¿Qué es la iglesia?
La Biblia describe la iglesia local como el motor de la obra de Dios en el mundo. Es un reino de personas que quieren honrar y servir a Dios como el Rey de toda la vida (Mt 16, 18, 28). Es una familia para aquellos que han sido adoptados por Dios y están unidos unos a otros por su amor (Ef 2). Es un cuerpo en el que todos encuentran todo en unidad. (1Co 12). No es un servicio de suscripción donde te vuelves un afiliado para que siempre esté ahí en caso de que lo necesites. Nuestra conexión con la iglesia local no es voluntaria. No es selectiva. Es fundamental; forma nuestra vida y lo abarca todo.
Debemos enseñar a nuestros hijos estas verdades de la Biblia. Sin embargo, es igual de importante lo que les mostramos. Nadie tendrá una mejor posición para ver cuánto coinciden nuestras palabras sobre la iglesia con nuestra postura hacia la iglesia. No podemos enseñar a nuestros hijos a amar la iglesia a menos que ellos vean que verdaderamente amamos la iglesia.
Más que un empleo
Puede que la cosa más importante que hagamos para demostrar nuestro amor por la iglesia sea crucificar cualquier vestigio de oportunismo. La iglesia local no existe para darnos un empleo. No es el empleador de nadie. Es mucho más grande que cualquiera de nosotros y de lo que podamos lograr. La iglesia local debe ser las personas con las que compartes tu vida y a las que perteneces antes que el lugar al que vas a trabajar.
Si tratamos nuestras iglesias como productos que traen valor a nuestras vidas, que suplen nuestras necesidades o que cumplen nuestras ambiciones —como un televisor plasma o una casa con cinco habitaciones o el mejor auto deportivo de su clase—, siempre las estaremos evaluando frente a las opciones de otros lugares. Las mantendremos a distancia para una observación desapegada. O las mantendremos bajo nuestro microscopio donde cada defecto es obvio, lo que nos llevará a preguntarnos qué podría ser diferente en alguna otra iglesia.
Nuestros hijos seguirán nuestro ejemplo. Si emitimos un tufillo de oportunismo, ellos lo olerán. Si perciben de nosotros que la iglesia a la que servimos es un peldaño en una escalera que todavía estamos subiendo, se detendrán. La iglesia seguirá siendo un «ellos» para el «nosotros» de la familia. En el peor de los casos, pueden sentirse atrapados por tu trabajo en una iglesia que no eligieron. En el mejor de los casos, pueden esperar su momento hasta el próximo movimiento. No obstante, tendrán dificultades para identificarse plenamente con tu iglesia.
Este sentido de sumisión y pertenencia es uno de los mayores regalos que me dio mi padre. Él me modeló el amor por la iglesia y a su gente como nuestra gente. Él continúa pastoreando en un lugar donde las personas bromean diciendo que si no naciste ahí, puedes vivir ahí veinte años y no ser de ahí. Es un lugar donde la permanencia promedio no es más que algunos pocos años y donde es normal que las familias de los pastores vivan en un plano separado de aquellos a quienes sirven. Es mérito de mi papá y de la iglesia que nosotros no vivamos de esa manera. Él jamás actuó como si no fuera de ahí. No fue un observador externo de la cultura, como si su vida fuera demasiado grande como para ser contenida por este lugar y su gente. Nuestras vidas estuvieron plenamente integradas a las de ellos.
Invita a tus niños a participar
Nuestros hijos necesitan vernos abordar nuestro trabajo con gozo y esperanza. Ellos necesitan vernos cultivar en la iglesia relaciones mutuas de amistad y de manera genuina, no como clientes o como asuntos en nuestra lista de pendientes. Ellos necesitan vernos abordar los problemas de la iglesia con empatía y compromiso amoroso, nunca hablando como si la iglesia fuera algo distinto de todos nosotros.
Y, a veces, la manera más poderosa de demostrar nuestro amor por la iglesia es involucrar a nuestros hijos en nuestro trabajo pastoral. No estoy sugiriendo que los fuerces a ir contigo. Estoy diciendo que los invites cuando estén interesados. Tal vez sea modelando un liderazgo gozoso y servicial mientras colaboras en el arme de un evento. Sin embargo, dependiendo de la situación, podrías también dejarlos observar un poco de tu trabajo pastoral.
En mi niñez, viví en una comunidad rural con muchos miembros ancianos que no podían salir de sus casas. Visitar a estos miembros era una gran parte del ministerio de mi padre, y mi papá a menudo me llevaba con él. Él también hacía muchas visitas en hospitales, muchas veces a más de una hora de nuestra casa. Si las circunstancias eran apropiadas, también lo acompañaba. Lo que obtuve de estas oportunidades fue mucho más que tiempo de calidad con mi padre, por muy valioso que fuera. Pude ver de cerca la gravedad de su trabajo: estar con personas que se enfrentan a sus momentos más difíciles, a veces los peores de sus vidas. Vi a personas creyendo en Jesús en un amplio abanico de edades y en un abanico aún más amplio de experiencias. Vi cómo les conmovía la conciencia de que no estaban solos ni olvidados, de que se enfrentaban a los mayores retos de la vida en solidaridad con un pueblo al que pertenecían. Y vi de primera mano cuánto amaba mi padre cuidar de su pueblo.