Usamos la frase gloria de Dios con tanta frecuencia que tiende a perder su fuerza bíblica. Sin embargo, esta gloria, como el sol, no pierde su resplandor (ni sus beneficios) porque las personas la ignoren. Aunque Dios odia que lo ignoren: «entiendan ahora esto ustedes, los que se olvidan de Dios, no sea que los despedace, y no haya quien los libre» (Sal 50:22). Por lo tanto, volvamos a enfocarnos en la gloria de Dios. ¿Qué es la gloria de Dios y cuán importante es?
¿Qué es la gloria de Dios?
La gloria de Dios es la santidad de Dios puesta en exhibición; es decir, es la manifestación del infinito valor de Dios. Noten cómo Isaías pasa de «santo» a «gloria»: «Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de Su gloria» (Is 6:3). Cuando la santidad de Dios llena la tierra para que las personas puedan verla, se le llama gloria.
El significado básico de santo es «apartado de lo común». Por consiguiente, la santidad de Dios es su «separación» infinita de todo lo que es común. Es lo que lo hace infinitamente «único en su especie» (como el diamante más extraordinario y más perfecto del mundo) solo que no existen otros «dioses diamante». La singularidad de Dios como el único Dios (su naturaleza divina) lo hace infinitamente valioso o santo.
Respecto a la gloria de Dios, en la Biblia se asume que este infinito valor ha entrado en la creación. Ha brillado en ella, por así decirlo. La gloria de Dios es el resplandor de su santidad, la emisión de su infinito valor. Cuando se emite, es vista como hermosa y grandiosa. Tiene tanta cualidad como magnitud infinita. Por tanto, podríamos definir la gloria de Dios como la belleza y la grandeza de sus múltiples perfecciones.
Digo «múltiples perfecciones» porque se mencionan aspectos específicos del ser de Dios que tienen gloria. Por ejemplo, leemos «la gloria de su gracia» (Ef 1:6) y «la gloria de su poder» (2Ts 1:9). Dios mismo es glorioso porque él es la perfecta unidad de sus múltiples y gloriosas perfecciones.
Sin embargo, esta definición debe ser respaldada. La Biblia también habla de la gloria de Dios antes de que esta haya sido revelada en la creación. Por ejemplo, Jesús ora, «y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn 17:5). Por esta razón, yo sugeriría una definición que fuera más o menos así: la gloria de Dios es el resplandor externo de la belleza y de la grandeza intrínseca de sus múltiples perfecciones.
Estoy consciente de que las palabras no son suficientes en esta definición. He reemplazado una palabra inadecuada (gloria) con dos palabras inadecuadas (belleza y grandeza). No obstante, Dios se ha revelado a sí mismo a nosotros con palabras como «la gloria de Dios». Por lo tanto, no son insignificantes.
Debemos recordarnos constantemente a nosotros mismos que estamos hablado de una gloria que en última instancia sobrepasa cualquier comparación con la creación. «La gloria de Dios» es cómo designamos la belleza y la grandeza infinita de la Persona que existió antes que cualquier cosa. La belleza y la grandeza existen sin origen, sin comparación, sin analogía, sin ser juzgadas por cualquier criterio externo. La gloria de Dios es el estándar absolutamente original que define toda su grandeza y belleza. Toda la grandeza y belleza creada viene de ella y apunta hacia ella, pero tales cosas no la reproducen de forma exhaustiva ni adecuada.
«La gloria de Dios» es una forma de decir que existe una realidad absoluta y objetiva a la que apunta todo el asombro, la reverencia, la veneración, la adoración, el honor, la aclamación y la adoración humana. Somos hechos para encontrar nuestro más profundo placer en admirar lo infinitamente admirable: la gloria de Dios. Esta gloria no es la proyección psicológica del anhelo humano insatisfecho en la realidad. Al contrario, el anhelo humano inconsolable es la evidencia de que fuimos hechos para la gloria de Dios.
¿Cuán central es la gloria de Dios?
La gloria de Dios es el objetivo de todas las cosas (1Co 10:31; Is 43:6-7). La gran misión de la iglesia es declarar la gloria de Dios entre las naciones. «¡Anuncien su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos!» (Sal 96:1-3; Ez 39:21; Is 66:18-19).
¿Cuál es nuestra esperanza?
Nuestra esperanza final es ver la gloria de Dios. «Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Ro 5:2). Dios nos «presentará sin mancha en presencia de Su gloria con gran alegría» (Jud 1:24). Él dará «a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia, que de antemano El preparó para gloria» (Ro 9:23). Jesús, en su persona y obra, es la encarnación de la revelación final de la gloria de Dios (Jn 17:24; Heb 1:3).
Además, no solo veremos la gloria de Dios, sino que también, en cierto sentido, compartiremos en su gloria. «Por tanto, a los ancianos entre ustedes, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada» (1Pe 5:1). «A los que justificó, a ésos también glorificó» (Ro 8:30). La esperanza que realmente se conoce y atesora tiene un efecto decisivo en nuestros valores, nuestras elecciones y nuestras acciones presentes.
Cómo atesorar la gloria de Dios
Conozcan la gloria de Dios. Estudia la gloria de Dios, la gloria de Cristo. Estudien sus almas: conozcan las glorias que los seducen y descubran cuál es la razón por la que atesoran esas glorias que no son la de Dios.
Estudien sus propias almas para saber cómo hacer que las glorias de este mundo caigan como Dagón en penosos pedazos rostro en suelo en los templos del mundo (1S 5:4). Tengan hambre para ver y compartir más de la gloria de Cristo, la imagen de Dios.