«Mantenerse en guardia» debe ser el grito de guerra de cada pastor. «El verdadero cristiano es llamado a ser un soldado», escribió J.C. Ryle, «y debe comportarse como tal desde el día de su conversión hasta el día de su muerte»[1]. Los pastores enfrentan un montón de tentaciones. Todas ellas son comunes (holgazanería, lujuria y enojo). Algunas se hacen más agudas por la naturaleza única del trabajo del pastor (sobresalen el orgullo, el descontento y la impaciencia).
Este artículo es una orden para que cada pastor siga al pie del cañón. ¿Por qué debe un pastor preocuparse de su santidad personal? A continuación, les comparto tres respuestas francas.
1. Porque cada pastor es un cristiano
La batalla contra el pecado está perdida cuando el pastor piensa que está en una clase separada, inmune a la guerra espiritual que todos los creyentes enfrentan. Ante todo, él debe verse a sí mismo como un cristiano que debe perseverar hasta el final.
La Escritura es clara. Cada creyente es una nueva creación y debe vivir una vida nueva y santa (2Co 5:17). Como un árbol, el verdadero creyente debe dar fruto verdadero (Ro 7:4). El cristiano real está muerto a su pecado y no puede vivir en él (Ro 6:2). Después de todo, el injusto no heredará el Reino de Dios (1Co 6:9). La justicia del cristiano es el plan eterno de Dios quien ordenó la santidad para cada uno de sus elegidos (Ef 1:4).
Pastor, conoces mejor que nadie la tentación de meramente parecer piadosos (2Ti 3:3). Cada semana, estás de pie ante una congregación que espera que ejemplifiques la virtud cristiana. No te excuses de la lucha, ni por un segundo. La santidad no es una máscara que nos ponemos; es un camino por el que andamos. Esto es verdad para el pastor porque es verdad para cada cristiano.
2. Porque cada pastor es un ejemplo
Aunque cada pastor es ante todo un cristiano, no hay duda de que el pastor es un cristiano líder. Él debe guiar en santidad, modelando para la iglesia cómo se ve un discípulo de Jesucristo. Él debe mantenerse más alerta contra el pecado, más consciente de su tentación y más comprometido con su santidad personal.
La iglesia fundamentalmente depende de Cristo y de su obra expiatoria. Esta es la principal verdad. Sin embargo, en un grado menor, pero todavía muy real, la iglesia cuenta con la fidelidad del pastor.
Encontramos, por ejemplo, requisitos especiales en la Escritura para que los pastores sean piadosos. Pablo les ordenó a los ancianos de Éfeso y, por ende, a todos los ancianos que «tengan cuidado» de sus propias vidas (Hch 20:28). Pablo llamó santa, justa e irreprensible a la vida del ministro (1Ts 2:10). Él exhortó a Timoteo a tener una «buena conciencia» (1Ti 1:5, 19) y le advirtió a este joven pastor respecto a participar en el pecado de otros (1Ti 5:22). Pablo recapituló su consejo al afirmar que el pastor debe huir del pecado y «[seguir] la justicia» (1Ti 6:11).
Los cristianos no aprenden a cómo ser santos simplemente al leer la Biblia. Ellos deben mirar el ejemplo establecido por su pastor. Pablo le dijo a los corintios, a los filipenses y a los tesalonicenses que lo imitaran a él (1Co 4:16-17; 11:1; Fil 4:9; 1Ts 1:6; 2Ts 3:7-9). Él le dijo a Timoteo que fuera un ejemplo para los efesios «en palabra, conducta, amor, fe y pureza» (1Ti 4:12). Él instruyó a Tito a ser «un ejemplo de buenas obras» (Tit 2:7). Él hizo listas especiales de requisitos para los ancianos que comienzan con el llamado a «ser irreprochable» (1Ti 3:1-7; Tit 1:6-9). De hecho, la expectativa del Nuevo Testamento es que los ancianos sean tan conocidos por su santidad que sea ridículo aceptar una acusación contra ellos a menos que haya múltiples acusadores (1Ti 5:19).
Dicho de manera simple, el llamado al ministerio pastoral es un llamado a la santidad. Si dudas de esto por un momento, considera lo que dice 1 Timoteo 4:16: «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza. Persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan». Tenemos razón en atribuir la salvación solo a Cristo, pero si no consideramos el rol del pastor, hemos aminorado el cargo que tenemos el privilegio de ocupar. Juan Calvino abordó esta inusual realidad:
Un pastor se entusiasmará más cuando se le diga que tanto su salvación como la de las personas que lo escuchan dependen de la devoción a su oficio. … Solo Dios salva y ninguna parte de su gloria puede ser traspasada a los hombres. Sin embargo, la gloria de Dios no es disminuida en lo absoluto cuando emplea los esfuerzos de los hombres para conferir la salvación. …Solo Dios es el autor de la salvación, pero esto no excluye el ministerio de los hombres, puesto que el bienestar de la iglesia depende de ese ministerio[2].
Hermanos, hagámosle caso al mandato de Pablo: «Ten cuidado de ti mismo». No dejes que pase un día sin rogarle a Dios que te llene hasta rebosar del fruto de su Espíritu Santo. Esta santidad es requerida no solo para nuestro bien, sino que para el bien de la iglesia que Dios te ha dado para liderar.
3. Porque cada pastor es un intercesor
Después de instruir a los enfermos que le pidan a los ancianos que oren por ellos, Santiago dice que la santidad es un combustible de una oración efectiva: «La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (Stg 5:16). Es por esto que Pedro le ordena a sus lectores a «que, para orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada» (1P 4:7, NVI).
Para orar bien.
Lee completamente el Nuevo Testamento y rápidamente encontrarás que Dios usa las oraciones de los líderes cristianos para hacer crecer sus iglesias. Pablo oró para que la congregación en Filipos tuviera un amor que abundara «aún más y más en conocimiento verdadero y en todo discernimiento» (Fil 1:9). Él oró para que los efesios fueran «fortalecidos con poder» y «cimentados en amor» y «llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios» (Ef 3:14-19). Él oró para que los colosenses fueran «llenos del conocimiento de [la] voluntad [de Dios]» (Col 1:9) y para que los tesalonicenses «anduvieran como es digno del Dios que los ha llamado» (1Ts 2:12).
Mientras escribo estas palabras en el año 2020, algunas iglesias están recién comenzando a reunirse después de la cuarentena impuesta debido a la COVID-19. La soledad está muy extendida. La mayoría de las iglesias están luchando con saber cómo responder a los asesinatos de las personas afroamericanas y las protestas subsiguientes. Estoy siendo testigo de acusaciones de obrerismo y racismo. La iglesia está dolida.
Casi veinte años atrás, D.A. Carson enumeró varias necesidades urgentes que la iglesia enfrenta. Al principio de la lista él puso la falta de atención a Dios: «no estamos capturados por su santidad y amor; sus pensamientos y palabras capturan muy poca de nuestra imaginación, muy poco de nuestro discurso y demasiado poco de nuestras prioridades». Conocer a Dios, insistió Carson, fue nuestro desafío más grande. Él argumentó que la principal manera de abordar este problema es «la oración espiritual, persistente y bíblicamente dispuesta»[3].
No podría estar más de acuerdo, pero haría una recomendación adicional. Necesitamos pastores santos que sean ejemplo de la oración.
No tengo todas las respuestas para los graves problemas de hoy, pero estoy convencido de que parte de la solución es que hayan pastores de rodillas. Sí, la iglesia necesita hombres de Dios predicando el Evangelio. Necesitamos pastores/teólogos confrontando argumentos que menosprecian la expiación sustitutoria penal. Necesitamos tratar las implicancias del Evangelio a medida que se relacionan con temas de racismo. Sin embargo, Dios solo bendecirá este trabajo si hay pastores que han sido tan cambiados por el Evangelio que son «sobrios y con la mente despejada» para el bien de sus oraciones y la salvación de sus iglesias.
Hermano pastor, ¿te importa la santidad? Yo supongo que sí, de otra manera, ¡no habrías llegado al final de este artículo! Por favor, no dejes de preocuparte. Mantente en guardia. Sigue adelante contra tu pecado desde este día hasta el de tu muerte.
Este recurso fue publicado originalmente por 9Marks.
[1] J. C. Ryle, Santidad: su naturaleza, sus obstáculos, dificultades y raíces (Florida: Chapel Library, 2015), 70.
[2] John Calvin, 1 & 2 Timothy in The Crossway Classic Commentaries, ed. Alister McGrath and J. I. Packer (Wheaton, Ill.: Crossway, 1998), 78 [Traducción propia].
[3] D. A. Carson, A Call to Spiritual Reformation: Priorities from Paul and His Prayers (Grand Rapids, Mich.: Baker Books, 1992), 15–16.