Generalmente, los hombres son unos «idiotas relacionales»; mientras que, desde pequeñitas, las niñas desarrollan habilidades comunicacionales sofisticadas: son capaces de traducir simultáneamente lo que cualquier persona dice —ya sea con palabras, con expresiones o con el lenguaje corporal— a lo que realmente quisieron decir. Desde que nacen, saben que cuando una mujer dice con voz suave «¿ah, sí?» se ha declarado la guerra. Los hombres, por otro lado, son sordos para los tonos de voz y ciegos para el lenguaje corporal.
También, las mujeres entienden las complejidades de la interacción social: nadie tiene que decirles que escriban notas de agradecimiento, pues lo hacen en el camino de regreso a casa después de una cena con amigos; nadie debe recordarles que anuncien el nacimiento de un bebé, pues comienzan hacerlo mientras están en trabajo de parto. Por otro lado, los hombres no llevan su cerveza favorita al asado de un amigo como «un regalo para el dueño de casa», sino que para asegurarse de que haya suficiente; los hombres vemos el canal deportivo mientras nuestras esposas están en trabajo de parto.
Quizás, estas son razones por las cuales la cultura occidental ha construido un día al año para nosotros, para simplificarlo. Conocemos las órdenes para ponernos en marcha: una carta, unas flores o unos dulces; tal vez un regalo y una rica cena romántica para dos. Podemos hacer eso una, dos o cuatro veces al año (cumpleaños, Día de la Madre y, el más difícil, nuestro aniversario). Cuando tenemos éxito en esos días, les decimos a nuestras esposas que de verdad lo estamos intentando. Realmente las amamos y queremos que lo sepan. Luchamos contra nuestras debilidades de hombre lo mejor que podemos.
Sin embargo, lo que debemos estar haciendo es luchar contra sus debilidades de mujer. La Biblia nos llama a convivir con nuestras mujeres de manera comprensiva (1Pe 3:7). Las mujeres, por lo general, imploran seguridad. Ellas tienden a la preocupación relacional. Cuando los maridos y sus mujeres pelean, a menudo el esposo solamente está molesto, mientras que la mujer teme que el fin esté cerca. Pedro no nos llama a convertir a nuestras esposas en hombres, sino que llama a los hombres a ver las cosas desde el punto de vista de ellas. De modo que, al tranquilizarlas, peleamos contra sus miedos.
Un esposo piadoso, entonces, no es uno que toma la molesta tarea de tratar de ser relacional cuatro veces al año con el fin de evitar que su esposa se ponga de mal humor. Al contrario, al esposo piadoso se le encomienda el llamado constante de comunicarle su amor y compromiso a su esposa. Esto no es algo que deba hacer un par de días al año, sino que todos los días. Demasiado a menudo, los esposos se frustran, incluso se ofenden por esta difícil realidad. «¿Acaso no sabe que soy un hombre de palabra? Le prometí “hasta que la muerte nos separe” y lo dije en serio».
Tal forma de pensar muestra nuestra debilidad relacional. Ella no quiere saber que puede contar en que vas a cumplir con esfuerzo tu promesa hasta al final. Ella quiere saber que lo harás nuevamente hoy, y mañana y el día subsiguiente. Ella no quiere saber que te vas a quedar con ella, sino que quieres quedarte con ella.
Hace cuatro años en el Día de San Valentín, le compré a mi esposa un lindo regalo y compartimos juntos una rica comida. No hubo velas en una mesa cubierta con un mantel. De hecho, no hubo mesa. Denise estaba en la cama del hospital, pues le habían diagnosticado leucemia solo unos días antes. La quimioterapia ya había comenzado a afectar su apetito. Sin embargo, ella aún deseaba seguridad. Se disculpó por el entorno de nuestra celebración. Lo que escuché fue: «por favor, dime que estaremos bien». Le respondí: «nuestro lugar es este; estamos en las amorosas manos de nuestro Padre celestial, que nunca nos dejará ni nos abandonará. Y yo, por su gracia, caminaré junto a ti alegremente cada paso que haya que dar. No hay ningún otro lugar en el que prefiera estar que no sea junto a ti».
Mi consejo para ti hoy es que sí, compra las flores; disfruta una rica comida junto a ella, pero mañana detente, toma su mentón, mírala a los ojos y dile: «doy gracias a Dios por ti. Me casaría contigo una y otra vez. Eres una alegría en mi vida». Y luego, día tras día, hazlo nuevamente y repítelo.