufrimiento (y la verdad de que incluso aquellos con una fe fuerte pueden revolcarse en la oscuridad) puede aliviar la falsa culpa, animar a personas que están sufriendo a buscar consejo y a facilitar su regreso a la luz.
Las pruebas vendrán
Cristo triunfó sobre la muerte (1Co 15:55; 2Ti 1:10) y cuando Él regrese, todas sus lamentables manifestaciones desaparecerán (Is 25:7-8; Ap 21:4-5). Pero por ahora, vivimos en la sombra de la caída, en un mundo donde el pecado corrompe cada molécula, célula y brisa errática (Ro 8:19-22). Jesús nos advirtió que la tribulación y la persecución seguirían a sus discípulos en el mundo (Mt 16:24-25; Jn 1:10-11; 15:20; 16:33), pero en la buena noticia de la salvación que Él provee, también nos da esperanza viva (1P 1:3-5), una rama fuerte a la que podemos aferrarnos cuando llega la tormenta. Mientras esperamos el regreso de Jesús, las tormentas vendrán. Los vientos nos azotarán, paralizando nuestros cuerpos. Sus torrentes pueden golpearnos, ahogándonos en la miseria. Sin embargo, en Cristo, no necesitamos ser sometidos. Aunque el granizo nos siga hiriendo y pueda incluso llevar a cristianos fieles a la desesperación, nos aferramos a la firme seguridad de la vida eterna.
Cuando rechazamos la depresión por considerarla como un defecto de la fe, olvidamos que el Salvador que atesoramos también conoció el dolor desgarrador (Mt 26:38; 27:46). Aunque compartió una comunión perfecta con el Padre, Él estaba familiarizado con el dolor (Is 53:3). Nuestro Salvador caminó en las sombras y puede empatizar con nosotros (Heb 4:15). Él conoce nuestras quejas y en amor Él las cargó por nuestro bien. Cuando nos desesperamos y no podemos ver a Dios, nuestra identidad en Cristo (y el amor de Dios por nosotros) permanece intacta.
El Evangelio no promete librarnos del dolor, sino un regalo mucho más precioso: la seguridad del amor de Dios, que prevalece sobre el pecado y nos sostiene en medio de las tempestades. Cristo ofrece esperanza que trasciende el sinsentido de este mundo roto. El sufrimiento puede oprimirnos. La depresión puede aplastar incluso al fiel. Pero en Cristo, nada puede separarnos del amor de Dios (Ro 8:38-39).
Dios lo hizo para bien
Cuando rechazamos la depresión por considerarla como una aflicción de infidelidad, podemos aplastar a creyentes durante sus momentos de necesidad e ignorar la obra refinadora de Dios en esos momentos de desesperación. Servimos a un Padre celestial cuyo amor y soberanía son tan grandes que Él puede obrar por medio de nuestra peor angustia para nuestro bien y para su gloria. Pablo oró tres veces para que Dios quitara su «espina en la carne», pero en lugar de aliviar el dolor de Pablo, el Señor le respondió: «te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad» (2Co 12:9). La libertad del dolor, aunque sea ideal a nuestros ojos, podría no ser siempre nuestro mayor bien.
Aunque Todd Peperkorn escribe sobre su terrible experiencia con la depresión con angustioso detalle, también reflexiona con gratitud sobre cómo el Señor obró por medio de su miseria para fortalecer su fe:
Superar la depresión no es un asunto de «¡anímate» o «¡sólo ten más fe y gozo!» o alguna versión piadosa de «¡supéralo!». Conocía el Evangelio. Sabía todas las respuestas correctas. Tenía todo resuelto y lo predicaba domingo tras domingo. Pero nuestro Señor, en su misericordia, decidió quebrarme, hacerme sufrir con Él, a fin de que la fe que me dio […] fuera más fuerte, más clara y más enfocada. Al recorrer ese camino oscuro, he llegado a entender de qué se trata la luz de Cristo4.
Así como el Señor refinó a Peperkorn a través del sufrimiento, Él también me llevó a sí mismo por medio de mis horas más sombrías. Antes de que la depresión me golpeara, presumía alegremente por la vida con mi corazón endurecido y sin examinar, y busqué significado por medio de mis logros en lugar de en Cristo. Así como el obstinado Jonás no abría sus labios en oración hasta quedar atrapado dentro de la oscuridad del estómago de un pez, yo me rehusaba a mirar hacia el cielo hasta que era llevada a mis rodillas, envuelta en una desesperación de la que no podía escapar. Aunque nunca desearía volver a ese desolado lugar, estoy agradecida por cómo Dios obró por medio de esa terrible experiencia para santificarme. Sólo cuando estaba desesperada por la luz de Dios Él decidió revelarse a sí mismo a mí a través de la Escritura.
Cuando hablamos de la soberanía de Dios, debemos tener cuidado de no suponer que el sufrimiento golpea a las personas como castigo por una fe débil. Si lo hacemos, erramos como los «consoladores molestos» de Job (Job 16:2), que erróneamente lo acusaron de pecar sin arrepentirse. Aunque Dios podría permitir que suframos —para disciplinarnos o para acrecentar nuestro sentido de dependencia de Él para la vida, la respiración y todo (Hch 17:25)—, Él no nos condena a la depresión como un castigo por el pecado. Cristo ya aguantó el castigo del pecado por nosotros. Su sangre nos lava más blancos que la nieve (1Co 6:11; Ap 7:14).
Para que no dudemos de que Dios puede obrar por medio de nuestros dolores para bien, sólo necesitamos mirar a la cruz. El Padre envió a su Hijo para cargar los sufrimientos del mundo a fin de que tuviéramos vida eterna (Ro 5:8; Ef 2:4-9). Por medio del sufrimiento de Cristo, Dios logró el acto de gracia más hermoso y magnificente de la historia. Él nos salvó dándonos esperanza en medio de la desesperación que nos aflige a este lado del cielo, y cuando Él regrese, nuestra salvación será completa. Él enjugará cada lágrima de nuestros ojos.
¿Hasta cuándo, oh Señor?
Aunque aquellos que sufren depresión podrían sentirse demasiado incómodos o avergonzados para admitir su condición, podrían sentirse reconfortados por la verdad de que ellos no están solos. La historia y la Escritura revelan que por siglos seguidores fieles de Cristo que han proclamado las bondades de Dios también lucharon con un dolor total. Ejemplos modernos incluyen compositores cristianos como Michael Card y Andrew Peterson, quienes han escrito canciones sobre sus batallas contra la depresión5. Estos músicos siguen los pasos de los santos a lo largo de los milenios. Charles Spurgeon luchó contra la depresión toda su vida, una vez reflexionó: «puedo decir con Job: “mi alma, pues, escoge la asfixia, la muerte, en lugar de mis dolores”. Fácilmente podría haber puesto mis violentas manos sobre mí mismo, a fin de escapar de mi miseria de espíritu»6. Incluso David, un hombre conforme al corazón de Dios (1S 13:14), clamó al Señor desde las profundidades (Sal 13:1-2). «Ando sombrío todo el día», se lamentó,
Porque mis lomos están inflamados de fiebre,
Y nada hay sano en mi carne.
Estoy entumecido y abatido en gran manera;
Gimo a causa de la agitación de mi corazón (Salmo 38:6-8).
De hecho, vemos muchos modelos vívidos de cómo confiar en Dios a través de los clamores de sufrimiento en los Salmos. Cuando la depresión se apodera de nosotros, nosotros también podríamos percibir nuestros días «como sombra que se alarga» y sentir que nos «sec[amos] como la hierba» (Sal 102:11).
En el Salmo 55, David llora:
Angustiado está mi corazón dentro de mí,
Y sobre mí han caído los terrores de la muerte.
Terror y temblor me invaden,
Y horror me ha cubierto (Salmo 55:4-5).
Semejantes pasajes hacen eco de la confusión interior cuando la depresión oscurece la visión de alguien sobre Cristo. Mientras avanzamos a tientas por las sombras en busca de Dios, los Salmos nos reafirman que incluso sus más queridos para Él soportan tales temporadas. Aquellos que han conocido y amado a Dios también se han ahogado en angustia y han clamado en anhelo por Él.
Querido amigo, si estás entre aquellos que claman por Dios y añoran su consuelo, debes saber que no estás solo. Tu caminar en la oscuridad no puede esconderte de la Luz del mundo (Jn 8:12). Aun cuando no puedes sentir su presencia, Jesús sigue contigo hasta el fin de los tiempos (Mt 28:20), y nada (ni tu vergüenza, desesperación ni agonía de la depresión) puede separarte de su amor (Ro 8:38-39).
Este artículo es una adaptación del libro What Does Depression Mean for My Faith? [¿Qué significa la depresión para mi fe?], escrito por Kathryn Butler, MD.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
- Yahnke, Beverly K. «Introduction». Dark My Road, escrito por Peperkorn, p. 5. N.del T: traducción propia.
- Eswine, Zack. (2014) Spurgeon’s Sorrows: Realistic Hope for Those Who Suffer from Depression [Las tristezas de Spurgeon: esperanza realistas para quienes sufren de depresión] (Fearn, Ross-shire, UK: Christian Focus), p. 58. N.del T: traducción propia.
- Para ver una exposición más completa, ver C. S. Lewis, El problema del dolor (1940; trad., New York: HarperOne, 2006); Timothy Keller, Caminando con Dios a través del dolor y el sufrimiento (Medellín: Poiema, 2019); y John Piper y Justin Taylor, El sufrimiento y la soberanía de Dios (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 2008).
- Peperkorn, Todd A. (2009) I Trust When Dark My Road: A Lutheran View of Depression [Confío cuando mi camino se oscurece: una visión luterana de la depresión]. (St. Louis, MO: LCMS, 2009), p. 10. N.del T: traducción propia.
- Peterson, Andrew, «The Rain Keeps Falling» [La lluvia sigue cayendo], pista 5 de The Burning Edge of Dawn (Centricity Music, 2015); Card, Michael, «The Edge» [El borde], pista 8 de Poiéma (Sparrow Records, 1994).
- Spurgeon, Charles H. (1890). The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons [Sermones del púlpito en el Tabernáculo Metropolitano], vol. 36 (London: Passmore and Alabaster), p. 200. N.del T: traducción propia.
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