«Insiste a tiempo y fuera de tiempo» (2Ti 4:2).
El ministerio pastoral es estacional. Nosotros, los pastores, inevitablemente experimentamos ráfagas invernales de resistencia helada y ráfagas primaverales de vida fresca y de receptividad. Estos cambios no son siempre explicables en términos de nuestro desempeño ministerial. Quizás el mayor pastor de todo los tiempos, el apóstol Pablo mismo, conocía la vuelta completa de las estaciones pastorales.
Independientemente de cómo vaya tu ministerio ahora, sabes hacer esto: «prepararte». La actitud de urgencia, alerta y entusiasmo es siempre correcta. Sin embargo, un cauto interés propio, una pasividad cobarde o una resignación derrotada siempre es incorrecta. Como lo dijo Jim Elliot: «Donde sea que estés, todo tu ser debe estar allí»; o citando a Richard Baxter: «Hagas lo que hagas, deja a las personas ver que eres sincero».
Cuando el ministerio va bien —las personas se están congregando, se están convirtiendo y son liberadas—, recordar estas tres cosas te ayudará.
1. Recuerda cómo llegaste hasta aquí
No por buena suerte ni por buenas obras. Las bendiciones de Dios son las bendiciones de Dios: por su gracia, para su gloria. ¿Recuerdas cómo lo dice Pablo? «Porque sé que esto resultará en mi liberación mediante las oraciones de ustedes y la provisión del Espíritu de Jesucristo» (Fil 1:19). El apóstol sabía cómo llega la bendición de Dios. Es por la oración audaz y la ayuda directa del Espíritu Santo.
Recuerdo un momento en que, durante el Movimiento de Jesús de las décadas del 60 y 70, mientras éramos arrastrados por un borbotón de bendiciones divinas que nunca habíamos experimentado, un amigo me dijo: «Ray, ¿tú sabes por qué esto está ocurriendo, cierto? Es porque por años hubo ancianitas en nuestras iglesias orando por avivamiento». Esas heroínas ocultas nunca vieron la respuesta a sus oraciones, pero nosotros sí. Cuando mi amigo lo mencionó, un sentido de gratitud y asombro llenó mi corazón. Yo quería administrar humildemente la bendición. No fui yo quién me puso ahí y no me pertenecía.
Cuando el Cristo resucitado se complace en hacer brotar vida nueva en tu iglesia en niveles que nunca soñaste que podrían ser reales en esta vida, recuerda cómo vino. Tú no lo provocaste por tu inteligencia ni siquiera por tu fidelidad. Entraste en la herencia que Alguien más pagó, una herencia por la que otros oraron, un tiempo de bendición que el mismo Espíritu Santo activó; y todo eso, a pesar de lo que tú mereces.
Recuerda permanecer humilde.
2. Recuerda saborear este momento
Cuando Dios toma el trabajo en sus propias manos y logra en dos semanas lo que a nosotros nos hubiese costado veinte años, encontramos a nuestras iglesias atrapadas en su sentida presencia como nunca antes, por lo que sería incorrecto malhumorarnos y ser exigentes. Siempre que Dios nos bendice en esta vida, su bendición es tanto real como imperfecta: real porque Él está involucrado e imperfecta porque nosotros estamos involucrados. Las fallas incrustadas en la bendición deben movernos a más asombro, a más alegría y a más gratitud, no a menos. Francis Schaeffer nos enseñó que si los únicos resultados que estamos dispuestos a aceptar son perfección o nada, en esta vida obtendremos nada todo el tiempo, y lo mereceremos.
Teológicamente, los hombres serios como nosotros caemos en nuestra propia versión de perfeccionismo. Sin embargo, de todos los hombres, nosotros que creemos en las fuertes doctrinas de la caída del hombre y de la gracia de Dios deberíamos ser los más felices, incluso cuando nuestras iglesias siguen siendo un desastre. Lo que sobresale a nuestros ojos no es el desastre humano, sino que la divina gracia en medio de todo eso. Sin duda, si Dios bendice enormemente a nuestras iglesias, el desastre saldrá a superficie con más obviedad que nunca. ¡Bien! Eso es porque Dios está lidiando con nosotros. Y ahí es cuando, por la misma gracia, podemos aplicar los amables remedios pastorales a los problemas reales de las personas con más amabilidad que nunca antes. ¡Qué privilegio!
Esdras y Nehemías sabiamente exhortaron al pueblo cuando estaban experimentando una claridad reveladora sobre ellos mismos: «Este día es santo para el Señor su Dios; no se entristezcan, ni lloren» (Neh 8:9). En un tiempo apartado como uno inusualmente santo por el poder del Evangelio que expone el corazón, recuerda aconsejar a tu congregación a no caer en una vergüenza miserable, ¡sino que a levantarse en alabanza gozosa a Dios! ¡Somos tan malvados que podemos corromper incluso un día santo si nos enfocamos en nosotros mismos con incredulidad, deshonrando terriblemente la obra terminada de Cristo en la cruz!
No te permitas pensar un domingo por la tarde: «sí, el servicio de hoy fue otro Pentecostés. Sin embargo, ¿quién sabe? Probablemente, se reduzca a nada esta semana». ¡Qué derrotismo! Cuando el libro de Hechos dice: «Y había gran regocijo en aquella ciudad» (Hch 8:8), no está diciendo: «¿acaso no es estúpido?». Al contrario, nos está llamando a responder a Cristo con nuestro propio «gran regocijo». Si tú y yo aceptamos la autoridad del libro de Hechos, entonces, actuemos así.
Recuerda permanecer agradecido.
3. Recuerda que es lo que viene
Se avecina la dificultad. ¿Cómo podría ser de otra manera? «Pues el hombre nace para la aflicción, como las chispas vuelan hacia arriba» (Job 5:7). Sin embargo, no tenemos problemas con eso. El sufrimiento es nuestro superpoder.
¿Qué fue lo que nuestro Señor resucitado nos dijo? «Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2Co 12:9). En otras palabras, la manera más perfecta en que su poder puede ser experimentado y exhibido es cuando nosotros no podemos ofrecerle otra cosa más que nuestra necesidad. Nuestro «escenario ideal» no es la carrera ministerial de nuestros sueños, sino «las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Co 12:10).
Cuando el ministerio está yendo bien, recuerda que los reveses y los contratiempos del mañana serán torcidos por las poderosas manos de Dios para convertirlos en aún más bendición. No lo verás todo en esta vida. Pero si pones tu confianza en el Señor para tu ministerio, Él asegurará que tu impacto resuene una y otra vez en las futuras generaciones.
Recuerda permanecer prescindible.