Sabemos que la pornografía es un pecado desagradable y dañino. Sabemos que aquellos que se dejan llevar por el porno han cometido el pecado de la lujuria, pero hay mucho más que solo eso. Cuando abres tu navegador y comienzas a buscar esas imágenes y videos, estás pecando de maneras que van mucho más allá de la lujuria. A continuación, muestro ocho pecados que cometes cuando miras porno.
Cometes el pecado de la idolatría. Todo pecado es idolatría, un intento de encontrar gozo y satisfacción no en Dios mismo, sino en lo que Dios prohíbe (Ex 20:3-6). Matt Papa lo dice bien:
Un ídolo, dicho de manera sencilla, es cualquier cosa que sea más importante para ti que Dios. Es cualquier cosa que haya pesado más que Dios en tu vida (cualquier cosa que ames, en la que confíes o a la que obedezcas más que a Dios), cualquier cosa que haya reemplazado a Dios como alguien esencial para tu felicidad.
En el momento en que comienzas a mirar porno, has permitido que este reemplace a Dios como lo esencial para tu felicidad. Has cometido el pecado de la idolatría.
Cometes el pecado del adulterio. Este es el pecado más obvio que cometes cuando usas el porno. En Mateo 5, Jesús explica una clara conexión entre la lujuria y el adulterio. «Ustedes han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón» (vv. 27-28). La pornografía es lujuria y existe para fomentar la lujuria. No obstante, la lujuria es simplemente una forma del amplio pecado del adulterio, la acción o el deseo de involucrarse sexualmente con alguien que no es tu cónyuge.
Cometes el pecado del engaño. El engaño es el acto de ocultar o tergiversar tus acciones. Dado que la pornografía genera vergüenza, lo esconderás, lo cubrirás o te rehusarás a confesarlo. Cuando borras tu historial de búsqueda para evitar que tus padres te descubran, cuando lo usas en secreto para evitar que tu cónyuge sepa sobre tu adicción, cuando te rehúsas a confesarlo proactivamente a un compañero con el que rindes cuentas, estás practicando el engaño. Y la Biblia advierte de las alarmantes consecuencias: «El que practica el engaño no morará en mi casa; el que habla mentiras no permanecerá en mi presencia» (Sal 101:7).
Cometes el pecado del robo. La piratería y las personas que distribuyen ilegalmente material protegidos por derecho de autor están dañando gravemente a la industria del porno. Algunos cálculos dicen que por cada un video descargado legalmente, cinco son descargados de manera ilegal. Por lo menos el 60 % de todas las descargas ilegales son de contenido pornográfico. Aunque podemos estar contentos de que la industria se encuentre en una situación alarmante, no tenemos derecho a participar en tal robo, pues Dios claramente dice: «No hurtarás» (Ex 20:15). Cuando usas el porno, estás mirando material que ha sido casi definitivamente robado y, en esa manera, participas en su robo.
Cometes el pecado de la codicia. El pecado sexual es codicia; una forma de aprovecharse de otra persona para defraudarla con algo que les pertenece justamente. En 1 Tesalonicenses 4, Pablo insiste: «Que nadie peque ni defraude a su hermano en este asunto [del pecado sexual], porque el Señor es el vengador en todas estas cosas, como también antes les dijimos y advertimos solemnemente» (v. 6). La palabra traducida como «defraudar» en este contexto se refiere a tomar de alguien más algo codiciosamente. Es permitir que la codicia motive un fraude, que use injusta e ilegítimamente a otra persona para sus propósitos innobles.
Cometes el pecado de la pereza. Somos llamados a vivir una vida para «redimir el tiempo», para entender que vivimos pequeñas y cortas vidas y que somos responsables ante Dios de aprovechar al máximo cada momento (Ef 5:16). La pereza es indolencia, una poca disposición a usar bien el tiempo, y al contrario, refleja una disposición a usar el tiempo para propósitos destructivos en lugar de constructivos. De ese modo, la pornografía es perezosa, un mal uso del tiempo. Es el uso de preciados momentos, horas y días para lastimar a otros en vez de ayudarlos, para promover el pecado en lugar de matarlo, para recaer en vez de crecer, para buscar un ídolo en lugar de al Dios viviente.
Cometes el pecado de la agresión sexual. Una persona que conduce el auto de huida de una banda de ladrones de banco será justamente condenado por asesinato debido a cualquier muerte que resulte al cometer ese crimen. La persona que mira la agresión sexual voluntariamente con el propósito de excitarse es justamente culpable de esa agresión sexual. Una cantidad nauseabunda de pornografía es violenta en su naturaleza, exhibiendo a hombres que se aprovechan de mujeres. A veces esas mujeres voluntariamente se exponen a tal degradación y a veces son forzadas o violadas. Ver esas horrendas obscenidades es ser partícipe en ellas y cargar con su mancha moral.
Cometes el pecado de ignorar al Espíritu Santo. Como cristiano, tienes el tremendo honor y ventaja de ser habitado por el Espíritu Santo. Una de las maneras en que el Espíritu Santo te ministra es al darte una advertencia interna contra el pecado. Pablo asegura que el Espíritu advierte contra el pecado sexual en particular, luego entrega una dura advertencia: «Por tanto, el que rechaza esto [advertencia] no rechaza a un hombre, sino al Dios que les da a ustedes su Espíritu Santo» (1Ts 4:8). Cometer pecado sexual es ignorar al Espíritu Santo, es reprimir activamente su voz a medida que Él te advierte que no necesitas ni debes cometer ese pecado. Él entrega todo lo necesario para resistir a la tentación (1Co 10:13). Resistir al Espíritu e ignorar su ministerio para ti es una grave ofensa contra un Dios santo.
Es pecaminoso desear a otra persona y permitir esa lujuria por medio de la pornografía. No obstante, el pecado ligado a la pornografía es mucho más profundo que la mera lujuria. Se extiende a la idolatría, al adulterio, al engaño, al robo, a la codicia, a la pereza, a la violencia sexual y a ignorar al Espíritu Santo. En Romanos 12:12, se advierte: «De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo». Afortunadamente, lo que Dios exige, Dios lo provee, y Él lo hace por medio del Evangelio. Aquellos que han confiado en Jesucristo pueden tener confianza de que Cristo ha pagado nuestra cuenta, que Él ha satisfecho la ira de Dios contra nuestro pecado, que Él nos ha provisto su propia justicia. Sin embargo, también debemos saber que Él ha hecho esto no para que podamos permanecer en nuestro pecado, sino para que podamos vestirnos «del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4:24).