Cuando nos detenemos a recordar que Dios existe —que Él creó todo lo que hay de la nada; que, segundo a segundo, sostiene todo con solo una palabra de su boca; que Él dirige cada gobierno en la tierra; que entró en su creación, se hizo carne, padeció debilidades y tentaciones, sufrió hostilidades hasta la muerte, incluso la muerte en una cruz, para colmarnos de misericordia, limpiarnos de nuestro pecado y para garantizarnos una eternidad con Él en el paraíso—, resulta impactante que lo ignoremos y lo abandonemos como lo hacemos, ¿no es cierto?
¿Acaso no es increíble que Dios simplemente existiera antes de que comenzara el tiempo y, sin embargo, a veces nos cuesta encontrar incluso diez minutos para dedicarle? ¿Acaso no es incomprensible, casi rayando en la locura, que a veces preferimos distraernos con nuestros celulares en lugar de aprovechar el asombroso acceso que tenemos a su trono de gracia en Cristo? ¿Acaso no es inexplicable cómo tan menudo podemos vivir como si no tuviéramos tiempo para sentarnos y deleitarnos en Dios?
Es increíble, incomprensible e inexplicable y, no obstante, es tan dolorosamente común. Todo el que ha seguido a Jesús sabe lo que es distraerse mientras lo sigue. Eso significa que cada uno de nosotros puede empatizar con la ansiosa Marta.
Distraídos por el temor
Cuando Marta vio que Jesús había llegado a su aldea, lo acogió con gusto en la casa donde vivían ella y su hermana (Lc 10:38). Cuando María vio a Jesús, inmediatamente se sentó a sus pies, y prestó atención a cada una de sus palabras (Lc 10:39). «Pero Marta» —nos dice Lucas— «se preocupaba con todos los preparativos» (Lc 10:40).
Para crédito suyo, Marta no se distrajo preparando lo poco, sino lo mucho. A algunos de nosotros nos resulta difícil ser demasiado duros con ella. Su huésped era el Mesías, el Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz, y ella estaba preparando la comida sola. María se dio cuenta de quién era Jesús y se sentó a escucharlo. Marta se dio cuenta de quién era Jesús y corrió a hacer todo lo que pudiera por Él.
El servicio no era el problema, al menos no el problema principal, especialmente dadas las expectativas sociales de hospitalidad en esos días. Entonces, ¿cuál era el problema? La ansiedad que estaba consumiendo a Marta. Cuando se quejó con Jesús de que María no la estaba ayudando, Él respondió: «Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas» (Lc 10:41). Su queja había abierto de par en par una ventana a su corazón. No era el amor lo que la inspiraba a servir, era la ansiedad. Su agitación se debía a un temor equivocado. ¿Qué tan a menudo nos pasa eso mismo a nosotros?
Y no solo un temor, sino varios. «Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas» [énfasis del autor]. No solo se trataba de la hospitalidad. Marta no estaba prestando atención a Jesús porque su mente se estaba ahogando en los afanes de este mundo. Y por no detenerse a escuchar a Jesús, estaba perdiendo la calma que tan desesperadamente necesitaba.
Una cosa necesaria
Jesús sabe cómo calmar las olas embravecidas de la ansiedad. Nota que pronuncia su nombre dos veces: «Marta, Marta […]». Casi podemos escuchar que lo dice más lentamente la segunda vez. Usa su nombre como un freno para ayudarla suavemente a aquietar la turbulencia de su corazón. Jesús sabe lo distraída que está, lo acelerada que está su mente con una y otra preocupación, y por eso comienza por ayudarla a centrarse: «Marta, Marta […]».
«[…] Tú estás preocupada y molesta por tantas cosas» —continúa diciendo— «pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (Lc 10:41-42). Con solo dos oraciones cortas, Jesús confronta su ansiedad pecaminosa —nuestra ansiedad pecaminosa— primero con necesidad, luego con felicidad y, por último, con seguridad.
Necesidad
«Estás preocupada por tantas cosas» —le dice— «pero solo una es necesaria» [énfasis del autor]. En otras palabras, todo lo que se siente tan urgente, tan abrumador es, en última instancia, innecesario comparado con escuchar y conocer a Jesús. Mas sus temores demostraban lo contrario: ¿Qué le serviremos? ¿Qué pensará de la comida? ¿Cómo esto se comparará con los otros lugares que ha visitado? ¿Se dieron cuenta los vecinos de que Jesús entró en nuestra casa? ¿Por qué María no viene a ayudarme? No sabemos exactamente qué era lo que le preocupaba a Marta, pero sí sabemos que era mucho, y que cada una de sus preocupaciones le parecía esencial y urgente. Sin embargo, solo una cosa era verdaderamente necesaria.
Cientos de años antes de que Marta naciera, el rey David ya había aprendido esta lección: «Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: Que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y para meditar en su templo» (Sal 27:4). Dijo esto mientras malhechores lo asaltaban (v. 2), los ejércitos acampaban en su contra (v. 3) y las mentiras y las amenazas volaban como flechas a su alrededor (v. 12). En otras palabras, David tenía todos los motivos para temer, pero incluso en esos momentos, sabía que la única cosa que debía hacer era buscar al Señor.
Satanás tratará de que todo parezca más urgente que sentarse con Jesús. Pero, al final, solo una cosa es verdaderamente necesaria. No es la conversación difícil que tanto temes ni la pila de cosas por hacer con fechas límite en el trabajo ni algún drama lejano en las redes sociales ni el examen que necesitas aprobar la próxima semana ni esa deuda que temes nunca poder pagar. Una cosa es necesaria hoy, mañana, el próximo martes, y todos los días que vengan: conocer, obedecer y deleitarte en Jesús.
Felicidad
No obstante, la necesidad de esta búsqueda no significa que tiene que ser triste. «Una cosa es necesaria» —dice Jesús— «y María ha escogido la parte buena» [énfasis del autor]. Aunque parecería que María había abandonado sus responsabilidades y dejado que su hermana se las arreglara sola, en realidad, había escogido en forma sabia y con amor.
Al escoger la única cosa necesaria, María recibió la porción buena. No fue un sacrificio para ella hacer lo necesario, fue una ganancia total. Bebió del pozo que nunca se seca, se dio un banquete en una mesa rebosante, nadó en un océano de esperanza, paz y gozo. Puesto que su presencia fue su porción, que no solo fue correcta, sino buena. Verla sentada y escuchando nos muestra lo que el apóstol Pablo diría un día en Filipenses 3:8: «Estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor».
Entretanto, Marta estaba bebiendo de otro pozo ese día, uno que la dejaría aún más sedienta. Mientras la fuente de agua viva estaba en la sala de su casa, ella excavaba frenéticamente cisternas para sí, «cisternas agrietadas que no retienen el agua» (Jer 2:13). Así es como el temor al hombre nos oprime: ruega y súplica nuestra atención sin satisfacerse jamás. El temor engendra temor, y ese, a su vez, engendra uno nuevo. Sin embargo, la fuente buena, la porción buena, produce paz y contentamiento, sacia nuestra sed, satisface nuestros anhelos y le da descanso a nuestras almas. La necesidad para María, y para nosotros, es también felicidad.
Seguridad
Por último, esta búsqueda necesaria y feliz es también completamente segura. «María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» [énfasis del autor]. María no solo escogió con sabiduría al sentarse a los pies de Jesús para recibir sus palabras, sino que también escogió la felicidad. Y no cualquier felicidad, sino una plena y abundante que ninguna persona o circunstancia le podría quitar jamás. ¿Hay alguna palabra mejor para un corazón distraído por la preocupación? El bien que Yo te doy, nunca lo perderás.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? […]. En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:35, 37-39).
¿Los afanes del mundo te están impidiendo sentarte a los pies de Jesús? ¿Tus temores te hacen sentir inquieto, inseguro e inestable? El Dios del universo nos está hablando ahora mismo en su Palabra. Escucha su voz hoy llamándote por tu nombre, ofreciéndote que vayas y goces de la única cosa necesaria, de la única cosa satisfactoria, de la única cosa segura. Tienes tiempo para sentarte con Dios.