«“Vanidad de vanidades,” dice el Predicador, “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”».
Estas son las palabras de introducción del Predicador de Eclesiastés, un hombre sabio que lo tenía todo y descubrió que no tenía nada. El resto del libro está lleno de variaciones brillantes, crueles, evocadoras, impactantes y casi nihilistas de este tema.
Eclesiastés sorprende a las personas. En parte, eso se debe a que dice cosas que no esperas escuchar en la Biblia. Sin embargo, he descubierto que las personas también se sorprenden por cuán familiar suena la perspectiva del Predicador, cuán directa resuena, quizás especialmente para aquellos de nosotros que vivimos y pastoreamos en medio de la clase media occidental moderna.
Predicar siempre significa construir puentes entre el contexto original de la Biblia y el contexto del que estamos hablando ahora. No obstante, en mi experiencia, algunos puentes son mucho más fáciles de construir que otros. Algunos libros requieren puentes elaborados, reforzados cuidadosamente, con una suspensión como la del complejo Golden Gate en Estados Unidos que se extiende por kilómetros. Esos desafíos son vigorizantes y productivos en su propia forma. Sin embargo, de vez en cuando agradezco la oportunidad de simplemente usar una tabla para cruzar un arroyo.
Esa es la oportunidad que Eclesiastés te ofrece. Ha sido denominado el libro más contemporáneo de la Biblia y creo que han dado en el clavo con ello[1]. No quiero subestimar los desafíos únicos que el libro tiene. No siempre es fácil de seguir y a menudo es difícil de interpretar. No obstante, hasta ahora, no ha existido una serie de predicaciones que haya disfrutado más que esta. A continuación, les comparto un par de razones del por qué:
1. Eclesiastés describe gráficamente un síntoma demasiado común: la insatisfacción con la vida
Una de mis secciones favoritas del libro es la introducción del capítulo 2, donde el Predicador nos da un catálogo de todo lo que él probó en su búsqueda por el placer y significado de la vida. Es una lista diseñada para impresionarte con la singularidad de su vida. Sin embargo, lo que me parece extraordinario es cómo muchos de los lujos que hicieron que su vida fuera excepcional en ese tiempo son ahora las expectativas básicas de la vida de la clase media.
Muchos de nosotros podemos agregar a nuestra lista un conjunto de oportunidades que él podría no haberse imaginado. Nosotros tenemos aire acondicionado; tenemos la oportunidad de viajar internacionalmente; tenemos acceso a la atención médica avanzada (no solo tratamientos que salvan la vida, sino que a medicamentos que quitan las incomodidades que las generaciones anteriores dieron por sentadas en la vida). Para entretenerse, él tenía cantantes privados, pero nosotros tenemos Spotify y transmisión en línea; tenemos televisores, tablets y teléfonos inteligentes. Él nunca fue a Disney World, a Las Vegas o al Museo Metropolitano de Arte.
La opulencia del estilo de vida del Predicador es conocida en la clase media estadounidense a la que pertenezco; en la misma manera lo es la experiencia de desilusión. En The Progress Paradox [La paradoja del progreso], el comentarista social Gregg Easterbrook describe muchas maneras en la cual la vida promedio en Estados Unidos ha mejorado en los últimos 50 años más o menos. La mayoría de los estadounidenses disfrutan una calidad de vida que podría haber sido inimaginable incluso para los estadounidenses más ricos hace doscientos años. Sin embargo, en todo este tiempo, a pesar de todo este progreso, la felicidad no ha surgido en conjunto con ella. De hecho, el libro de Easterbrook muestra que la depresión clínica «ha estado aumentando en una espeluznante sincronización con la creciente prosperidad», aproximadamente 10 veces más que los casos diagnosticados hace 50 años[2].
Cuando el Predicador mira hacia atrás a todo lo que él ha hecho y ha experimentado, él lo describe como «vanidad y correr tras el viento» (2:11). Mi congregación sabe lo que él quiere decir.
2. Eclesiastés diagnostica una fuerza escondida detrás de nuestros síntomas: el problema de la muerte
La experiencia de futilidad del Predicador suena mucho como la nuestra. Eclesiastés ofrece una explicación para la futilidad que desapareció de vista casi por completo. En resumen, todo carece de sentido porque todos mueren. Es un mensaje que aparece a través y a lo largo del libro.
David Gibson describe a la muerte en Eclesiastés como el alfiler que revienta cada burbuja que podríamos usar para escudarnos de la verdad[3]. Imagínate que el trabajo, el dinero o los placeres fueran como globos. Los llenamos con nuestro tiempo, nuestra energía y nuestra esperanza. Por un momento, las observamos expandirse; desde el exterior parecen ganar masa e incluso podrías asumir que pesan más. Sin embargo, solo es aire. La muerte es la aguja que muestra la verdad.
Sin la perspectiva soberana de Eclesiastés, nuestra congregación podría asumir que están insatisfechos porque no alcanzado sus metas aún. Ellos creen que la clave para su felicidad se encuentra en alcanzar las metas que se han propuesto, sean las que sean. Medicarán sus síntomas al arriesgar más en sus trabajos, sus compras, su búsqueda del placer o cualquier cosa para ganar más. En otras palabras, seguirán soplando más y más aire en el globo. Sin embargo, el problema no está en lo que no hemos logrado; no está en no haber llegado a la meta. El problema es adónde vamos.
Como Proverbios, Job y muchos de los Salmos, Eclesiastés está dentro de la literatura de sabiduría de la Biblia. Este género explora lo que es vivir una buena vida en el mundo tal como es. Describe y cultiva un instinto por vivir bien, esto es, vivir basado en observaciones cuidadosas sobre cómo funciona el mundo. No obstante, Eclesiastés trae una sombra más oscura a la visión de la vida que Proverbios representa para nosotros. El Predicador era un hombre sabio que disfrutó de los beneficios —y algo más— que Proverbios nos enseña a esperar.
Sin embargo, ahora que tuvo todo lo que quería, ya no se pregunta cómo aprovechar al máximo la vida; se pregunta: ¿cuál es el punto, qué ganas, si tienes todos los beneficios de la sabiduría, pero aun así terminas muerto? ¿Qué significa vivir una buena vida si cada vida termina en el mismo lugar como una rata, una cucaracha o una mosca (cf. 3:19-22)?
3. Eclesiastés nos prepara para la única cura apropiada: un Salvador resucitado
Un escritor ha denominado a Eclesiastés como: «La profecía mesiánica más impresionante que el Antiguo Testamento tiene que ofrecer[4]». Creo que está precisamente en lo correcto.
Eclesiastés no es mesiánico de la manera en que Isaías lo es. No hay promesas de una liberación venidera ni expectativas de que alguien un día se introducirá en el ciclo monótono de la vanidad y traerá algo nuevo. Sin embargo, Eclesiastés es mesiánico en su propia forma: establece el contexto en el cual la resurrección de Jesús tiene sentido; nos prepara para ver por qué todo es vano si Jesús no está vivo. Por lo tanto, por contraste, nos ayuda a ver cómo todo importa si Jesús está vivo.
Saber que Pablo era un académico riguroso y bien entrenado de la Biblia hebrea, no dificulta imaginar que él tiene el mensaje de Eclesiastés en mente mientras reflexiona sobre la importancia innegociable de la resurrección de Jesús en 1 Corintios 15: «Si Cristo no hubiera resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también la fe de ustedes» (15:14). Él le está diciendo a los corintios que si Jesús no ha vuelto a la vida su fe es tan vana como todo lo demás. Es tan vana como el placer; tan vana como el dinero; tan vana como el trabajo. Es solo otro globo lleno de aire, esperando reventar en el tiempo.
Podríamos considerar que el discurso de Jesús sobre amarse los unos a los otros es inspirador o sentimental; podríamos pensar que él es un útil gurú que puede otorgarnos conocimiento sobre aprovechar mejor el tiempo que tenemos. Podríamos admirarlo como un modelo de hombre que permaneció en sus convicciones hasta el final. Sin embargo, si es reducido a un conjunto de enseñanzas que hay que comprender o a un ejemplo que hay que seguir, nuestra fe en él es vana. Él no es un libertador que nos deja solos para enfrentar la muerte por nuestra propia cuenta.
«Pero ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que murieron» (1Co 15:20). Por lo tanto, puesto que Cristo ha sido resucitado, «estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano» (1Co 15:58).
Encuentra aquí la serie completa “Predicando toda la Biblia”.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks. | Traducción: María José Ojeda
[1] Ver la cita que Sidney Greidanus hace de Lelan Ryken en Preaching Christ from Ecclesiastes [Predicando a Cristo desde Eclesiastés] (Grand Rapids: Eerdmans, 2010), 2.
[2] Gregg Easterbrook, The Progress Paradox: How Life Gets Better While People Feel Worse [La paradoja del progreso: cómo mejora la vida mientras que las personas empeoran] (New York: Random House, 2003), xvi.
[3] David Gibson, Destiny: Learning to Live by Preparing to Die [Destino: cómo aprender a vivir al prepararnos para morir] (Leicester: IVP, 2016), 23.
[4] H. W. Hertzberg, Der Prediger [El predicador], citado por Kidner en The Wisdom of Proverbs, Job and Ecclesiastes [La sabiduría de Proverbios, Job y Eclesiastés], 114.