¿Alguna vez te has sentido atrapado por el pecado y enredado en él?
Me encantaría decir que desde que me convertí he sido completamente libre del pecado; me gustaría decir con honestidad que toda mi vida ha sido un reflejo de Romanos 6:11, “…muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”, pero no es así.
Sin duda, he encontrado libertad en algunas áreas de mi vida. Solía ser un hombre que se enojaba muy fácilmente, pero, por la gracia liberadora de Dios, ese enojo ha desaparecido. También ciertos placeres de la vida solían cautivarme, pero, por la gracia de Dios que nos capacita, he podido practicar el dominio propio. Sin embargo, aun así, después de todos estos años en los que he visto la fidelidad de Dios en mi vida, todavía me encuentro atrapado y enredado en pecado.
¿Por qué seguimos luchando día tras día? ¿Cómo nos libramos de esto finalmente? De esto se trata este artículo.
TRES CUALIDADES DEL PECADO
En Romanos 7, el apóstol Pablo registra su famoso debate autobiográfico:
“Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? (Romanos 7:21-24, NVI)
En este pasaje, Pablo hace tres observaciones profundas sobre la naturaleza del pecado y de por qué luchamos constantemente contra él.
1. El pecado es una ley (v. 21)
Como la gravedad, el pecado es una ley inevitable de la vida de la que no podemos escapar usando el poder de nuestra propia voluntad. Por ejemplo, si mañana en la mañana decides volar al trabajo o lanzarte de la ventana del segundo piso en un intento de volar … bien, todos sabemos en qué terminaría eso.
Así como no podemos escapar de la fuerza de gravedad sobre nuestro cuerpo, tampoco podemos escapar del poder magnético del pecado en nuestros corazones. Desde el momento en que llegamos al mundo hasta que lo dejemos, el pecado que aún permanece en nuestros corazones nos guiará al mal que nos rodea.
2. El pecado es una guerra (v. 23)
Las guerras estallan cuando dos partes no consiguen ponerse de acuerdo. En el caso de la guerra espiritual, la ley del pecado lucha contra la ley de Dios. Como Pablo, aunque queremos deleitarnos en la ley de Dios, aún tendemos a comportarnos según la ley del pecado.
Cada día, una guerra se propaga en nuestros corazones. Nuestros pensamientos, deseos, palabras y acciones revelan que la guerra está lejos de terminar. Por supuesto, existirán momentos en los que venceremos sobre el pecado, pero, igualmente, habrá otros momentos en los que seremos derrotados nuevamente.
3. El pecado es una prisión (v. 23)
El apóstol Pablo se describe a sí mismo como cautivo —retenido contra su voluntad—. Pienso que todos nosotros, si se nos diese la opción, elegiríamos ser completamente libres del pecado. No obstante, Dios, en su eterna e infinita sabiduría, ha decidido que permanezcamos en un mundo donde el pecado es una ley y una guerra.
El pecado tiene una naturaleza envolvente y esclavizante. Lo que una vez empezó como una lucha pequeña se transformó en un hábito adictivo y destructivo. Incluso si nos liberamos de una de las celdas de la prisión de pecado, pareciera que dentro de muy poco volvemos a caer en otra.
TRES RAZONES PARA TENER ESPERANZA
Seamos sinceros: ¡Hasta ahora no hay nada esperanzador en este artículo! Parece apropiado que Pablo termine su debate con un grito desalentador: “¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?” (v. 24) ¿Se identifican con estas palabras? Yo sí, definitivamente.
Sin embargo, no podemos terminar aquí. Afortunadamente, Romanos 7 tiene un versículo más, el 25: “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!”. A pesar de que la ley del pecado nos hace caer; de que la guerra del pecado se está librando en nuestro corazón; y de que la prisión de pecado continúa encontrando una forma de mantenernos cautivos, tenemos razones para estar agradecidos y tener esperanza.
1. El perdón
Es muy alentador que Romanos 8:1 sea lo que sigue a Romanos 7, ¿no es así? “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús”. En toda mi inmundicia y lucha, puedo presentarme ante un Dios santo porque he sido completamente perdonado.
2. El fortalecimiento
Pablo dice en Gálatas 2:20, “…ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí”. Hoy podemos resistir la fuerza gravitacional del pecado y tener victoria en la guerra contra él, no porque seamos magníficos y rectos, sino porque el Dios viviente está vivo y activo dentro de nosotros. Tenemos una capacidad completamente nueva y diferente a la de ayer.
3. El rescate
Si se lo pides a Dios con humildad, puedes ser rescatado en esta vida, deshacerte de tu apariencia de superioridad moral y correr sin vergüenza al cuerpo de Cristo para pedir ayuda. Sin embargo, ese rescate no será completo hasta la Segunda Venida de Cristo. Va a llegar el día en que la ley del pecado será erradicada; en que no habrá cautivos. ¡Deseo mucho que llegue ese día!
¿AHORA QUÉ?
No quiero dejarlos sólo con principios bíblicos, por lo que aquí hay tres puntos importantes que pueden aplicar en sus vidas, aquí y ahora:
- No te mortifiques con culpa. Si Cristo entrega perdón, la mortificación no tiene valor. No te conformes con quien eres como pecador, pero tampoco vivas más en la culpa o la vergüenza; Jesús pagó por todo.
- No te des por vencido tan fácilmente. Si Cristo entrega fortaleza, todos los días tu capacidad para resistir se renueva. Incluso si le dijiste que sí al pecado hace 10 minutos, puedes decirle que no al mismo pecado esta vez porque el poder de Dios mora en ti.
- No pelees esta guerra solo. Si Cristo entrega rescate, aprovéchate de los recursos que ofrece para ello. Llama a un hermano o hermana hoy y confiesa que hace mucho tiempo has estado atrapado y enredado en un mismo pecado. Observa lo que Dios hará.
Sí, es verdad: como Pablo, tú y yo somos unos cristianos miserables. Sin embargo, también es verdad lo dice John Newton en su famoso himno: “Sublime gracia del Señor, que a un vil pecador salvó”.