El adulterio es un asunto serio. Al menos lo es para la mente y el corazón del Dios que creó el sexo y el matrimonio, y que puso límites sabios a ambos. Pero ¿por qué? ¿Por qué el adulterio es un asunto tan serio? Christopher Ash nos da seis razones en su libro Casados para Dios, y yo voy a seguir sus conclusiones a medida que avanzamos en este artículo.
El adulterio es alejarse de una promesa. En la mente de un adúltero, la búsqueda de otra persona no comienza con alejarse, sino con volverse hacia alguien que es deseable y agradable. «Lo merezco». «Ella satisface mis necesidades». «Él me entiende». «Ella hace las cosas que mi mujer no hace». Pero en el fondo, el adulterio es sustancialmente un alejamiento. Es alejarse de aquel a quien se le hicieron promesas en presencia de testigos. Más importante aún, es renunciar a las promesas hechas en presencia de Dios y, en ese sentido, es alejarse de Dios mismo.
El adulterio lleva al adúltero de la seguridad al caos. Debido a que el adúltero se aleja, él o ella comienza una vida de lealtades divididas. «Cuando se rompe la promesa, se quiebra la barrera, se derriba el muro seguro del matrimonio y se desata todo el infierno. A la postre, el adúltero descubre que no cambió un lugar seguro (su matrimonio) por otro lugar seguro (el nuevo hogar con su nueva pareja). Más bien, los adúlteros descubren que salieron del lugar seguro para meterse en un mundo en el que todo vale». Incluso cuando un adúltero es leal a su nueva pareja, aún queda una vida, una familia y recuerdos divididos. «Para el adúltero, el pasto se ve mucho más verde en la casa del vecino, pero en realidad no está ni cerca de ser tan verde como parece». Las acciones del adúltero lo apartan de la seguridad de la estabilidad y lo conducen al desorden.
El adulterio es secreto y deshonesto. El adulterio es inherentemente secreto e inherentemente deshonesto. Tiene que serlo porque nadie quiere pregonar que está quebrando una promesa. El adulterio ama la oscuridad y huye de la luz, trata de permanecer en secreto tanto como sea posible. «Mientras las noticias de una boda se publican con anuncios e invitaciones alegres, las noticias de un adulterio se filtran a punta de rumores y confesiones bajo presión». ¡Ay! Tan solo eso debería revelarnos cuál es realmente el fondo del adulterio, pues el pecado ama la oscuridad mientras que la rectitud ama la luz. El adulterio depende de un secretismo deshonesto.
El adulterio destruye al adúltero. El adulterio no le hace ningún favor al adúltero. Por el contrario, quebranta y corroe el carácter y la integridad. «Como todo pecado secreto, carcome la integridad de la persona que lo comete como un químico nocivo. En el preciso instante en que cualquiera de nosotros permite que haya inconsistencias entre lo que decimos ser en público y lo que de verdad somos en privado, nos dañamos de la forma más profunda posible». ¿No es así como siempre actúa el pecado? Promete mucho, pero concede muy poco. Promete libertad, pero otorga cautiverio. Promete plenitud, pero deja un vacío. El adulterio destruye al adúltero, aun cuando promete gozo y vida.
El adulterio daña a la sociedad. Cuando ampliamos el alcance que tiene el adulterio desde el individuo a la sociedad que lo rodea, vemos que el daño continúa hasta allí. El adulterio menoscaba la estructura misma de la sociedad. «Cada acto de adulterio es como el golpe de una grúa demoledora contra los muros seguros de la estructura de la sociedad. Suscita odios y enemistades. Promueve una cultura que considera que en realidad no es necesario que las barreras del matrimonio sean tan rígidas». Nos gusta pensar que nuestros pecados nos pertenecen y que solo nos conciernen a nosotros. Pero no es así, nuestro pecado va mucho más allá de nosotros mismos e impacta a los demás. Vemos esto incluso cuando los amigos o los colegas no están seguros de cómo hablar y de cómo reaccionar al enterarse del adulterio. Vemos el daño que hace cuando dicen: «Al menos ahora es feliz». El adúltero saca un ladrillo más del cimiento del matrimonio.
El adulterio daña a los hijos. El adulterio le causa un daño grave a una parte inocente: los hijos. «Es que los hijos están justo en el ojo del huracán, en la intimidad del hogar arruinado por las promesas rotas, entenebrecido por los secretos y las mentiras, desgarrado por las disputas y las odiosidades». Los hijos florecen donde hay estructura, donde hay estabilidad, donde hay paz y orden. El caos, el conflicto y la desunión que conlleva el adulterio daña a los hijos. Ellos son la parte inocente que resulta terriblemente dañada cuando el adulterio separa a sus padres.
De todas estas maneras y muchas otras, el adulterio es un asunto de máxima seriedad. No es de extrañar, entonces, que la Biblia contenga serias y reiteradas advertencias en su contra: «No cometerás adulterio» (Éx 20:14). «¿Puede un hombre poner fuego en su seno sin que arda su ropa? ¿O puede caminar un hombre sobre carbones encendidos sin que se quemen sus pies? Así es el que se llega a la mujer de su prójimo; cualquiera que la toque no quedará sin castigo» (Pr 6:27-29). «El que comete adulterio no tiene entendimiento; el que lo hace destruye su alma» (Pr6:32). «Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin deshonra, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios» (Heb 13:4).
Este recurso fue publicado originalmente en Tim Challies. Traducción: Marcela Basualto

