Existen muchas partes en la Biblia en las que Dios presenta un marcado contraste entre dos opciones y luego exhorta al lector a tomar una decisión. Él le dio su Ley al antiguo Israel y luego dijo: «[…] he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida […]» (Dt 30:19). En el Sermón del Monte, Jesús contrastó las puertas ancha y estrecha y nos rogó: «Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mt 7:13-14).
Otro de estos contrastes se encuentra en un punto clave del libro de Romanos. Por once capítulos, Pablo expuso profundamente el Evangelio, describiendo lo que Cristo consiguió tanto para los judíos como para los gentiles. Luego confronta a sus lectores con un contraste y da a entender que deben tomar una decisión: «Y no se adapten a este mundo,» —él dice— «sino transfórmense mediante la renovación de su mente […]» (Ro 12:2). Existen solo dos opciones: adaptación o transformación. Puedes adaptarte a este mundo o puedes ser transformado al renovar tu mente. La decisión está frente a ti cada día.
Hay muchos hombres hoy que han tomado una mala decisión. Han escogido adaptarse: alimentar su lujuria con imágenes pornográficas del mundo, hablar como el mundo habla, aceptar un estilo de vida pecaminoso marcado por el orgullo, la apatía y la autocomplacencia. Si eres un hombre cristiano, eres llamado a hacer algo diferente, algo mejor, algo mucho más desafiante y más satisfactorio. Eres llamado a la piedad. Eres llamado a renunciar a cualquier cosa que sea un obstáculo en tu carrera y a abrazar una búsqueda de por vida para conocer a Jesús.
Esta es la tercera publicación en nuestra serie ¡Corre para ganar!, en la que consideramos cómo Dios llama a hombres como tú a vivir con la misma disciplina, dedicación y dominio propio que un atleta olímpico en su búsqueda del oro. Tal compromiso exige una disciplina que se extiende incluso a la mente. Más exactamente, exige una disciplina que comienza en la mente. Para correr de tal modo que ganes, debes renovar tu mente.
Una mente entenebrecida
En un momento de tu vida, te enfrentaste a la elección de entrar por la puerta ancha o por la puerta estrecha. Eres cristiano, lo que significa que escogiste entrar por la puerta estrecha y seguir el camino que lleva a la vida. En ese momento de decisión, de salvación, experimentaste una especie de despertar. Tu mente, de pronto, pudo comprender lo que siempre había negado: eres pecador, has desobedecido a un Dios santo y Jesucristo ofrece reconciliación por gracia a través de la fe. La razón por la que nunca antes aceptaste esta verdad o abrazaste a este Salvador es porque tu mente no había podido entender esto. Esta verdad estaba oculta para ti debido a tu ceguera espiritual.
Pablo habla sobre esto en su carta a la iglesia de Éfeso:
Esto digo, pues, y afirmo juntamente con el Señor: que ustedes ya no anden así como andan también los gentiles, en la vanidad de su mente. Ellos tienen entenebrecido su entendimiento, están excluidos de la vida de Dios por causa de la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su corazón. Habiendo llegado a ser insensibles, se entregaron a la sensualidad para cometer con avidez toda clase de impurezas (Efesios 4:17-19).
Naciste en un estado de pecaminosidad en el cual tu mente vana no podía comprender la verdad del Evangelio.
El hecho alarmante es que el pecado no solo provocó que anduvieras en las tinieblas, sino que también entenebreció tu entendimiento. No solo eras incapaz de hacer cosas que son agradables a Dios, sino que eras incapaz de siquiera saber lo que agrada a Dios. Sin embargo, cuando te volviste a Cristo en arrepentimiento y fe, de repente, Dios iluminó tu mente para que pudieras comprender. Pudiste entender quién es Dios, quién eres tú y por qué el Evangelio es tan buena noticia. En un instante, se le dio acceso a tu mente al conocimiento verdadero y salvador. Repentinamente, entendiste cuán ciego habías estado durante todos esos años. Esto es lo que Wesley celebró en uno de sus más grandes himnos:
Mi alma atada en la prisión
Anhela redención y paz.
De pronto vierte sobre mí
La luz radiante de su faz
Cayeron mis cadenas,
Vi mi libertad ¡y le seguí!
Entraste a la vida cristiana con una mente que acababa de ser atravesada por esa luz radiante de la verdad de Dios. Sin embargo, aunque tu mente ha sido despertada, aún está lejos de ser perfeccionada. A lo largo del resto de la vida, enfrentarás desafíos constantes: «Y no se adapten este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente […]» (Ro 12:2). Esta decisión está frente a ti cada día: ¿permitirás que el mundo forme tu mente o invitarás a Dios a transformarla? No decidir es tomar una decisión: el mundo es tan envolvente, tan poderoso y está tan presente que a menos que te resistas a él activamente, inevitablemente te adaptarás a él y te consumirá.
No te adaptes
Cuando la Biblia habla de «el mundo», se refiere a cualquier sistema de valores o forma de vivir que se opone a Dios y es ajeno a su Palabra. El mundo promueve «[…] la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la arrogancia de la vida […]» (1Jn 2:16). Como hombres cristianos, Dios los llama a vivir en esta tierra rodeados de la sociedad humana, pero para exhibir un sistema muy diferente de valores y una forma muy diferente de vivir. Aun cuando sean cristianos, es fácil adaptarse al mundo y que comiencen a desear lo que el mundo desea, a pensar como el mundo piensa y a comportarse como el mundo se comporta.
Los hombres se adaptan más a menudo al mundo por descuido, al no considerar el atractivo del mundo y al no protegerse de su invasión. Solo piensa en los innumerables anuncios seductores de sitios web que atraen a hombres que están listos para sumergirse en los deseos pecaminosos. Piensa en los rasgos de carácter de los que alardean los hombres en comedias populares: ignorancia, pereza, inmadurez. Ten cuidado de las inesperadas puertas de la adaptación. Una de ellas podría ser el entretenimiento: fallas en ser prudente en cuanto a lo que ves, escuchas y lees, y fallas en limitar el tiempo que pasas entreteniéndote. A veces la puerta es la educación: te influencian personas que se oponen a Dios . Podrían ser las amistades: mantienes tus relaciones más formativas con no creyentes. Quizás la principal puerta a la adaptación podría ser simplemente el descuido: fallas en caminar junto a Dios y, en lugar de ello, permites que la mundanalidad natural que hay dentro de tu propio corazón te influya.
La mundanalidad es como la gravedad: siempre te rodea, siempre ejerce su presión. Debes resistirla porque tu vida y tu salud espiritual dependen de ello. Puedes resistirla porque el Espíritu Santo mora dentro de ti y se deleita en transformarte al renovar tu mente.
Sé transformado
Para que Dios te salvara, primero, Él tuvo que abrir tu mente para que comprendieras la verdad del Evangelio. Pero en lugar de perfeccionar tu mente inmediatamente, Él te asignó la responsabilidad de renovarla por toda la vida. Así como una oruga experimenta una lenta metamorfosis que la transforma en una mariposa, tu mente fue diseñada para experimentar un cambio constante y lleno de propósito a medida que es saturada y controlada por la Palabra de Dios. El Espíritu Santo ilumina las palabras de la Biblia en tu mente para que puedas comprenderla y obedecerla. «Pero todos nosotros con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu» (2Co 3:18). No hay atajos ni caminos alternativos. La única forma en que tu mente puede ser renovada es por el Espíritu de Dios que obra por medio de la Palabra de Dios.
Hombre cristiano, debes renovar tu mente. ¿Hacia qué dirección está cambiando tu mente: hacia la adaptación al mundo o hacia la transformación a la imagen de Dios? ¿Cuál tiene más influencia en tu mente: la sección deportiva del periódico o la Palabra de Dios? ¿Dónde te encuentras más a menudo: sentado en el sofá viendo televisión o doblando tus rodillas en oración en la Palabra de Dios? A lo largo de toda una vida de compromiso con la Palabra de Dios, obtendrás nueva sabiduría para reemplazar las viejas necedades y obtendrás deseos piadosos para reemplazar los anhelos satánicos. Los pecados que una vez alimentaron tu imaginación y motivaron tus acciones comienzan a perder su poder y son reemplazados por las virtudes que motivan hacer el bien a otros y que dan la gloria a Dios. Tus ojos detienen su lujuria porque tu mente ahora está llena de amor; tu boca deja de maldecir porque tu mente ahora está llena de gozo; tus manos dejan de robar porque estás convencido de que puedes estar contento tanto con poco como con mucho. Tales vidas transformadas comienzan con mentes transformadas, puesto que tu cuerpo siempre obedece a tu cerebro.
¡Corre para ganar!
Ahora, la decisión está frente a ti. ¿Te adaptarás a este mundo o serás transformado al renovar tu mente? No hay ningún misterio en ninguna de ellas. Para adaptarte a este mundo, simplemente necesitas sumergirte en él, permitirte ser influenciado por él. No requiere esfuerzo y no trae ninguna recompensa. Para ser transformado al renovar tu mente, necesitas sumergirte en la Palabra de Dios, permitirte ser influenciado por ella. Requiere un gran esfuerzo y conlleva una gran recompensa.
El corredor olímpico anhela escuchar a la multitud gritar su nombre y ansía sentir el peso de la medalla de oro mientras cuelga alrededor de su cuello. Él determina en su mente que debe ganar y luego inculca hábitos que lo forzarán a vivir con disciplina, a entrenar con persistencia, a dejar de lado cualquier cosa que podría amenazar su éxito. Él hace todo esto para obtener la adoración de meros hombres y la recompensa de un par de gramos de metal. ¿Cuánto más tú, cristiano, debes decidir «[…] despoj[arte] también de todo peso y del pecado que tan fácilmente [te] envuelve, y corr[er] con paciencia la carrera que t[ienes] por delante» (Heb 12:1)? Corres para escuchar a tu Padre celestial declarar: «Bien, siervo bueno y fiel», y para ofrecerte una recompensa que nunca se desvanecerá ni perderá. Si vas a seguir moviendo tus piernas hacia el premio de Cristo, debes seguir renovando tu mente conforme a la mente de Cristo. ¡Hombre cristiano, renueva tu mente!
ARTÍCULOS DE LA SERIE: