C.S. Lewis escribió una vez: «Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es un megáfono para despertar a un mundo sordo». Los eventos recientes producidos por el coronavirus están gritando bastante fuerte, ¿no es así?
Al menos es así en mi propio corazón.
Todos hemos sido impactados por esta pandemia de diversas maneras: pérdidas de trabajos, planes cancelados; familia y amigos extrañándose; y más particularmente, una enfermedad que continúa creciendo y propagándose. Los niños, que en otra circunstancia estarían en la escuela, ahora están aprendiendo desde la casa. Se nos ha restringido el movimiento a lo estrictamente necesario. Quienes están enfermos esperan por horas para encontrar dónde realizarse un examen y el tratamiento. No sabemos cuándo terminará.
Pruebas como estas hacen brillar una luz en los oscuros recovecos de nuestros corazones, revelando lo que más apreciamos. Aquello que amamos por sobre todo; aquello en lo que ponemos nuestra esperanza; aquello en lo que confiamos: al dios al que servimos.
En mi propio corazón, esta pandemia resalta mi ídolo del control. En el fondo soy una planificadora. Disfruto hacer listas y tachar las cosas que ya están listas. Al lado de mi computadora hay una lista de las reservas que debía hacer para nuestro tan esperado viaje familiar a Europa que haríamos en mayo. Era nuestro épico viaje escolar de nuestra escuela en casa. El viaje dónde íbamos a conocer el lugar de la invasión de los Aliados y a hacer un recorrido por las tierras de las batallas de la Segunda Guerra Mundial. El viaje donde visitaríamos la casa de los Ten Boom de la que habíamos estado leyendo en El refugio secreto. Tuvimos que cancelar el viaje y no puedo evitar sentirme triste.
Esta situación me muestra cuánto confío en mis planes y cuánto los adoro. Descanso en esos planes; encuentro esperanza en ellos. Ahora con todo cancelado en mi vida, recuerdo otra vez la amonestación de Santiago: «Oigan ahora, ustedes que dicen: “Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia”. Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Stg 4:13-15).
Santiago nos recuerda que no controlamos el futuro; Dios lo hace. No planeamos nuestras vidas; Dios lo hace. Él escribió la historia de nuestros días antes de que el tiempo comenzara. La historia del tiempo ya está escrita y nada puede cambiarla. Él determina el plan, nosotros lo vivimos.
También veo este ídolo cuando mi corazón se eriza al perder la libertad de movilidad. Soy una mujer hogareña y amo sentarme en casa para leer un libro o para trabajar en escribir un proyecto. No necesito estar rodeada de gente todo el tiempo. Sin embargo, quiero quedarme en casa bajo mis propios términos. Quiero poder determinar cuándo entrar y cuándo salir. No me gusta que me quiten el control.
Este ídolo se revela a sí mismo en mis temores por el futuro. A mi esposo le acaban de informar que le redujeron el salario y nos preocupa su estabilidad laboral. Yo me encuentro mirando hacia adelante preguntándome qué pasará si las cosas continúan así por un par de semanas más; un par de meses más. No saber lo que depara el futuro, me pone nerviosa, ansiosa, me preocupa.
Sin duda, una pandemia puede resaltar los ídolos de nuestro corazón. Personalmente, agradezco que lo haya hecho. No es fácil vivir la vida como si yo fuera la gobernante de mi reino personal. Es fácil abordar mi día confiando en mis planes y dependiendo de mi cuenta bancaria. Es fácil vivir como si tuviera el control de mis días. Se requiere una situación como esta para recordarme lo que es verdad y apuntarme hacia Aquel que reina por sobre todas las cosas.
Aunque no tengo el control, sé quién lo tiene. Aquel que desplegó las estrellas en el cielo y llamó este mundo a existencia sostiene todas las cosas en sus manos. A Él nada le sorprende ni lo encuentra desprevenido. Él conoce el fin desde el principio y gobierna todas las cosas, desde la gravedad que me mantiene en mi silla hasta la pizca de polvo que baila a lo largo de mi escritorio. Este es el Dios real y verdadero. Cualquier otra cosa en la que confíe es falsa. No hay nada ni nadie en este mundo que pueda rescatarme de la maldición del pecado y de la muerte, sino Dios a través de su Hijo, Jesucristo. El Hijo eterno de Dios vino a vivir una vida perfecta en mi lugar en este mundo enfermo de pecado. Él tomó mi pecado sobre Él y murió la muerte que yo merecía. Al hacer eso, me liberó de buscar esperanza en cosas inferiores. Me liberó de buscar vida en cualquier otro lugar que no sea Él. Me abrió los ojos para ver que nada más en lo que ponga mi esperanza y confianza se compara a Él. Solo Él es mi refugio y mi libertador.
Esta verdad es mi ancla en el caos actual.
Por lo tanto, mientras me siento encerrada en mi casa, preguntándome qué me depara el futuro, debo dejar el ídolo del control y descansar en el Dios que controla al mundo. Él es un Dios bueno que solo hace lo que es bueno. Puede que no sepa cuál será ese bien, pero confío en el Dios que sí sabe, porque sé que estoy segura en sus manos.
¿Y tú? ¿Estás aprendiendo algo sobre tu corazón durante este tiempo?
Este recurso fue publicado originalmente en Christina Fox.

