Una de las cosas que más me gusta hacer en la vida es el excursionismo. Amo andar en el bosque y escuchar el crujido que se produce al pisar las hojas caídas al suelo; amo el aroma a tierra de los árboles y sumergirme en la belleza de la creación de Dios. Recorrer los senderos de las montañas me conduce a la maravilla, el poder, la creatividad y la majestad de Dios.
Hace aproximadamente diez años, supe que tenía asma. Tomo medicamentos para prevenir que se manifieste y en los últimos años parecía haber mejorado bastante. De hecho, estuve un año completo sin crisis.
Por eso, la primavera pasada, con mi familia nos fuimos de excursión a las montañas. El camino era empinado y recto. Comencé a sentir un ardor en mi pecho y me costaba respirar, por lo que tenía que parar constantemente en el camino. Mi esposo me preguntó, “¿trajiste el inhalador?”. “No”, suspiré mientras mis pulmones tenían problemas para tomar aire.
Había sobrestimado mi capacidad de vivir sin un inhalador por lo que dejé de llevarlo a todas partes. De hecho, no recuerdo cuándo fue la última vez que pedí una receta médica. Pensé que ya estaba bien y podría ser independiente del inhalador, pero estaba equivocada.
Un soplo de gracia
Lo mismo ocurre en mi vida espiritual. A menudo, sobrestimo mi capacidad de vivir mi vida como yo quiero; es posible que haya momentos en los que no enfrente grandes pruebas o crisis y es ahí donde comienzo a confiar en mí misma y en mis propias fuerzas. Además, el tiempo que pasaba meditando en la Palabra de Dios era algo esporádico; mis oraciones eran pequeñas —más que oraciones, eran como los mensajes de texto que le envío a mi esposo para recordarle que compre leche en el supermercado—. Dedico mis días a borrar cosas de mi lista de quehaceres y siento satisfacción en el éxito y los logros que obtengo.
Sin embargo, la verdad es que la gracia de Dios es como el aire que respiro; no puedo vivir sin ella y no puedo darla por sentada. Esa confianza que siento en mis propias fuerzas desaparecerá tan pronto enfrente desafíos o pruebas. Como cuando salí de excursión, tarde o temprano me daré cuenta de que no puedo vivir sin el constante sustento de la gracia de Dios.
Esto es lo que Jesús dijo en Juan 15:
Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman” (Juan 15:4–6).
No podemos hacer nada lejos de Cristo; nada. El aire que respiramos, la misma vida que se nos ha dado viene de la mano de Dios (Hch 17:25). No sólo nuestra salvación viene por gracia, sino que también nuestra santificación y nuestra perseverancia en la fe. Desde el principio hasta el final siempre es la gracia de Dios. Como nuestros cuerpos dependen del oxígeno para respirar, nosotros somos completamente dependientes de Cristo para todo.
Permanece en la gracia de Dios
Puesto que somos dependientes, necesitamos permanecer unidos a Cristo para recibir esa constante provisión de gracia. Esta unión es tan importante que a lo largo de Juan 15, Jesús usa la palabra “permanecer” once veces. También usa la metáfora de una vid para dar a entender su idea. Tal como una rama obtiene sus nutrientes de la vid, nosotros obtenemos nuestra fortaleza de Cristo. Todo lo que necesitamos para vivir y para crecer como creyentes viene por medio de él; no podemos producirlo nosotros mismos.
Tal como una rama no puede crecer aparte de la vid, nosotros tampoco podemos crecer o producir fruto lejos de Cristo. A medida que permanecemos en Cristo, el Espíritu produce fruto en nosotros. Él nos cambia y nos hace crecer en santidad. Tal como una rama saludable que está unida al árbol que produce fruto, mientras permanecemos unidos a la vid de Cristo, producimos el fruto de amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gá 5:22-23).
Entonces, ¿cómo podemos permanecer en Cristo? Manteniendo nuestros ojos fijos en él: mirémoslo a él, no a nosotros, a nuestras circunstancias o a los desafíos que nos rodean. Reconozcamos nuestra completa dependencia en él; que nuestros corazones permanezcan sometidos y postrados, en sumisión humilde, cediendo ante su sabiduría y su voluntad. Confiemos en su Palabra para enseñar, capacitar, convencer y santificarnos. Sometamos a él todas nuestras preocupaciones en oración. Participemos con nuestra iglesia local en adoración, en comunión y en la mesa del Señor. Todas estas cosas son medios de gracia, como una constante corriente de oxígeno en nuestras almas.
Desde que tengo asma, he aprendido a no dar por sentada mi capacidad de respirar. Como el oxígeno es fundamental para nuestros pulmones, así también lo es la gracia de Cristo en nuestras almas. Permanezcamos unidos a él, respirando en su gracia, creciendo, madurando y dando frutos de justicia por él y por medio de él.
¿Qué hay de ti? ¿Has sobrestimado tu forma de llevar la vida, lejos de la gracia? ¿Ves cuán importante es depender de Cristo en todo?