Somos personas con un hábito de comenzar nuevos proyectos. Marcamos cada finalización y anotamos cada nuevo comienzo. Nuestras marcas del tiempo, sin embargo, normalmente fracasan en su misión de mantenerse vivas para cumplir las expectativas. El 1 de enero es por lo general más parecido al 31 de diciembre. Quizás, aun más, el 1 de enero de este año es más parecido al 1 de enero del año pasado. Lo que queremos en nuestras vidas no es ni una serie de eventos aleatorios y únicos ni la plana monotonía de las mismas cosas de siempre. Al contrario, queremos el equivalente temporal de un chaleco usado favorito con una llamativa y elegante corbata nueva. Todo lo viejo sigue siendo viejo y todo lo nuevo aún es nuevo.
Hoy vemos algo mucho más emocionante que un nuevo año: un nuevo día. «Este es el día que el Señor ha hecho; regocijémonos y alegrémonos en él» (Sal 118:24). La belleza del día no está en que sea nuevo, sino en que estamos siendo hechos nuevos. La gloria del día no está en que este marca un cambio, sino en que nosotros estamos siendo cambiados. Las bendiciones del día no se encuentran en que sea un feriado, sino en que es el día del Señor.
¿Acaso pulimos nuestros días libres porque hemos perdido el brillo del Evangelio? Si el Evangelio se tratara meramente del perdón de nuestros pecados, eso debería ser suficiente para llevarnos a fuegos artificiales, champaña y besos de medianoche. No obstante, si eso fue todo lo que el Evangelio nos dio, habiéndonos regocijado en nuestro perdón, ¿qué más podríamos hacer, sino más que esperar? Si el Evangelio simplemente asegura nuestra eternidad, hace que nuestra justicia ahora sea irrelevante.
Sin embargo, el Evangelio no se trata solo del perdón de nuestros pecados, sino que estamos siendo limpiados de toda injusticia (1Jn 1:9). El Evangelio no se trata solamente de que Jesús resucitó de entre los muertos, sino que resucitó para ir a un trono. Él está sometiendo incluso ahora, en este, el año de nuestro Señor, todas las cosas. Él nos está lavando incluso ahora, su rebelde y manchada novia, acercándonos más a ese día en el que no tendremos ni defectos ni manchas.
El nuevo año frente a nosotros es en un sentido un misterio. No podemos predecir qué historias estarán en los titulares. No podemos tener seguridad de nuestros propios planes. Victorias y tragedias nos esperan, pero aún están ocultas, esperando para que un nuevo día las revele. No obstante, lo que sí podemos saber es que en este año, como en el año pasado, Jesús nos amará fielmente. Él será la historia mejor contada (transformándonos a su imagen). A medida que cambia el año, no vamos de un cansado y viejo Padre Tiempo hacia un bebé recién nacido. Al contrario, aquel que nació como un bebé en un pesebre va incansablemente delante de nosotros, abriendo un camino hacia el nuevo cielo y la nueva tierra. Él estuvo ahí en el principio; él nos está llevando hacia el final. He aquí, él está con nosotros siempre, incluso hasta el fin de los días. Decidan agradecer y recordar.