Este artículo forma parte de la serie Querido pastor publicada originalmente en Crossway.
Querido pastor:
A veces puede ser difícil recordar que, en la bondad y gracia de Dios, Él nos ha llamado a aceptar la tarea más significativa y más satisfactoria en el mundo: ser un pastor-maestro, un subpastor del rebaño de Dios. La vida en el ministerio es tan exigente. En mi estudio tengo dos dibujos enmarcados, ambos regalos de mis amigos. Uno representa a un pastor en su escritorio, rodeado de libros y publicaciones, con su esposa entrando a la sala con más papeles. «¡Sonríe!», dice ella. «Dios te ama y todos tienen un plan maravilloso para tu vida». En el otro, el pastor está hablando por teléfono diciendo: «no, no puedo el jueves tampoco. ¿Qué te parece nunca? ¿Nunca te parece bien?».
Suficientes personas para agendar, innumerables exigencias pastorales, cantidades cada vez mayores de asuntos administrativos, preocupaciones familiares personales: todas tienen el potencial de disparar los niveles de estrés. No obstante, tal vez el mayor peligro es su capacidad de desviarnos de nuestra principal prioridad, encapsulada memorablemente en la última instrucción de Pablo a Timoteo: «predica la palabra. Insiste a tiempo y fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2Ti 4:2).
Entonces, ¿cómo está tu predicación estos días? Se puede transformar tan fácilmente en una de las muchas cosas que tenemos que hacer que casi imperceptiblemente se escapa al final de nuestra orden de prioridades por lo que podemos encontrar que la predicación se convierte más en una carga que en un deleite. Si eso ocurre, inevitablemente pasaremos menos tiempo en preparación, reciclaremos más material antiguo, buscaremos atajos e ilustraciones trilladas y generalmente juntaremos a toda prisa lo que esperamos que sea un mensaje «inspirador» para el domingo en la mañana. ¡Pero estas cosas no deben ser así! Necesitamos encontrar una salida permanente a los traumas de la fiebre del sábado por la noche, la cual muchos pastores sufren.
El requerimiento indispensable para el fruto y el cumplimiento constante en el ministerio es el control del horario. El asunto más importante es decidir en qué vas a invertir tu tiempo, porque eso revela cuáles son en realidad tus prioridades en la práctica, independientemente de tu postura teórica. Necesitamos revisar meditadamente en oración nuestros compromisos de tiempo, restablecer lo que realmente más importa en nuestras vidas y ministerios, y luego hacer los cambios necesarios y apegarnos a ellos. Esos preciados minutos cada domingo por la mañana, cuando abres la Palabra de Dios para el pueblo de Dios, son el medio más importante e influyente por el cual puedes ejercer el liderazgo espiritual y las responsabilidades de cuidado pastoral a los cuales Dios te ha llamado. Puesto que el resto de la semana, las ovejas de Dios están ahogadas y a menudo abrumadas por los mensajes y las exigencias incesantes de un mundo caído y una cultura hostil. No obstante, para esa preciada media hora o más, tenemos a la mayoría de nuestra congregación reunida a fin de enseñar y aplicar la Palabra viva y perdurable del Señor para estimular un profundo deseo de conocer mejor a Cristo y para empoderarlos a fin de vivir y trabajar para su alabanza y gloria en los días de la semana que vienen.
Sin embargo, ¿cómo puede ocurrir eso? En primer lugar, comprométete firmemente a que tu predicación sea expositiva: una explicación fiel del texto bíblico. Luego, agenda en tu calendario semanal el tiempo necesario para hacer el trabajo necesario. Cuando estaba pastoreando una iglesia creciente, hice mi propósito dar diez horas a la semana (dos horas y media cada semana, de martes a viernes) para mi tiempo de preparación. Esa era una cita fija con el Señor en su Palabra, que sólo sería cambiada si había una emergencia genuina. Le expliqué a mi congregación que los serviría mejor si les daba nutritiva Palabra semana tras semana, pero que no podía hacer eso sin que la preparación dominara mis rutinas matutinas. El ministerio expositivo efectivo requiere tiempo adecuado, buena energía y trabajo duro.
La esencia de la predicación expositiva es que la Biblia está en el asiento del piloto, tanto en el contenido textual del sermón como en su propósito transformacional deseado. La aplicación ya es inherente al texto, pero tiene que extraerse para que los oyentes comprendan y sean convencidos de sus implicaciones para la vida. La exposición se dirige a la mente a medida que la verdad es identificada, establecida y explicada. Mueve el corazón, donde tiene que ser recibida en fe por obediencia. Energiza la voluntad para que, a medida que el Espíritu enseña el significado de la Palabra, también estimule y capacite al oyente a responder en acción práctica. Esto se logra de mejor manera al predicar consecutivamente libros completos o secciones grandes con la gran ventaja de que los pasajes individuales siempre están siendo relacionados al contexto más amplio. En este acercamiento, tanto el predicador como los oyentes están aprendiendo a comprender la Escritura de una manera que Dios ha escogido darnos: libros completos, cada uno con su mensaje y contribución distintivos a la metanarrativa general. La comprensión y la interpretación aumentan gradualmente al trabajar en un libro consecutiva y consistentemente, semana tras semana, para que su mensaje sea cada vez más claro y poderoso. Para el predicador, provee refresco espiritual diario a través del proceso de preparación; y para la congregación, una apreciación creciente de que «toda Escritura es inspirada por Dios y útil» (1Ti 3:16).
Quizás un patrón de ejemplo podría ayudar. En mi primera sesión de preparación, trabajo en la exégesis del texto. ¿Qué está realmente diciendo? A veces me encuentro con sorpresas y a menudo con dificultades. No obstante, a medida que mi comprensión del texto en su contexto crece, puedo trabajar en un resumen u oración temática, lo que me entrega una afirmación de lo que debo enseñar a fin de ser fiel a esta Escritura. Luego, en la segunda sesión, estudio el significado del texto. Si este es el significado, entonces, ¿cuál es el objetivo? ¿Por qué fue escrito para nosotros? ¿Qué cambios requiere en nuestro pensamiento y comportamiento? ¿Cuáles son sus implicaciones? En la tercera sesión, me concentro en la estructura del sermón y su estrategia. ¿Cuáles serán mis puntos principales y cómo voy a buscar conectar con mis oyentes con las implicaciones de la enseñanza de la Escritura? En mi sesión final, me dedico a pensar exactamente en lo que quiero decir y cómo quiero decirlo, junto con las ilustraciones, introducción y conclusión. Luego escribo mis notas. Todo esto lo comienzo con oración, continúo con oración y concluyo con oración, porque a menos que el Señor construya la casa, trabajaremos en vano.
Predicar puede ser muchas cosas: entretenido, retóricamente impresionante, académico, orientado al desempeño. Sin embargo, en mis privilegiados cincuenta años de ministerio alrededor del mundo, he observado una y otra vez que las iglesias que son fuertes, estables y crecientes son aquellas que están construidas en el ministerio expositivo consistente y fiel. No tienes que emular a los predicadores populares ni intentar ser como ellos; tienes que ser tú mismo en Cristo. En primer lugar, siéntate humildemente bajo la Palabra de Dios tú mismo en tu tiempo de estudio, aplicándola a tu propia vida y luego en oración depende del Señor para que le dé poder a tu proclamación. A través de la obra de su propio Espíritu que da vida, Él será fiel en desarrollar, refinar y usar tu predicación para su gloria y la bendición de tus oyentes.
Jesús les dijo a sus discípulos: «el Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo les he hablado son espíritu y son vida» (Jn 6:63). Podría no haber mayor privilegio o responsabilidad que ser un mensajero de la Palabra que da vida. Así que no nos permitamos derrochar lo que Dios nos da. Sí, es trabajo duro. No obstante, a medida que proclamamos a Cristo, «amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría» lo hacemos así a fin de «presentar a todo hombre perfecto en Cristo» (Col 1:28-29). El testimonio de Pablo comienza con «este fin también trabajo, esforzándome […]» —pero concluye triunfantemente— «según su poder que obra poderosamente en mí». Si abrazamos su prioridad, esa también puede ser nuestra experiencia.