Enseña con responsabilidad
Enseñar un pasaje de la Escritura a aquellas que lo han estudiado es mucho más demandante que enseñarlo a aquellas que no lo han hecho. Mi esperanza es que al darles tarea a las participantes del estudio bíblico, desafiará su reflexión lo suficiente para que cuando me escuchen enseñar, no se queden solo con mi palabra. Saber que ellas pensarán de manera crítica sobre mi enseñanza me hace responsable de evitar siete errores comunes en la enseñanza.
1. Saltar de un lado para otro
¿Alguna vez te has acomodado para escuchar la enseñanza de un pasaje clave y lo único que pasa es que el maestro lee el pasaje brevemente antes de pasar los siguientes cuarenta minutos rebotando por toda la Biblia? Una estudiante que ha invertido una semana analizando un capítulo de Efesios no va a estar satisfecha si la maestra usa el pasaje clave meramente como punto de partida. Ella va a querer quedarse ahí, como debería ser. Ella descubrirá que el texto merece esos cuarenta minutos y que probablemente no serán suficientes para resolver las preguntas sobre el texto mismo.
Una buena enseñanza necesariamente exige el uso de referencias cruzadas, pero no en detrimento del texto principal. Las maestras somos propensas a deambular, especialmente cuando nuestro texto principal es difícil. La maestra que se esfuerza por contribuir a la alfabetización bíblica necesitará quedarse allí. Su objetivo primordial no es mostrar cómo se relaciona el texto principal con miles de otros textos, sino enseñar el pasaje principal tan a fondo que vendrá a la mente automáticamente cuando una estudiante se encuentre con temas similares en otras partes de su estudio.
2. Feminizar el texto
Las mujeres que enseñan a otras mujeres la Biblia enfrentarán con frecuencia la tentación de tomar al pasaje y darle un significado femenino particular. Cada vez que tomamos un pasaje que está orientado a enseñar a las personas y lo enseñamos como si estuviera dirigido específicamente a las mujeres, corremos el riesgo de feminizar el texto.
Esto no quiere decir que no podamos buscar puntos de aplicación específicos al género en un texto que habla a ambos sexos. Más bien, tenemos que guardarnos de ofrecer una interpretación y una aplicación que despojen al texto de su intención original al centrarnos demasiado y exclusivamente a un marco específico de género. El libro de Rut no es un libro sobre mujeres para mujeres, como tampoco el libro de Judas es un libro sobre hombres para hombres. La Biblia es un libro sobre Dios, escrito para las personas. Por supuesto, enseña el Salmo 139 en lo que se refiere a las mujeres y a la imagen corporal, pero resiste el impulso de enseñarlo exclusivamente así. No es tarea de la maestra hacer que la Biblia sea relevante o agradable para las mujeres. Su trabajo es enseñar el texto de forma responsable. A veces, una maestra aportará al texto una perspectiva diferente a la de un maestro debido a su género, pero no siempre. Una estudiante que ha pasado tiempo en el texto antes de escuchar la enseñanza sobre el mismo sabrá cuándo el texto está siendo feminizado.
3. Hacer extrapolaciones sin fundamento
Con el interés de «traer el texto a la vida», las maestras algunas veces sucumben a la tentación de agregar un poquito de pintura a los bordes del lienzo de la Escritura. Admito que es interesante especular sobre los pensamientos y motivos de María, la madre de Jesús. De alguna forma, tal vez sea hasta provechoso. Pero llega un punto en que deja de ser beneficioso y pasa a ser una distracción, y potencialmente a ser extrabíblico.
Si alguna vez has visto una adaptación cinematográfica de una historia bíblica conocida, comprenderás este punto: cuanto más instruido estés acerca de lo que la Biblia dice realmente sobre el éxodo, menos podrás disfrutar de la extrapolación que Cecil B. DeMille hace del mismo. Imaginar más allá del texto tiene un gran atractivo para el público, pero un atractivo limitado para el estudiante. La familiaridad con un texto antes de oírlo enseñado mueve al participante de ser miembro de la audiencia a estudiante. Una estudiante que ha pasado una semana inmersa en el texto que le estás enseñando sabrá cuándo te sales «del guion».
4. Depender demasiado del humor y las historias
Con el propósito de ser cercanas e interesantes, las maestras usan historias y el humor como recursos retóricos. Esto no está mal. El humor y las historias humanizan a la maestra, ayudan a mantener la atención de los oyentes y hacen que los puntos de enseñanza sean memorables. No está bien que una maestra sea incomprensible, aburrida o que la audiencia no recuerde lo que enseña. Pero tampoco está bien que una maestra dependa demasiado del humor y las historias, o que los utilice de manera que manipulen o distraigan de la lección. Si no refuerzan la enseñanza, entonces la ponen en peligro.
Si alguien tuviera que desglosar tu enseñanza en un gráfico circular, ¿qué parte del gráfico correspondería a estos dos elementos? Si pidieras a tus estudiantes que te dijeran algo que recuerdan de tu lección, ¿recordarían un punto clave o una historia divertida? Al público le encantan el humor y las historias, apoyen o no el mensaje. A las estudiantes les encantan los contenidos sólidos que se hacen más memorables con una ilustración o una ocurrencia bien colocadas. Una estudiante bien preparada sabrá si su maestra utiliza estos recursos retóricos como relleno o para reforzar la enseñanza.
5. Complacer las emociones
Cuando leo la Escritura en voz alta desde la plataforma, a menudo lloro. No sé por qué. Lo único que sé es que encuentro las verdades del texto profundamente conmovedoras. Esto solía frustrarme, pero el Señor me ha mostrado que enseñar la Biblia debe involucrar las emociones. Es decir, la enseñanza de la Biblia debería despertar, tanto en la maestra como en la estudiante, un amor más profundo por Dios que afecte profundamente a nuestras emociones. Amar a Dios con nuestras mentes debería resultar en amar a Dios con nuestros corazones profunda y puramente.
Nos metemos en problemas cuando apuntamos intencionalmente a las emociones de las personas con el fin de crear una experiencia compartida. Es tentador elaborar una lección que empiece con un chiste y termine con una historia que nos haga llorar. ¿Por qué? Porque es una fórmula retórica que funciona. A veces, los oyentes confunden ser inspirados por el Espíritu Santo con ser manipulados por un mensaje humano bien elaborado.
¿Cómo podemos notar la diferencia? No siempre es fácil, pero aquí hay una idea: la manipuladora emocional aumentará tu amor por ella, igual o más de lo que ella aumenta tu amor por Dios. El trabajo de una maestra es llamar la atención sobre la belleza del texto, no crear una experiencia compartida que sea conmovedora. Su trabajo es ensalzar al Dios de la Biblia, no construir un culto a la personalidad. Una estudiante bien preparada es menos susceptible a la manipulación emocional.
6. Sobrecargar la enseñanza
Uno de los mayores retos a la hora de elaborar una lección es saber qué contenido incluir y qué omitir. Lleva tiempo hacerse una idea de cuánto contenido se puede abordar razonablemente durante el tiempo de enseñanza. Al principio, la mayoría de las maestras cometen el error de prepararse demasiado, lo que puede llevarles a atascarse en un mar de notas o a retener a sus estudiantes mucho más tiempo del previsto. A la mayoría de la gente no le gusta beber de una manguera, así que, aunque está bien tener más apuntes de los que se pueden enseñar, es importante tener un plan de contingencia sobre lo que se va a recortar en caso de falta de tiempo.
También en este caso, la maestra cuyas estudiantes ya han dedicado tiempo al texto clave tiene ventaja. El trabajo de comprensión en el que ya han invertido te libera para explorar la interpretación y la aplicación sin tener que hacer un extenso trabajo preliminar. Se amplía y refuerza la comprensión, en lugar de empezar de cero. Una estudiante bien preparada no necesitará un tiempo de enseñanza excesivo.
7. Pretender ser experta
A nadie le gusta sentirse tonta, y menos a una maestra. Por eso, a veces las maestras son reacias a admitir los límites de sus conocimientos. Sé sincera sobre tus limitaciones; está bien que la maestra diga: «no lo sé». De hecho, puede ser tranquilizador para tus estudiantes. Cuando un texto tenga más de una interpretación aceptada, da toda la información. Da una respuesta honesta que reconozca los distintos puntos de vista. De este modo, tus estudiantes tendrán la oportunidad de pensar qué punto de vista encaja mejor con su propia lectura del texto. Una estudiante bien preparada sabe que un pasaje difícil requiere cuidado. Sabrá si has dado una respuesta simple a una cuestión compleja. Es mucho mejor ser sincera sobre tu confianza (o falta de ella) en una interpretación en particular.
Lo mejor de enseñar a las mujeres un texto que ellas han estudiado previamente es que responsabiliza a la maestra de no «improvisar». La estudiante preparada puede detectar la falta de preparación de la maestra. Pedir más de mis estudiantes desde el principio significa que mis estudiantes pueden y deben pedirme más de mí durante la clase.