A menudo, Jesús nos llama a descansar en las áreas de la vida en donde nuestra carne quiere trabajar, y nos llama a trabajar en las áreas de la vida en las que la carne quiere descansar.
El Evangelio es una obra ingeniosa de ingeniería salvífica. El Ingeniero sabía lo que estaba haciendo. El Evangelio resulta ser una buena noticia para nosotros precisamente en los aspectos que más necesitamos. Si confías en él, el Evangelio simultáneamente nos libera de la desesperación de intentar salvarnos a nosotros mismos por medio de nuestros propios esfuerzos, mientras que también obra para liberarnos de la desesperación del pecado que permanece en nosotros.
Sin embargo, las mejores noticias para nuestras almas a menudo no se sienten como buenas noticias para nuestra carne.
Descanso por medio del arrepentimiento
Escuchamos el llamado de Jesús a descansar en Mateo 11:28-30:
Vengan a mí, todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.
Pocas palabras son más hermosas, maravillosas, consoladoras y atractivas. Sin embargo, si queremos entenderlas verdaderamente, necesitamos leerlas en el contexto.
En Mateo 11:7-18, escuchamos a Jesús desafiar a la multitud que lo escuchaba con el hecho de que muchos de ellos estaban rechazando a ambos, a Juan el Bautista y a Jesús. Los más ascéticos a Juan el Bautista como demoníaco (Mt 11:18) y los más indulgentes a Jesús como un degenerado (Mt 11:19). Él dijo que eran como niños descontentos y volubles, porque «les tocamos la flauta, y no bailaron; entonamos endechas, y no se lamentaron» (Mt 11:17). Tanto Juan como Jesús estaban invitando a las personas a recibir el regalo de la vida eterna por medio del arrepentimiento y de la fe en Jesús (Jn 3:16, 36), pero se rehusaban a ir a Jesús para tener vida (Jn 5:40).
Ven y descansa
Entonces, escuchamos a Jesús pronunciar duras reprimendas contra Corazín, Betsaida y Capernaúm, ciudades en las que Él había predicado y realizado «obras poderosas», porque no se arrepentían (Mt 11:20-24). De la misma manera, ellos se rehusaban a ir a Jesús para tener vida.
Es aquí donde escuchamos a Jesús pronunciar su gran invitación: «Vengan a mí todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar». No obstante, también nos dice que solo «los niños» (los humildes y los indefensos) la aceptan, mientras que los «sabios y entendidos» la rechazan (Mt 11:25).
¿Por qué? Porque recibir el descanso en el Evangelio que Jesús ofrece requiere que nosotros confiemos completamente en Él y le devolvamos el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, frenando la obra malvada de intentar ser Dios (Gn 2:17; 3:5). Debemos dejar de intentar expiar nuestros propios pecados. Debemos dejar de intentar calificar para el cielo u obtener la aprobación de Dios por nuestros propios méritos. Debemos dejar de poner a Dios a prueba y debemos dejar de considerar que nos pertenecemos a nosotros mismos (1Co 6:19-20).
Para ir a Jesús y encontrar el descanso que necesitamos con tanta desesperación es necesario rendir nuestra autonomía y los derechos que nosotros percibimos sobre todo. Ser de Dios significa que nosotros ya no somos dioses. Esto es algo que nuestra carne pecadora odia.
Ven y muere
Escuchamos el llamado de Jesús a trabajar en Mateo 16:24-26:
Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?.
El llamado de Jesús aquí es a una vida de trabajo redentor y sacrificio propio. Sin embargo, no es un trabajo de expiación, sino de «la obediencia de la fe» (Ro 16:26). Es el tipo de trabajo que puede llevarse a cabo solo por aquellos que han recibido de Jesús el descanso de sus almas. Puesto que ellos confían en Él y creen que recibirán todo lo que necesitan (Mt 6:33), toman su cruz diariamente y lo siguen al vivir vidas de trabajo amoroso (Lc 9:23).
Esta es una manera de vivir al estilo Filipenses 2, teniendo la «misma actitud» de Jesús (Fil 2:2, 5): humilde; un corazón de servicio; sin querer alcanzar un estatus, poder, privilegio y admiración (cosas que los humanos aman tanto). Esto también es algo que nuestra carne odia, debido a que es tremendamente orgullosa, ama ser servida por otros, se considera a sí misma como más importante que otros y se aferra con tanta fuerza a las cosas a las que Jesús se rehusaba a aferrarse, por el amor que le tenía a su Padre y el amor a los rebeldes que Él redimiría.
Así como ir a Jesús por descanso en el Evangelio requiere rendir lo que tu carne pecadora ama, seguir a Jesús en el trabajo del Evangelio requiere rendir lo que tu carne pecadora ama.
El camino que lleva a la vida
Tanto el descanso que Jesús ofrece como el trabajo que Él asigna requieren que vivamos por fe y muramos al pecado. Aunque a menudo la experimentemos como una guerra que se libra en nuestros miembros del cuerpo entre el Espíritu y la carne (Ro 7:23), en «la buena batalla de fe» (1Ti 6:12) es donde aprendemos a negar nuestra carne pecaminosa (y, por consiguiente, a negar el camino de muerte) y escoger el Espíritu, el camino de la vida y de la paz (Ro 8:6)
La vida cristiana es significativamente contraintuitiva. No es fácil; Jesús no prometió que iba a serlo. Es más, él dijo:
Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son las que la hallan (Mt 7:13-14).
El camino es difícil, pero lleva a la vida; lleva al gozo; lleva a la libertad. Porque rendir nuestro deseo de ser dioses para que podamos convertirnos en propiedad de Dios y rendir nuestro deseo de ser gobernados por nuestro orgullo para que así podamos servir humildemente a los propósitos de Dios y al bien de otros, es comenzar a vivir ahora en «la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Ro 8:21).
Este es un diseño ingenioso, que nos llama a descansar y a trabajar precisamente en maneras que nuestras almas más lo necesitan y, sin embargo, nuestra carne menos quiere. Es el Evangelio puro, pues su propósito es para nuestra libertad. «Si el Hijo [nos] hace libres, [nosotros seremos] realmente libres» (Jn 8:36). Encontraremos descanso para nuestras almas y tendremos vidas espiritualmente fructíferas.