Antes de que hagas tus resoluciones para el nuevo año, antes de que comiences un plan de lectura o elijas una dieta o compres un diario o des un paso sobre la corredora, encuentra un porqué por el que valga la pena cambiar. Como muchos más han observado antes que yo, nuestras resoluciones a menudo se marchitan porque no teníamos un porqué suficientemente grande para soportar las inevitables tentaciones, distracciones y obstáculos.
Entonces, ¿cuál va a ser tu porqué para el año que viene? En mi caso, quiero que mi vida demuestre el valor del llamado que Dios me ha hecho. No mi llamado al ministerio, sino mi llamado a Dios, el llamado que comparte cada cristiano genuino. Mi porqué sale de 2 Tesalonicenses 1:11:
Con este fin también nosotros oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos de su llamamiento y cumpla todo deseo de bondad y la obra de fe con poder.
¿Qué evidencia vemos en nuestras vidas de que hemos sido llamados por Dios? ¿Qué podría ver alguien más en este año que podría sugerir que algo sobrenatural ha ocurrido? ¿Qué hábitos pueden indicar que hemos sido reclamados por el cielo? ¿Viviremos de manera digna de nuestro llamado o no?
¿Podremos alguna vez ser dignos?
¿Te molesta una resolución cristiana sobre dignidad? «Oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos de su llamamiento». Sin embargo, ninguno de nosotros es digno de este llamamiento. Seguramente, el apóstol Pablo sabía esto mejor que nadie.
Como está escrito:
No hay justo, ni aun uno;
No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno,
No hay ni siquiera uno (Romanos 3:10-12).¿O quién le ha dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén (Romanos 11:35-36).
¿Cómo podría un pecador alguna vez merecer algo de parte de Dios? No podemos. Y, sin embargo, Dios mismo dice, a través de su apóstol, que podemos ser considerados, por Dios, como dignos de su llamamiento. ¿Qué significaría eso? No es que jamás podremos merecer ser dignos de su llamamiento, sino que podemos progresivamente honrar el llamado que hemos recibido solo por gracia, basado solamente en los méritos de Cristo.
La santidad honra a Dios
Separados de Cristo, jamás mereceremos ser llamados hijos de Dios, pero aún podemos deshonrar el llamado que se nos ha dado gratuitamente, o podemos adornar nuestro precioso llamado con una santidad ambiciosa. «Muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, con dignidad, […] no defraudando, sino mostrando toda buena fe, para que adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador en todo respecto» (Ti 2:7, 10). Nuestras vidas pueden volverse un ramo de flores salvajes y llenas de gracia, reposado sobre la obra salvadora y suficiente de Cristo, un reflejo digno de su amor, su cruz, su poder, su valor.
Una vez más, Pablo dice: «Con este fin también nosotros oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos de su llamamiento y cumpla todo deseo de bondad y la obra de fe con poder, a fin de que el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en ustedes, y ustedes en Él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo» (2Ts 1:11-12). Esta es la dignidad de otro mundo. A medida que crece y se esparce en una vida redimida, no recibe alabanza para sí misma, sino que gozosamente se postra para alabar a Cristo. La dignidad que Dios encuentra en nosotros glorifica la grandeza de Cristo.
Nuestra dignidad demuestra su dignidad, no la nuestra. ¿Por qué? Porque nuestro valor es evidencia y expresión de su gracia. Dios nos hace dignos «conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo». Nos esforzamos por una dignidad que atraiga la curiosidad y admiración de otros, no hacia nosotros mismos, sino a Él. Queremos que ellos piensen: «alguien que vive de esa manera debe saber algo sobre la vida, sobre la realidad, sobre Dios que yo todavía no sé. Quiero saber lo que ellos saben y amar como ellos aman».
Dignidad en la vida real
Entonces, ¿cómo debería verse esta dignidad en otro nuevo año? Unos versículos antes, Pablo desarrolla la dignidad que él ve florecer en la iglesia de Tesalónica:
Siempre tenemos que dar gracias a Dios por ustedes, hermanos, como es justo, porque su fe aumenta grandemente, y el amor de cada uno de ustedes hacia los demás abunda más y más. Por lo cual nosotros mismos hablamos con orgullo de ustedes entre las iglesias de Dios, por su perseverancia y fe en medio de todas las persecuciones y aflicciones que soportan. Esta es una señal evidente del justo juicio de Dios, para que sean considerados dignos del reino de Dios, por el cual en verdad están sufriendo (2 Tesalonicenses 1:3-5).
¿De qué manera específica fue demostrada su dignidad? Su fe y su amor se mantuvieron firmes a través del sufrimiento. Y no solo se mantuvo firme, sino que creció. El apóstol podía ver que Dios estaba con ellos y en ellos, porque ellos estaban buscando a Dios con mayor intensidad, confiando en Él con más paz, se amaban los unos a los otros con mayor devoción. Mayor —mayor fe, mayor amor, mayor paciencia, mayor paz, mayor disciplina, mayor gozo—, mayor es una resolución digna para un nuevo año.
¿En qué área, específicamente, podrías crecer el año que viene? ¿Qué área de tu vida espiritual y de tu amor por otros necesita ser revitalizada o nutrida hacia una mayor madurez? Encuentra una determinación mayor en la que enfocarte y sostener, a medida que comienzas otro enero.
Hecho digno en el valle
No pases por alto que la iglesia de Tesalónica fue más digna a través de sus sufrimientos. «Por lo cual nosotros mismos hablamos con orgullo de ustedes entre las iglesias de Dios, por su perseverancia y fe en medio de todas las persecuciones y aflicciones que soportan» (2Ts 1:4). Sus dificultades se habían convertido en el escenario oscuro y doloroso sobre el cual podía brillar su fidelidad.
¿Podría alguien haber visto su perseverancia en Cristo si no hubieran experimentado adversidad? El sufrimiento, en su caso, les ofreció una oportunidad para experimentar más la fuerza y la misericordia de Dios, y el sufrimiento también hizo que fuera más fácil para otros poder ver al Dios que estaba motivándolos y sosteniéndolos.
¿Cómo podría eso cambiar la manera en la que pensamos sobre los sufrimientos que vendrán el año que viene? Cuando nuestros planes y resoluciones son inevitablemente interrumpidos y decepcionados, ¿asumiremos el sufrimiento solo como un enemigo? ¿O, en las manos de nuestro Dios, podría el sufrimiento ser un extraño y precioso amigo para nuestra mayor dignidad?
El quién de las buenas resoluciones
Las nuevas resoluciones a menudo fallan sin un porqué bien definido y profundamente sentido, pero también fallan por culpa de un quién fuera de lugar.
Mira atentamente, otra vez, al versículo 11: «Con este fin también nosotros oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos de su llamamiento y cumpla todo deseo de bondad y la obra de fe con poder». ¿Quién hace nuestras vidas dignas de tal llamamiento? Dios. ¿Quién cumple nuestras resoluciones por el bien y nuestras obras de fe? Dios. ¿El poder de quién será el agente decisivo para un cambio duradero en nuestras vidas? Su poder.
Las buenas resoluciones comienzan y terminan con Dios. Lo que significa que las buenas resoluciones comienzan y perseveran por medio de la oración. Entonces, Pablo no solamente les encarga a los tesalonicenses que vivan una vida digna de su llamamiento; él ora para que ellos sean dignos: «Con este fin también nosotros oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos de su llamamiento».
Por lo tanto, ¿cómo podríamos orar por una mayor fe y un mayor amor en este nuevo año?
Señor, no estoy satisfecho con el amor que tuve por ti el año pasado. Quiero una fe más profunda, más dulce, más activa. Nutre lo que has plantado en mi alma. Poda más el pecado que queda en mí. Haz que los sufrimientos venideros magnifiquen tu obra en mí. Por cualquier medio que sea necesario, hazme crecer y crecer en abundancia. En el nombre de Jesús y para tu mayor gloria en nosotros. Amén.